1928 "EL ARRASTRE"

SAN VICENTE DE LA BARQUERA 

La cuestión del arrastre. 



EL CANTÁBRICO 





Publicado en “El Cantábrico”, el 2 de noviembre de 1928.

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¡Gracias a Dios! Por fin respondieron los que motivos sobrados nos habían dado para sospecharlos atacados de incurable sordera y padeciendo congénita afonía. Rafael Ramos ha hecho el milagro de hacer hablar a esos sordos y mudos, por lo cual le reputamos de hoy más insigne taumaturgo, que, a proponérselo, hará hablar no sólo a los pescadores, sino a los mismos peces del Cantábrico, con lo que podríamos conocer su valiosa opinión en este enrevesado asunto del arrastre. 

A los persistentes requerimientos de R. R. van contestando los distintos gremios, cabildos y cofradías de pescadores de nuestra provincia; los que aún no lo han hecho, seguramente leen con interés los artículos referentes a este asunto, y a su vez, preparan sus contestaciones, y, lo que es más importante, se disponen a obrar con energía y de consuno conforme las circunstancias aconsejen. 

Hoy le toca el turno a San Vicente de la Barquera, y, usando y abusando de la no desmentida hospitalidad de EL CANTABRICO, trataremos de aportar los datos y cifras que poseemos Sobre el embrollado asunto que nos ocupa, y cuya armónica solución interesa en general a toda la provincia. 

Después de leídos los artículos que sobre este tema han ido apareciendo en EL CANTABRICO, nos sobrecoge el temor de que el nuestro vaya a ser mera repetición y calco de los anteriores; temor que, sin embargo, no nos detiene, pues nos figuramos que, aun repitiendo lo dicho por otros, quizá tengamos la suerte de que nuestros lectores encuentren un matiz o punto de vista diferente, que en aquéllos haya pasado desapercibido, o una idea original que, quizá, sin darnos cuenta, se haya deslizado entre el fárrago de lugares comunes y manidos que saldrán de nuestra pluma. 

Condición precisa para resolver satisfactoriamente un problema, es enunciarle y plantearle en debida forma. Intentemos, pues, hacerlo con precisión y claridad, y tendremos mucho adelantado para encontrar la solución adecuada. 

El problema es la honda crisis económica que la clase pescadora de todo el litoral cantábrico padece invariablemente todos los inviernos, de varios años a esta parte, y que en cada uno que pasa se agudiza más y más, hasta el punto de ser estrechez y privaciones en casi todos los hogares, y hambre y negra miseria en no pocos. Causa inmediata de dicha crisis es la falta, casi absoluta de ciertas pescas a que se dedicaban nuestros marineros en, la costera de invierno, singularmente el besugo, la más segura reproductiva en años no muy lejanos. Y como a los procedimientos de arrastre achacan nuestros marineros la comentada escasez, por aquello de "Causa causae, causatum", a dichos mismos procedimientos por parejas y bous empleados hacen culpables del hambre (¿para qué andar con eufemismos?), que se padece en estos pueblos y villas costeras un invierno y otro invierno invariablemente. Queda enunciado el problema cuyos términos vamos a desarrollar y aclarar, a fin de que todo lector imparcial pueda apreciar si la solución que como final propondremos, se ajusta a ellos, y a la justicia, y a la razón y, al buen sentido. 

De la existencia, en primer lugar, de la agudísima crisis económica de que hablamos más arriba no podrá dudar quien quiera que haya atravesado, siquiera sea de pasada, un pueblo pescador en estos meses de invierno. Concretándonos al nuestro (y tenemos la pretensión de que, con ligeras variantes, haremos el retrato de casi todos los de la costa), el hipotético visitante habrá visto, ya acodados en los pretiles de los antiquísimos puentes, ya sentados en las escolleras del puerto, ya vagando como almas en pena por los muelles silenciosos y desiertos, cientos de hombres vistiendo el inconfundible y típico traje de mahón. 

¿Qué hacen? Nadia. Contemplan el eterno flujo y reflujo de las aguas; ven los barcos que siempre les proporcionaron, el cotidiano sustento, tumbados en la arena en posturas perezosas y ridículas, como burlándose de su miseria; alguno que otro mata las interminables horas de forzosa y forzada holganza tratando de capturar, con una caña o un sedal, unos miserables peces que vender para un pedazo de pan. Los que convivimos con estos marineros sabemos que en el hogar de muchos no hay fuego ni pan y que de él huyen por no oír el lamento de los hijos que lo piden. Sabemos que en la tienda deben más de lo que razonablemente podrán pagar en unas cuantas costeras buenas; sabemos que el comerciante, el tendero y el panadero (en, quienes repercute de inmediato la crisis), se vieron precisados a cortar el crédito, sobrado elástico, que les habían abierto; sabemos que ni en la taberna les fían ya el alcohol que, si no remediaba, les hacía olvidar su negra situación. Sabemos que el Gremio se ha empeñado en muchos miles de pesetas, para hacer uno, dos y tres repartos de socorros, que poco o nada remediaron la gran miseria reinante; sabemos que la beneficencia particular se impone grandes sacrificios y acude a muchas necesidades, pero ni a todas las que se conocen, ni mucho menos a las que se presumen...

Si a cualquiera de esos vivientes fantasmas que deambulan a lo largo de las escolleras le preguntáis por qué estando la mar bella, el tiempo sereno y el cielo anunciando bonanza, permanecen ellos ociosos y los barcos amarrados en sus boyas, os contestará que no hay pesca; que no se da este año el besugo; que el barco tal y el barco cual, que, con terquedad y constancia dignas de mayor suerte, han ido un día y otro a las playas, llevan echados en lo que va de costera (diez semanas) menos de diez arrobas. 

