1753 - CATASTRO DEL MARQUÉS DE LA ENSENADA - SAN VICENTE DE LA BARQUERA, Pregunta 17
La respuesta (que se puede ver y conseguir en su
totalidad, en Internet, en la página del Catastro del Marqués de la Ensenada),
es la siguiente:
NOTA:
Se añaden las preguntas sobre el particular efectuadas en Gandarilla, (Val de San Vicente) y La Revilla, (Valdáliga), ya que en la declaración de 1.753 figuraron aparte de las de San Vicente. Estas respuestas se pueden ver en el libro digital sobre el Catastro del Marqués de la Ensenada de Tomás Maza Solano.
GANDARILLA:
17.ª Dixeron que en el thermino de dho Lugar de los Artefactos que dize la pregunta, solo hay un molino arinero sobre las aguas de el Rio Gandarilla al termino de la Vega dentro de el Pueblo tiene dos Ruedas y solo muele con la una y con fuerza de aguas de modo q.e de un año dha Rueda trabajara los tres meses, y en ellos rendira de utilidad cinco fanegas de maiz, y pertenece á D.n Juan Gutierrez de Gandarilla Vecino de dho Lugar quien le administra por si y su familia y resp.n...
LA REVILLA:
17 A la dezima Septtima preguntta Digeron que solo hai en estte Pueblo un molino arinero con solo una sola rrueda en el Sittio del Piquette y solo muele en tiempo de Ybierno? quando hai abundanzia de agua es propio de D.n Mattheo de Udias Zevallos Vezino de la Villa de san Vizentte De la Barquera Su productto es muy cortto regulanle en cada un año en treintta reales que no hai ottra casa en el Pueblo de lo que la preguntta Contiene.
1835 - PARTE DEL ALCALDE MAYOR AL GOBERNADOR CIVIL
El diecisiete de febrero de 1835 se publica en el "Boletín oficial de Santander" el siguiente comunicado o noticia que el Alcalde Mayor de San Vicente dirige al Gobernador Civil de la provincia, según oficio del día nueve de dicho mes, y que reproducimos textualmente a continuación:
"Noticias de la Provincia,
1929 - LAS TRAGEDIAS DEL MAR, (Naufragio del "Reina de los Ángeles")
El cuatro de diciembre de 1.929 se publica en "El Cantábrico, el siguiente y largo reportaje que parte de la noticia del naufragio del pesquero "Reina de los Ángeles" y que protagoniza las páginas primera y segunda, de dicho diario, con fotografía que acompañamos.
Aprovechando unos
segundos, en que las olas dejaron de pegar sobre el "Reina de los
Ángeles", del que aquéllas han barrido la chimenea y la obra muerta,
nuestro fotógrafo consiguió esta difícil fotografía. Una ola, rencorosa, le
arrebató la máquina, tras la que salió "Samot", consiguiendo
recuperársela al mar; pero a costa de un chapuzón. — El señalado con el número
1 es el patrón, Víctor Bengochea, al que persigue la fatalidad. — El número 2
es el patrón del "Marina", Justo Lecue, que abnegadamente se lanzó al
mar en socorro de los náufragos. — El señalado con el número 3 es Pedro
Urquiri, que ignoraba, cuando se le retrató, el triste fin de su pobre hermano.
— El que tiene el número 4 es el pinche de la embarcación, y el 5, el
maquinista y condueño, Francisco Eroa, que se salvó milagrosamente.
(Fotos Samot.)
Al pretender salvar la
barra del puerto de San Vicente de la Barquera, una ola imponente hace
naufragar a una embarcación.
Cinco marineros perecen ahogados, dejando huérfanas a veinte criaturas.
Los dramas del marinero de la costa.
Estos dramas del marinero
de la costa tienen un terrible perfil patético. Ese perfil es la tierra quien
lo presta. La tierra adusta, pero maternal, que reclama sus hombres con las
hondas voces desgarradas de sus entrañas.
Y luego, el mar, plomo
hervoroso en la mañana de ayer, que tira de los hombres y de los barcos, tan
chiquitos, tan miserables.
Lo que grita en la costa
no es el mar. Lo que grita es la tierra. La mar, sin la costa, es muda. Cuando
a cientos de millas se arbola y se encrespa, es mayestática y solemne. La mar
no grita. Grita la tierra, humanizada y materna.
Y esta tierra, frente a
las barras de las villas marineras, grita más, grita y gime sin consuelo. Se
enronquecen las fallas y los arrecifes Si la tierra pudiera avanzar su seno lo
avanzaría para acoger al marinero, al hombre, al hijo...
Pero el Hombre tiene que
entregar, por los siglos de los siglos, su tributo.
