1899 - RECUERDOS DE LA TIERRUCA, de J. Gutiérrez de Gandarilla

 


El 14 de septiembre de 1899 se publica en "La Atalaya" el siguiente reportaje, de J. Gutiérrez de Gandarilla, con el título de "Recuerdos de la tierruca". En él hace un repaso, desde la distancia, de las costumbres populares, en las romerías, y otros detalles que venían a su recuerdo, ya que en aquel entonces, el autor, vivía en La Habana. 

Por parecerme interesante y curioso acompaño dicha publicación: 

"RECUERDOS DE LA TIERRUCA 

En esta época da las grandes fiestas populares en la querida Montaña, á 1.600 leguas lejos de ella, y combatido por todos los azares de la suerte, ¿cómo no recordar los tiempos felices en que plácida se deslizó mi niñez correteando por aquellos amenos valles y agrestes campiñas oreadas por las salutíferas brisas del mar Cantábrico? 

Las alegres romerías; la extensa verdebraña donde bajo !a sombra de copudos robledales y añosos castaños se celebra la feria; las garridas montañesas que en grupos se dirigen al baile campestre; las encascabeladas panderetas que hábilmente repican con el acompañamiento de los intencionados cantares al ídolo de su amor; la blanca casita que, medio oculta entre los árboles frutales, guarda el tesoro para mi más preciado, mis ancianos padres; el susurro del aire y el serpentear del cristalino arroyuelo por entre bosques y cascadas, todo todo despierta en mí el grato recuerdo de aquel pedazo de tierra española, cuna de mis ensueños y albergue de mis pasadas ilusiones. 

¡Las Romerías! Parece que aún tengo grabadas en la retina, y constantemente las estoy viendo, todas y cada una de las figuras que se mueven, bullen y agitan alrededor de la vetusta capilla, en el extenso campo que la circunda, donde se celebra la fiesta. 

Aquí, el corro de bolos, en el cual se disputan el premio de vencedores los mozos más afamados del pueblo, contra los forasteros que han venido á la romería. 

Su entusiasmo no tiene límites cuando uno de ellos ha sacado el emboque, ó birlado siete bolos con una siega. 

Allá, el baile popular de la Montaña, donde las mozas lucen su garbo y hermosura, en medio de sus coloquios de amor con el afortunado que ha de ser su esposo. Con sus trajes de abigarrados colores y sus pañuelos blancos de seda al cuello, parecen bandada de palomas arrullándose en la hora crepuscular. 

Más arriba un grupo de viejos tomando el cuartillo ó la media azumbre de vino tinto, recordando los tiempos de su juventud, ó comentando el último sermón del cura de la parroquia. 

Abajo, la merienda que los señoritos de la vecina villa han mandado preparar en su casa, para, en unión de los amigos, comérsela entro mil chanzonetas, tumbados sobre el tupido matiz del aromático campo montañés. 

En otro lado, las indispensables fruteras, con sus canastas de rojas cerezas, sabrosísimas peras y rosadas ciruelas. 

Acá, las rosquilleras con sus puestos de dulces, y mesas para refrescos de limonada y gaseosa. 

Allá, el indiano ó el sevillano convidando á la juventud de su pueblo, y por todas partes los muchachos, corriendo, jugando, y luchando unos con otros, en medio de una indescriptible algarabía. 

¡Oh, gratos recuerdos de mi niñez pasada! ¡Qué tristes pasan los días lejos de los lares patrios! 

El alma se me inunda de gozo al pensar en la inolvidable Montaña, pero las lágrimas acuden á mis ojos y corre insensible la pluma sobre el terso papel al ver que aún está muy lejano el día en que vuelva á tí, tierruca idolatrada. 

Reciba en tanto este pequeño recuerdo, que á través de la distancia, y sobre las rizadas olas del terrible Océano que sumisas besan tus acantiladas costas, te envía desde lejanas tierras quien constantemente está pensando en tí, 

J. GUTIÉRREZ DE GANDARILLA.

Habana, agosto de 1899."

Por parecerme interesante y curioso acompaño dicha publicación: 

"RECUERDOS DE LA TIERRUCA 

En esta época da las grandes fiestas populares en la querida Montaña, á 1.600 leguas lejos de ella, y combatido por todos los azares de la suerte, ¿cómo no recordar los tiempos felices en que plácida se deslizó mi niñez correteando por aquellos amenos valles y agrestes campiñas oreadas por las salutíferas brisas del mar Cantábrico? 

Las alegres romerías; la extensa verdebraña donde bajo !a sombra de copudos robledales y añosos castaños se celebra la feria; las garridas montañesas que en grupos se dirigen al baile campestre; las encascabeladas panderetas que hábilmente repican con el acompañamiento de los intencionados cantares al ídolo de su amor; la blanca casita que, medio oculta entre los árboles frutales, guarda el tesoro para mi más preciado, mis ancianos padres; el susurro del aire y el serpentear del cristalino arroyuelo por entre bosques y cascadas, todo todo despierta en mí el grato recuerdo de aquel pedazo de tierra española, cuna de mis ensueños y albergue de mis pasadas ilusiones. 

¡Las Romerías! Parece que aún tengo grabadas en la retina, y constantemente las estoy viendo, todas y cada una de las figuras que se mueven, bullen y agitan alrededor de la vetusta capilla, en el extenso campo que la circunda, donde se celebra la fiesta. 

Aquí, el corro de bolos, en el cual se disputan el premio de vencedores los mozos más afamados del pueblo, contra los forasteros que han venido á la romería. 