No se queda, no, por su gusto en tierra la gente marinera, pues yendo a la mar, en el peor de los casos, cual es el de no pescar, hacen una comida a bordo, y traen para su casa lo que ellos denominan "pillate", pescados de difícil o mala venta, que son, sin embargo, la cena y comida de la familia. Pero el armador, que ha de costear carbón, aceites y la mitad del aparejo y carnadas, echa sus cuentas y advierte que la parte que le toca de una arroba do besugo no compensa los gastos de ir a pescarla. En su consecuencia, amarra el barco, o tantea si a falta de besugo aparece la sardina en las baheras en que se "mata" cuando entra, lo que no ocurre todos los años. 

El marinero no es ni fué nunca previsor; tomando por modelo a la alegre cigarra, nunca imitó a la afanosa y previsora hormiga; no figura la virtud del ahorro entre sus buenas cualidades. No se lo reprochamos, dejando que lo haga quien haya intentado siquiera inculcársela y enseñarle a practicarla. El marinero gasta cuando tiene y cuanto tiene; agota el crédito que lo hacen, y cuando de dinero y crédito carece, ayunan él y los suyos. Con ello queremos decir que estas periódicas crisis económicas, pese a esa misma periodicidad, le cogen siempre desprevenido, y por eso se le hacen más sensibles y dolorosas. 

Veamos ahora si ha sido siempre igual; esto es, si siempre ha ocurrido que, llegado el invierno, la misma falta de pesca haya producido la misma miseria de que ahora es víctima toda la clase pescadora del litoral cantábrico. Si escribiéramos sólo para la mencionada clase social, nos ahorraríamos datos, cifras y argumentos, que para ellos serían ociosos; pero como sospechamos que esta cuestión va interesando, con razón sobrada, a otro gran sector de lectores y público, expondremos unas cifras, cuya elocuencia suplirá la que falte a nuestros argumentos. 

Son datos y cifras que se refieren, exclusivamente, a una sola clase de pesca, la del besugo, y a sólo este puerto de San Vicente de la Barquera en los últimos diez años. Haremos la previa salvedad de que, desde algunos antes del que encabeza la lista, dicha costera estaba ya en franca decadencia. 

      Núm.                              Precio
Años   de    Kilos      Pesetas.      por
      barcos.                                  kilo

1918     7   304.729    246.915       0,81
1919     7   287.312    241.327       0,84
1920     8   249.540    227.400       0,91
1921     9   196.829    198.817       1,01
1922    10   127.450   142.813      1,12
1923    11    85.069     100.867      1,18
1924    12    78.737     117.315      1,49
1925    12    32.559      56.392      1,73
1926    13      6.104      10.946      1,78
1927    14      3.117        6.813      2,19
1928    14        412            919       2,23

Aunque no necesitan comentario las cifras que anteceden, haremos, no obstante, observar a nuestros lectores:

1.º Que a pesar de que de año en año ha ido aumentando, hasta doblarse, el número de barcos que se dedican a esta clase de pesca, sus productos han ido menguando tan a ojos vistas que esos 400 kilos que han entrado en el pasado mes de enero, eran una marca nada más que regular en el mismo mes de hace diez años. 

2.º Que a los cientos de miles de kilos de esos años de relativa abundancia, habría que agregar otra no despreciable partida que los barcos do San Vicente llevaron a Santander, pues era cosa sabida y corriente que cuando una marea pasaba de cincuenta arrobas, ¡a Santander con ella!, pues el mayor precio en aquella Almotacenía compensaba, con creces, el gasto do llevarla. Así, se daba el caso de que la flotilla pesquera de este puerto pescase ella sola más que la de Santander con sus parejas y lanchillas, y hasta 1920 más que todos los otros puertos do la provincia juntos. 

3.° Que el precio del kilo de besugo va en aumento y progresión creciente a medida que disminuye la pesca, fenómeno natural y que en mucha mayor proporción habrá repercutido en las plazas consumidoras, contribuyendo a elevar el índice económico de la vida. 

4.° Que hemos deducido, después de prolijos y escrupulosos cálculos, que hace diez años la costera de invierno, o sea esta del besugo, representaba para cada marinero un ingreso líquido do unas 700 pesetas, comida a bordo y pescado para el arreglo de la casa, como antes decíamos, mientras que hoy todos esos ingresos se han reducido a la nada. Y si a un presupuesto escaso se le quita la tercera parte de sus ingresos, ¿será extraño que la crisis económica se traduzca para estas pobres y sufridas gentes en penuria, hambre y desnudez, como las que estamos viendo y palpando? 

Si el lector ha tenido paciencia para llegar hasta estas líneas, habrá observado cómo hemos planteado los dos primeros términos del problema, a saber: la innegable existencia de una aguda crisis económica y la no menos innegable causa de ella, que no es otra que la falta de una de las más pingües costeras: la del besugo. 

Y como el remedio, aunque sea urgente (pues el hambre no admite espera), no es cosa que pueda improvisarse en unos días, en un segundo y último artículo, que procuraré sea meditado y razonado, trataremos de demostrar lo que está en el ánimo de todos. Trataremos, decimos, de demostrar cómo la comentada escasez, mejor dicho, la falta absoluta de algunas pescas, es originada por los procedimientos de arrastre por "parejas" y "bous"; que dichas embarcaciones han resultado al fin víctimas de sus propias artes, realmente, propondremos la solución o soluciones que nos parecen más razonables, y... Dios sobre todos. 

A. FLORES 

San Vicente, febrero de 1928. 

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