Estos hombres de las
villas infanzonas de la costa Cantábrica, nietos de navegantes y de soldados,
que rigieron naves gloriosas del rey y que han entregado su vida en todos los
mares del mundo, rinden el tributo hoy desde sus humildes naves subsidiarias,
donde se gana duramente el sustento.
Cada banca de una trainera
es un banco de galera. Y es más héroe este hombre insignificante, que se juega
humildemente la vida por cada hogaza que comen los suyos, que el que moría, en
el abordaje, entre truenos de bombardas y arcabuces, votos y gritos, hachazos y
cuchilladas "por Dios y por el rey", en una borrachera bélica.
Estos pobres héroes,
tendidos en la playa yerta, frente al cielo acerado de la tarde, un ciclo
signado de gritos y alas; estos pobres héroes, de traje de mahón, son mucho más
héroes que los de cota o hábito cruzado; mucho más héroes que los que dan la
vida por un ideal.
Dar la vida por un ideal
tiene su compensación en la Historia. Pero dar la vida así, por el pan de los
hijos, o por el de la madre anciana, no tiene el heroísmo elemental y
primigenio, el más humano de todos los heroísmos.
El heroísmo del que día a
día va dejando su salud en un tabuco de escritorio para criar a la prole. Y el
heroísmo de estos; que sólo tenían el vario y traidor sendero de la mar, para
buscar su pan. Y un día, el día de ayer, no volvieron más.
Los caminos del mar. los
caminos del monte, los caminos del desierto, de la selva o de la tundra, son
así. Son los caminos viejos del Hombre. Los caminos de los que, a veces, no se
vuelve jamás. A pesar de que a ellos se va con más simpleza que por ningún otro
en busca del pan nuestro de cada día.
V.
LA PRIMERA NOTICIA DEL SUCESO
La primera noticia de esta
catástrofe la recibimos alrededor de las cinco de la tarde.
Nuestro querido amigo
Alonso Velarde se apresuró a comunicárnosla telefónicamente, produciéndonos la
sorpresa y el dolor que es de suponer.
Inmediatamente salimos
para el lugar del suceso.
Ya en San Vicente de la
Barquera apreciamos que la villa estaba sumida en honda consternación.
Todo el vecindario, que
había participado intensamente en los trabajos de salvamento, estaba
identificado en la desgracia, y en tanto que unos, en ofrenda piadosa, velaban
a los marineros muertos, que descansaban sobre unas humildes angarillas en la
modesta capilla, otros, animados de un fuerte espíritu de caridad, consolaban a
los supervivientes.
La impresión de duelo era unánime, y para hacer más tétrica la impresión, las campanas de la iglesia doblaban a muerto.
EL TEMOR DE LOS MARINEROS, JUSTIFICADO
La pesca le sardina se
había dado en los pasados días con tal abundancia, que las tripulaciones do los
barcos pesqueros vizcaínos había escogido este lugar de la costa para sus
operaciones.
El tiempo, durante la
mañana y primeras horas de la tarde de ayer, había empeorado, haciendo temer
por los pescadores que se hallaban en la mar.
Los conocedores de este
peligro y las familias de los pescadores aguardaban, impacientes, los primeros;
con angustia, las segundas, la llegada de las embarcaciones.
Dos de éstas aparecieron
en el horizonte. En aquellos momentos había imponente marejada del Noroeste. La
primera de, aquéllas, valientemente, enfiló al puerto. Fueron unos instantes de
indescriptible angustia. Sin embargo, la embarcación, muy marinera, entró bien,
aprovechando una aletía. La satisfacción se reflejó en todos los semblantes.
La segunda embarcación,
con marineros de aquella tierra, tuvo desgracia al enfilar la barra. La
sorprendió un violento golpe, de mar, y estuvo a punto de naufragar, entre el
espanto de los que aguardaban sobrecogidos.
Y fué a penetrar la "Reina de los Ángeles", de Lequeitio.
SE PRODUCE LA CATASTROFE
El barco, entre aquel
cuadro de terror, trató de penetrar en el puerto.
Toda la gente de la villa,
desde los muelles, desde el castillo, desde los puntos estratégicos de San
Vicente de la Barquera, tenía puestos los ojos en la débil embarcación.
Esta, valerosa, trató de ganar la barra; pero una ola imponente la levantó de popa y jugó con el barco como si éste fuera una pelota. La embarcación dió una, dos, tres vueltas. Se vió cómo los infelices tripulantes se agarraban desesperadamente a la quilla, cómo otros luchaban denodadamente con las olas, y, en pocos instantes, todo el vecindario, con sus autoridades al frente, se dirigió la playa.
TRABAJOS DE SALVAMENTO
No hubo vacilaciones ni
desertó un solo vecino.