Su entusiasmo no tiene límites cuando uno de ellos ha sacado el emboque, ó birlado siete bolos con una siega. 

Allá, el baile popular de la Montaña, donde las mozas lucen su garbo y hermosura, en medio de sus coloquios de amor con el afortunado que ha de ser su esposo. Con sus trajes de abigarrados colores y sus pañuelos blancos de seda al cuello, parecen bandada de palomas arrullándose en la hora crepuscular. 

Más arriba un grupo de viejos tomando el cuartillo ó la media azumbre de vino tinto, recordando los tiempos de su juventud, ó comentando el último sermón del cura de la parroquia. 

Abajo, la merienda que los señoritos de la vecina villa han mandado preparar en su casa, para, en unión de los amigos, comérsela entro mil chanzonetas, tumbados sobre el tupido matiz del aromático campo montañés. 

En otro lado, las indispensables fruteras, con sus canastas de rojas cerezas, sabrosísimas peras y rosadas ciruelas. 

Acá, las rosquilleras con sus puestos de dulces, y mesas para refrescos de limonada y gaseosa. 

Allá, el indiano ó el sevillano convidando á la juventud de su pueblo, y por todas partes los muchachos, corriendo, jugando, y luchando unos con otros, en medio de una indescriptible algarabía. 

¡Oh, gratos recuerdos de mi niñez pasada! ¡Qué tristes pasan los días lejos de los lares patrios! 

El alma se me inunda de gozo al pensar en la inolvidable Montaña, pero las lágrimas acuden á mis ojos y corre insensible la pluma sobre el terso papel al ver que aún está muy lejano el día en que vuelva á tí, tierruca idolatrada. 

Reciba en tanto este pequeño recuerdo, que á través de la distancia, y sobre las rizadas olas del terrible Océano que sumisas besan tus acantiladas costas, te envía desde lejanas tierras quien constantemente está pensando en tí, 

J. GUTIÉRREZ DE GANDARILLA.

Habana, agosto de 1899."

Por parecerme interesante y curioso acompaño dicha publicación: 

"RECUERDOS DE LA TIERRUCA 

En esta época da las grandes fiestas populares en la querida Montaña, á 1.600 leguas lejos de ella, y combatido por todos los azares de la suerte, ¿cómo no recordar los tiempos felices en que plácida se deslizó mi niñez correteando por aquellos amenos valles y agrestes campiñas oreadas por las salutíferas brisas del mar Cantábrico? 

Las alegres romerías; la extensa verdebraña donde bajo !a sombra de copudos robledales y añosos castaños se celebra la feria; las garridas montañesas que en grupos se dirigen al baile campestre; las encascabeladas panderetas que hábilmente repican con el acompañamiento de los intencionados cantares al ídolo de su amor; la blanca casita que, medio oculta entre los árboles frutales, guarda el tesoro para mi más preciado, mis ancianos padres; el susurro del aire y el serpentear del cristalino arroyuelo por entre bosques y cascadas, todo todo despierta en mí el grato recuerdo de aquel pedazo de tierra española, cuna de mis ensueños y albergue de mis pasadas ilusiones. 

¡Las Romerías! Parece que aún tengo grabadas en la retina, y constantemente las estoy viendo, todas y cada una de las figuras que se mueven, bullen y agitan alrededor de la vetusta capilla, en el extenso campo que la circunda, donde se celebra la fiesta. 

Aquí, el corro de bolos, en el cual se disputan el premio de vencedores los mozos más afamados del pueblo, contra los forasteros que han venido á la romería. 

Su entusiasmo no tiene límites cuando uno de ellos ha sacado el emboque, ó birlado siete bolos con una siega. 

Allá, el baile popular de la Montaña, donde las mozas lucen su garbo y hermosura, en medio de sus coloquios de amor con el afortunado que ha de ser su esposo. Con sus trajes de abigarrados colores y sus pañuelos blancos de seda al cuello, parecen bandada de palomas arrullándose en la hora crepuscular. 

Más arriba un grupo de viejos tomando el cuartillo ó la media azumbre de vino tinto, recordando los tiempos de su juventud, ó comentando el último sermón del cura de la parroquia. 

Abajo, la merienda que los señoritos de la vecina villa han mandado preparar en su casa, para, en unión de los amigos, comérsela entro mil chanzonetas, tumbados sobre el tupido matiz del aromático campo montañés. 

En otro lado, las indispensables fruteras, con sus canastas de rojas cerezas, sabrosísimas peras y rosadas ciruelas. 

Acá, las rosquilleras con sus puestos de dulces, y mesas para refrescos de limonada y gaseosa. 

Allá, el indiano ó el sevillano convidando á la juventud de su pueblo, y por todas partes los muchachos, corriendo, jugando, y luchando unos con otros, en medio de una indescriptible algarabía. 

¡Oh, gratos recuerdos de mi niñez pasada! ¡Qué tristes pasan los días lejos de los lares patrios! 

El alma se me inunda de gozo al pensar en la inolvidable Montaña, pero las lágrimas acuden á mis ojos y corre insensible la pluma sobre el terso papel al ver que aún está muy lejano el día en que vuelva á tí, tierruca idolatrada. 

Reciba en tanto este pequeño recuerdo, que á través de la distancia, y sobre las rizadas olas del terrible Océano que sumisas besan tus acantiladas costas, te envía desde lejanas tierras quien constantemente está pensando en tí, 

J. GUTIÉRREZ DE GANDARILLA.

Habana, agosto de 1899."

No hay comentarios:

Publicar un comentario