Los cafés, los comercios,
los hogares, se quedaron desiertos. Todo el vecindario acudió a la playa. La
resaca era temible; pero formando una cadena humana, los primeros con el agua
hasta el cuello, los siguientes metidos en el mar hasta la cintura, trataron de
rescatar aquellas vidas que luchaban ferozmente contra la muerte.
Algunos, más decididos,
como el patrón del "Marina", Justo Lecue; como el patrón del
"Luis". Pedro Arramarri y como Basilio Velardo y Gervasio Molleda,
con verdadero desprecio de su vida, se lanzaron al mar. Unos llevaban
salvavidas, para ofrecérselos a los náufragos; otros, cabos, para que se amarrasen
aquéllos. Todos ofreciendo su existencia por salvar la de sus semejantes.
Así pudieron sacarse uno,
dos, cinco, siete, diez...
Entre los últimos, después de haber estado luchando con las olas más de una hora, fué sacado Tomás Iturraspi. Su estado era desesperado, El médico le auxilió rápidamente; pero ya era tarde. El infeliz murió instantes después.
RAPIDA CONDUCCION AL PUEBLO
La gente, a medida que se
iba sacando a los náufragos, los iba ofreciendo generosamente sus ropas.
Envueltos en estas eran
conducidos en camionetas, en carros, como se podía, al centro de la villa, La
propietaria de la fonda "La Dolores", doña Dolores González, con
admirable abnegación, cedió desinteresadamente su casa. Y con ésta su
servidumbre, sus ropas, todo.
Pronto los náufragos
fueron auxiliados y atendidos.
Los más serenos se dirigieron al patrón, Víctor Bengochea. Este había estado a punto de perecer. Ya en el mar, la faja se le había soltado, aprisionándolo las piernas e impidiéndole nadar. Cuando, impotente para seguir la lucha, se dejó caer, una ola le echó, providencialmente, en manos de sus salvadores. En cuanto se repuso se le pidió la lista de la tripulación. Se hizo el recuento, y se vió, con espanto, que faltaban cinco hombres.
LOS MARINEROS DESAPARECIDOS
Se volvió a la playa. Se
formó nuevamente la cadena humana. En ésta, con abnegación admirable, formaron
el alcalde, el juez, el cura; todos. Allí, ni había clases ni diferencias de
condición social.
Se buscó a los que faltaban;
pero todo fué inútil.
Cuando ya la gente se
retiraba desconsolada y afligida, el mar echó a la playa otro cadáver. Era el
de Fidel Urquiri.
Los demás quedaron entre
las olas. Mientras, el barco, se desfondaba y quedaba en la playa sobre un
banco de arena.
Mientras tanto, otra
embarcación de San Vicente de la Barquera trataba de ganar el puerto. Desde los
muelles se la hizo señas para que continuase rumbo a Santander. Pero los
tripulantes, al ver sobre el mar a la que había naufragado, desoyendo toda medida
de precaución, acudieron en socorro de los náufragos. Poro ya era tarde. Sin
embargo, la abnegación de los marineros fué tanta, que, ocupando débiles
barquías, estuvieron por los alrededores del lugar del suceso, con verdadera
exposición de sus vidas, buscando a los náufragos.
Mas ya hemos dicho que todo fué inútil.
LOS QUE FORMABAN LA
TRIPULACION
Formaban la tripulación
del "Reina de los Ángeles", de Lequeitio, el patrón, Víctor
Bengochea. Este es actualmente presidente de la Cofradía de Lequeitio, y es
marinero perseguido por la fatalidad. Recientemente, mandando un vapor
pesquero, estalló la caldera, causando varias víctimas. Él se salvó
milagrosamente.
Los demás tripulantes son:
Nicolás Zabala, José Márquez, Francisco Eroa, maquinista y condueño, de la lancha; Juan Urquizaba, Francisco Abastay, Francisco Benal, Pedro Urquiri, Gabino Belansátegui, Cándido Anazabe, Bonifacio Meave, Juan Cruz, Fidel Urquiri, Bernabé Urresti y Tomás Uturraspi.
LOS MARINEROS MUERTOS Y DESAPARECIDOS
Los tripulantes del
"Reina de los Ángeles" muertos y desaparecidos, son los siguientes:
"Muertos: Tomás
Uturraspi, casado, con cuatro hijos. Murió, como antes decimos, cuando ya
estaba sobre la playa, y Fidel Urquiri, soltero. Su cuerpo lo devolvió el mar
media hora después.
Desaparecidos: Cándido
Anazabe, casado, con ocho hijos; Juan Cruz, casado, con ocho hijos, y Bernabé
Urresti, casado, y sin hijos.
Los cuerpos de estos infortunados marineros no habían aparecido cuando nosotros, a las diez de la noche, abandonamos San Vicente de la Barquera.
SACANDO UNA FOTOGRAFIA DEL BARCO
El afán, justificado, de
ofrecer información gráfica de esta horrible catástrofe, nos llevó a la playa
de San Vicente de la Barquera.
Nos acompañaban dos grandes amigos de EL CANTABRICO: Alonso Velarde y Arturo Flores.
El "Reina de los Ángeles"
estaba a unos treinta metros de la orilla. Hubo que salvar la playa, iluminados
desde un montículo próximo con los faros del automóvil, y meter los pies en el
agua.
De vez en cuando, una
ráfaga de niebla espesísima ocultaba al barco de nuestra vista. Otras, las olas
nos obligaban a salir huyendo.
Una de éstas se echó
encima de nosotros tan súbitamente, que, para librarnos de ella, tuvimos que alejarnos
precipitadamente; pero en pie quedaba el trípode, y sobre éste, la máquina. La
fuerte resaca, al volver la ola al mar, se llevó la máquina.
"Samot", al verse despojado de la más eficaz cooperadora de su arte de gran fotógrafo, se lanzó al mar, como si éste le arrebatase uno de sus más caros afectos. Fué inútil que le llamásemos. Nuestro compañero rescató la máquina; pero fué a costa de un remojón.
EN LA CAPILLA DE SAN VICENTE MARTIR
Desde la playa nos
dirigimos a la capilla de San Vicente.
En el centro se había levantado
un severo túmulo. Y cuatro cirios encendidos alumbraban los cuerpos de los infortunados
marineros Tomás Iturraspi y Fidel Urquiri. Los cadáveres estaban cubiertos por
una sábana, y el vecindario rezaba fervorosamente por el eterno descanso de los
pobres tripulantes.
Por respeto al lugar y por
lo tétrico del cuadro, no actuó nuestro fotógrafo.
Sacrificamos la nota de
actualidad y sumamos nuestras oraciones a los del vecindario de San Vicente de
la Barquera por las almas de las víctimas.
HABLANDO CON LOS NAUFRAGOS
Nos trasladamos luego a la
fonda "La Dolores".
Todas las habitaciones
estaban ocupadas por los náufragos.
Antes de entrar se nos
advirtió piadosamente: "No hablen ustedes, para nada, de muertos ni de
desaparecidos. Los supervivientes ignoran la magnitud de la catástrofe, y a
Pedro Urquiri, que ha preguntado diferentes veces por su hermano, se le ha
dicho que ha sido rescatado al mar y que se encuentra en una habitación
próxima. Varias veces ha intentado levantarse para ir a verle, pero se le ha
prohibido; una de las veces, por mandato del médico."
Cumplimos rigurosamente las
consignas
Conversamos con él patrón.
El relato que nos hizo Víctor Bengochea no difiere en nada del que nosotros
hemos hecho de la catástrofe.
Luego nos entrevistamos
con el maquinista y condueño. Francisco Eroa no había querido guardar cama.
Temiendo el grave peligro que supone franquear la barra, realizaba todas las
operaciones sacando por la ventana de la máquina más de medio cuerpo. Guando la
ola volteó á la embarcación, cayó revuelto entre sus compañeros, y poco después
pasaba a los brazos de los salvadores.
Estaba todavía, como los
demás supervivientes con quienes conversamos, bajo la terrible impresión
sufrida.
También hablamos con Pedro
Urquiri. Desconocía el triste fin de su hermano y celebraba haberse salvado de
la muerte. Nunca— nos dice — la vi más cerca.
"Samot", con su
máquina, también "superviviente", tiró aisladamente algunos
magnesios. Y para recoger en aquélla al "pinche" de la embarcación
hubo que envolverle en unas mantas y conducirle a la cama del patrón, que le
abrazó llorando. El pobre niño, después de sostenerse bravamente sobre el agua,
nadando con gran agilidad, pudo ser salvado. Bien es verdad que todos se
preocuparon de él, ayudándole en los momentos de desfallecimiento, que también
los tuvo.
Todos los náufragos nos
hicieron presente su reconocimiento por la hospitalidad del vecindario de San
Vicente de la Barquera.
De no haber sido por su heroísmo nos dan algunos—, hubiéramos perecido todos, absolutamente todos, y los más fuertes acaso hubiésemos ido a morir en la playa.
SE COMUNICA LA CATASTROFE A LEQUEITIO
Con las naturales precauciones,
se comunicó la infausta nueva a Lequeitio.
En la Cofradía produjo la
noticia el efecto que es de suponer.
Desde el teléfono se oían
las lamentaciones desgarradoras de las familias de los náufragos, que
solicitaban insistentemente noticias de los suyos.
Hubo necesidad de pedir
que se pusieran al aparato personas que conservasen la serenidad. "Que se
llore — se dijo — por los muertos, no por los vivos".
Cuando se consiguió aquel
concurso, se dijo que, si hacía falta, en San Vicente de la Barquera, y
gratuitamente, se embalsamaría a los cadáveres.
Se rogó unos momentos de
espera, pues la Cofradía iba a reunirse inmediatamente.
Se contestó que se
agradecía el ofrecimiento, que no se escatimasen gastos, que una representación
de aquélla se ponía en camino; pero que no se haría el traslado de los
cadáveres, para evitar a aquellas familias nuevos momentos de trágica amargura.
En vista de esta contestación, se reunieron las autoridades y personas más significadas de la villa, conviniendo en establecer turnos en la capilla ardiente para volar los cadáveres de los pobres marineros y en preparar el entierro, que se verificará hoy, a las doce de la mañana.
OTROS DETALLES DE LA CATASTROFE
Entré los detalles de más
interés de la catástrofe, que recordamos en esta precipitada información que
hemos tenido que realizar, información salpicada de contratiempos, y de la que
no traemos otros recuerdos gratos que las cariñosas atenciones recibidas de
autoridades y vecinos de San Vicente de la Barquera, figuran los siguientes:
El mar echó a la playa las
redes de la embarcación. Se creyó que entre éstas habría algún cadáver. Se
examinaron para comprobarlo; pero no había ninguno.
También devolvió el mar
algunos cestos, utensilios de la embarcación y las botas de varios tripulantes.
Con todo se hizo un grupo,
del que quedaron al cuidado fuerzas de Carabineros.
El mar, con sus terribles
embates, destrozó la chimenea, la máquina y toda la obra muerta.
Así puede apreciarse en la
fotografía que publicamos.
El alcalde de San Vicente
de la Barquera comunicó la catástrofe al gobernador civil, diciéndole también
que todos los supervivientes quedaban bien atendidos, pues el vecindario se
desvivía en ello.
El general Saliquet
expresó su dolor por la gran desgracia, y anunció que participaría ésta, como
lo hizo inmediatamente, al ministro de la Gobernación."
1899 - RECUERDOS DE LA TIERRUCA, de J. Gutiérrez de Gandarilla
El 14 de septiembre de 1899 se publica en "La Atalaya" el siguiente reportaje, de J. Gutiérrez de Gandarilla, con el título de "Recuerdos de la tierruca". En él hace un repaso, desde la distancia, de las costumbres populares, en las romerías, y otros detalles que venían a su recuerdo, ya que en aquel entonces, el autor, vivía en La Habana.
Por parecerme interesante y curioso acompaño dicha publicación:
"RECUERDOS DE LA TIERRUCA
En esta época da las grandes fiestas populares en la querida Montaña, á 1.600 leguas lejos de ella, y combatido por todos los azares de la suerte, ¿cómo no recordar los tiempos felices en que plácida se deslizó mi niñez correteando por aquellos amenos valles y agrestes campiñas oreadas por las salutíferas brisas del mar Cantábrico?
Las alegres romerías; la extensa verdebraña donde bajo !a sombra de copudos robledales y añosos castaños se celebra la feria; las garridas montañesas que en grupos se dirigen al baile campestre; las encascabeladas panderetas que hábilmente repican con el acompañamiento de los intencionados cantares al ídolo de su amor; la blanca casita que, medio oculta entre los árboles frutales, guarda el tesoro para mi más preciado, mis ancianos padres; el susurro del aire y el serpentear del cristalino arroyuelo por entre bosques y cascadas, todo todo despierta en mí el grato recuerdo de aquel pedazo de tierra española, cuna de mis ensueños y albergue de mis pasadas ilusiones.
¡Las Romerías! Parece que aún tengo grabadas en la retina, y constantemente las estoy viendo, todas y cada una de las figuras que se mueven, bullen y agitan alrededor de la vetusta capilla, en el extenso campo que la circunda, donde se celebra la fiesta.
Aquí, el corro de bolos, en el cual se disputan el premio de vencedores los mozos más afamados del pueblo, contra los forasteros que han venido á la romería.
Su entusiasmo no tiene límites cuando uno de ellos ha sacado el emboque, ó birlado siete bolos con una siega.
Allá, el baile popular de la Montaña, donde las mozas lucen su garbo y hermosura, en medio de sus coloquios de amor con el afortunado que ha de ser su esposo. Con sus trajes de abigarrados colores y sus pañuelos blancos de seda al cuello, parecen bandada de palomas arrullándose en la hora crepuscular.
Más arriba un grupo de viejos tomando el cuartillo ó la media azumbre de vino tinto, recordando los tiempos de su juventud, ó comentando el último sermón del cura de la parroquia.
Abajo, la merienda que los señoritos de la vecina villa han mandado preparar en su casa, para, en unión de los amigos, comérsela entro mil chanzonetas, tumbados sobre el tupido matiz del aromático campo montañés.
En otro lado, las indispensables fruteras, con sus canastas de rojas cerezas, sabrosísimas peras y rosadas ciruelas.
Acá, las rosquilleras con sus puestos de dulces, y mesas para refrescos de limonada y gaseosa.
Allá, el indiano ó el sevillano convidando á la juventud de su pueblo, y por todas partes los muchachos, corriendo, jugando, y luchando unos con otros, en medio de una indescriptible algarabía.
¡Oh, gratos recuerdos de mi niñez pasada! ¡Qué tristes pasan los días lejos de los lares patrios!
El alma se me inunda de gozo al pensar en la inolvidable Montaña, pero las lágrimas acuden á mis ojos y corre insensible la pluma sobre el terso papel al ver que aún está muy lejano el día en que vuelva á tí, tierruca idolatrada.
Reciba en tanto este pequeño recuerdo, que á través de la distancia, y sobre las rizadas olas del terrible Océano que sumisas besan tus acantiladas costas, te envía desde lejanas tierras quien constantemente está pensando en tí,
J. GUTIÉRREZ DE GANDARILLA.
Habana, agosto de 1899."
Por parecerme interesante y curioso acompaño dicha publicación:
"RECUERDOS DE LA TIERRUCA
En esta época da las grandes fiestas populares en la querida Montaña, á 1.600 leguas lejos de ella, y combatido por todos los azares de la suerte, ¿cómo no recordar los tiempos felices en que plácida se deslizó mi niñez correteando por aquellos amenos valles y agrestes campiñas oreadas por las salutíferas brisas del mar Cantábrico?
Las alegres romerías; la extensa verdebraña donde bajo !a sombra de copudos robledales y añosos castaños se celebra la feria; las garridas montañesas que en grupos se dirigen al baile campestre; las encascabeladas panderetas que hábilmente repican con el acompañamiento de los intencionados cantares al ídolo de su amor; la blanca casita que, medio oculta entre los árboles frutales, guarda el tesoro para mi más preciado, mis ancianos padres; el susurro del aire y el serpentear del cristalino arroyuelo por entre bosques y cascadas, todo todo despierta en mí el grato recuerdo de aquel pedazo de tierra española, cuna de mis ensueños y albergue de mis pasadas ilusiones.
¡Las Romerías! Parece que aún tengo grabadas en la retina, y constantemente las estoy viendo, todas y cada una de las figuras que se mueven, bullen y agitan alrededor de la vetusta capilla, en el extenso campo que la circunda, donde se celebra la fiesta.
Aquí, el corro de bolos, en el cual se disputan el premio de vencedores los mozos más afamados del pueblo, contra los forasteros que han venido á la romería.
Su entusiasmo no tiene límites cuando uno de ellos ha sacado el emboque, ó birlado siete bolos con una siega.
Allá, el baile popular de la Montaña, donde las mozas lucen su garbo y hermosura, en medio de sus coloquios de amor con el afortunado que ha de ser su esposo. Con sus trajes de abigarrados colores y sus pañuelos blancos de seda al cuello, parecen bandada de palomas arrullándose en la hora crepuscular.
Más arriba un grupo de viejos tomando el cuartillo ó la media azumbre de vino tinto, recordando los tiempos de su juventud, ó comentando el último sermón del cura de la parroquia.
Abajo, la merienda que los señoritos de la vecina villa han mandado preparar en su casa, para, en unión de los amigos, comérsela entro mil chanzonetas, tumbados sobre el tupido matiz del aromático campo montañés.
En otro lado, las indispensables fruteras, con sus canastas de rojas cerezas, sabrosísimas peras y rosadas ciruelas.
Acá, las rosquilleras con sus puestos de dulces, y mesas para refrescos de limonada y gaseosa.
Allá, el indiano ó el sevillano convidando á la juventud de su pueblo, y por todas partes los muchachos, corriendo, jugando, y luchando unos con otros, en medio de una indescriptible algarabía.
¡Oh, gratos recuerdos de mi niñez pasada! ¡Qué tristes pasan los días lejos de los lares patrios!
El alma se me inunda de gozo al pensar en la inolvidable Montaña, pero las lágrimas acuden á mis ojos y corre insensible la pluma sobre el terso papel al ver que aún está muy lejano el día en que vuelva á tí, tierruca idolatrada.
Reciba en tanto este pequeño recuerdo, que á través de la distancia, y sobre las rizadas olas del terrible Océano que sumisas besan tus acantiladas costas, te envía desde lejanas tierras quien constantemente está pensando en tí,
J. GUTIÉRREZ DE GANDARILLA.
Habana, agosto de 1899."
Por parecerme interesante y curioso acompaño dicha publicación:
"RECUERDOS DE LA TIERRUCA
En esta época da las grandes fiestas populares en la querida Montaña, á 1.600 leguas lejos de ella, y combatido por todos los azares de la suerte, ¿cómo no recordar los tiempos felices en que plácida se deslizó mi niñez correteando por aquellos amenos valles y agrestes campiñas oreadas por las salutíferas brisas del mar Cantábrico?
Las alegres romerías; la extensa verdebraña donde bajo !a sombra de copudos robledales y añosos castaños se celebra la feria; las garridas montañesas que en grupos se dirigen al baile campestre; las encascabeladas panderetas que hábilmente repican con el acompañamiento de los intencionados cantares al ídolo de su amor; la blanca casita que, medio oculta entre los árboles frutales, guarda el tesoro para mi más preciado, mis ancianos padres; el susurro del aire y el serpentear del cristalino arroyuelo por entre bosques y cascadas, todo todo despierta en mí el grato recuerdo de aquel pedazo de tierra española, cuna de mis ensueños y albergue de mis pasadas ilusiones.
¡Las Romerías! Parece que aún tengo grabadas en la retina, y constantemente las estoy viendo, todas y cada una de las figuras que se mueven, bullen y agitan alrededor de la vetusta capilla, en el extenso campo que la circunda, donde se celebra la fiesta.
Aquí, el corro de bolos, en el cual se disputan el premio de vencedores los mozos más afamados del pueblo, contra los forasteros que han venido á la romería.
Su entusiasmo no tiene límites cuando uno de ellos ha sacado el emboque, ó birlado siete bolos con una siega.
Allá, el baile popular de la Montaña, donde las mozas lucen su garbo y hermosura, en medio de sus coloquios de amor con el afortunado que ha de ser su esposo. Con sus trajes de abigarrados colores y sus pañuelos blancos de seda al cuello, parecen bandada de palomas arrullándose en la hora crepuscular.
Más arriba un grupo de viejos tomando el cuartillo ó la media azumbre de vino tinto, recordando los tiempos de su juventud, ó comentando el último sermón del cura de la parroquia.
Abajo, la merienda que los señoritos de la vecina villa han mandado preparar en su casa, para, en unión de los amigos, comérsela entro mil chanzonetas, tumbados sobre el tupido matiz del aromático campo montañés.
En otro lado, las indispensables fruteras, con sus canastas de rojas cerezas, sabrosísimas peras y rosadas ciruelas.
Acá, las rosquilleras con sus puestos de dulces, y mesas para refrescos de limonada y gaseosa.
Allá, el indiano ó el sevillano convidando á la juventud de su pueblo, y por todas partes los muchachos, corriendo, jugando, y luchando unos con otros, en medio de una indescriptible algarabía.
¡Oh, gratos recuerdos de mi niñez pasada! ¡Qué tristes pasan los días lejos de los lares patrios!
El alma se me inunda de gozo al pensar en la inolvidable Montaña, pero las lágrimas acuden á mis ojos y corre insensible la pluma sobre el terso papel al ver que aún está muy lejano el día en que vuelva á tí, tierruca idolatrada.
Reciba en tanto este pequeño recuerdo, que á través de la distancia, y sobre las rizadas olas del terrible Océano que sumisas besan tus acantiladas costas, te envía desde lejanas tierras quien constantemente está pensando en tí,
J. GUTIÉRREZ DE GANDARILLA.
Habana, agosto de 1899."
1906 - CARRETERA DE LA ESTACIÓN A SAN VICENTE
El dos de julio de 1906, se
publica en "El Cantábrico" una noticia sobre una apuesta por un
banquete entre el notario de la villa José Ocampo y, Silverio Pérez industrial,
acerca de la construcción y terminación de la carretera de la estación que éste
último estaba ejecutando como contratista. Dicho artículo dice lo siguiente:
"UN BANQUETE
En San Vicente de la Barquera
En
la acreditadísima fonda que nuestro buen amigo don Silverio Pérez posee en el
pintoresco pueblo de San Vicente de la Barquera, tuvo ayer lugar un banquete,
como festejo por la rápida terminación de la carretera, que une á San Vicente
con la estación del ferrocarril.
El
notario de San Vicente, don José Ocampo, y el contratista, apostaron, al
comenzar las obras, á que éstas no se terminarían antes de fin de julio, lo que
suponía una gran facilidad de comunicaciones para los muchos veraneantes que
ordinariamente acuden á la Barquera. La apuesta consistía en un banquete, y
como la carretera se terminó para el plazo marcado en la apuesta, aquél tuvo
lugar ayer, á costa del señor Ocampo.
Al
banquete se invitó solamente á los periódicos de Santander, pues aquél se hizo
extensivo á festejar la buena marcha del asunto de la barra, y creyeron justo
obsequiar á la prensa por el apoyo que había prestado á las justas aspiraciones
de aquel pueblo.
El
total de los comensales fue el de unos cuarenta y la comida suculenta,
espléndidamente servida, lo que no hace sino confirmar la justa fama que goza
la fonda del amigo Silverio en el arte culinario.
Al
final brindaron los señores Urbano Velarde, Basilio Escandón, Ocampo, Alonso
Velarde, Agustín del Barrio (concejal), Antonio Lara (médico), resumiendo el
digno Alcalde de San Vicente, don Donato Palacios.
Todos
ellos elogiaron en frases elocuentes la actividad desplegada por los
contratistas del primero y segundo trozo de la carretera, señores don Pedro
Bedoya y don Silverio López.
También se habló bastante del asunto del arreglo de la
barra, excitando á los representantes de la Prensa, á que prosiguieran su
campaña hasta conseguir de los Poderes públicos el remedio á la urgente
necesidad sentida.
El
Alcalde leyó una carta del señor Garnica, en la que promete su apoyo para la
resolución del expediente.
Terminado
el acto, durante el cual reinó la más franca cordialidad, los invitados
pasearon por los alrededores, visitando sus sitios más pintorescos, así como la
cetárea del señor Velarde y la magnífica finca llamada El Convento.
Con
la inauguración de la nueva carretera, el pueblo de San Vicente tiene un
poderoso elemento más para el fomento de su progreso, y por ello lo felicitamos
sinceramente, deseando que, para mayor justicia, se termine pronto y á
satisfacción el importantísimo problema de la entrada del puerto."
1771 - SAN VICENTE MÁRTIR (Anécdota)
En una edición de "España Sagrada", tomo XXVI, y que se encuentra en la BNE, he visto este curioso relato sobre un suceso, que narra, acerca del patrón de nuestra Villa, San Vicente mártir y sus reliquias, en presencia, según dice, del escribano y notario público, Juan González de Moneda. (Se reproduce literalmente respetando ortografía).
"21 Para gloria de Dios en sus Santos conviene referir un suceso del tiempo de este Prelado, y en presencia suya, hallándose en S. Vicente de la Barquera (que era de su Diocesis) y estando también alli el Corregidor de las quatro Villas el Capitan Juan de Torres, apareció delante de ellos, y de los Clérigos del lugar, Gonzalo Moran, Pintor, Vecino de Oviedo, dia 24 de Junio á hora de visperas año de 1480. y presentó un hueso de la cabeza de S. Vicente Martyr, que dijo habia llevado de esta Villa trece años antes, poco mas ó menos, con motivo de mandarle hacer una figura del Santo Martyr en bulto, de escultura, por estar muy maltratada la antigua: y hecha la nueva mandó al Oficial quemar la vieja, para evitar algunas indecencias. Quemose toda menos la cabeza, que reducido lo restante a ceniza, perseveró entera: y admirando el suceso, la fué á deshacer con azuela, á cuyos golpes saltó un bulto de brocado con un hueso dentro y cedula que decía ser de la cabeza de S. Vicente Martyr. Guardósele para sí, no quiriendo entregarle al Mayordomo de la Cofradía del Santo, que la gente de mar tiene en aquel lugar desde lo muy antiguo.
22 Traia la Reliquia consigo, y habiendo
cometido un delito, por el qual le prendieron en Leon, pudiendo recelar pena de
muerte, se acordó de la sagrada prenda que tenia consigo, encomendóse muy de
corazon al Santo Martyr y prontamente vió quitados los candados de las cadenas,
y abiertas las puertas de la Carcel; con lo que salió, sin encontrar persona
que le estorbase. Añadió, que en otra ocasion le salieron hombres de acaballo
al camino, y le tiraron seis lanzas, dejandole por muerto: pero no recibió
lesion alguna. Item, que sabiendo el Obispo de Avila, que tenia aquella
Reliquia, le ofreció una gran limosna para su Iglesia de S. Vicente de Oviedo,
pero no se la pudo ceder, por quanto no le querian absolver los Confesores
mientras no la restituyese, como ahora lo hacia: y de ello dió testimonio Juan
Gonzalez de Moneda, Escribano de dicha Villa de S. Vicente de la Barquera, y
Notario público, como asegura el Rmo. Prieto en la Vida del martir S. Vicente."