1929 - LAS TRAGEDIAS DEL MAR, (Naufragio del "Reina de los Ángeles")

 

El cuatro de diciembre de 1.929 se publica en "El Cantábrico, el siguiente y largo reportaje que parte de la noticia del naufragio del pesquero "Reina de los Ángeles" y que protagoniza las páginas primera y segunda, de dicho diario, con fotografía que acompañamos.



Aprovechando unos segundos, en que las olas dejaron de pegar sobre el "Reina de los Ángeles", del que aquéllas han barrido la chimenea y la obra muerta, nuestro fotógrafo consiguió esta difícil fotografía. Una ola, rencorosa, le arrebató la máquina, tras la que salió "Samot", consiguiendo recuperársela al mar; pero a costa de un chapuzón. — El señalado con el número 1 es el patrón, Víctor Bengochea, al que persigue la fatalidad. — El número 2 es el patrón del "Marina", Justo Lecue, que abnegadamente se lanzó al mar en socorro de los náufragos. — El señalado con el número 3 es Pedro Urquiri, que ignoraba, cuando se le retrató, el triste fin de su pobre hermano. — El que tiene el número 4 es el pinche de la embarcación, y el 5, el maquinista y condueño, Francisco Eroa, que se salvó milagrosamente.

(Fotos Samot.) 

  

"LAS TRAGEDIAS DEL MAR 

Al pretender salvar la barra del puerto de San Vicente de la Barquera, una ola imponente hace naufragar a una embarcación.

Cinco marineros perecen ahogados, dejando huérfanas a veinte criaturas. 

Los dramas del marinero de la costa. 

Estos dramas del marinero de la costa tienen un terrible perfil patético. Ese perfil es la tierra quien lo presta. La tierra adusta, pero maternal, que reclama sus hombres con las hondas voces desgarradas de sus entrañas.

Y luego, el mar, plomo hervoroso en la mañana de ayer, que tira de los hombres y de los barcos, tan chiquitos, tan miserables.

Lo que grita en la costa no es el mar. Lo que grita es la tierra. La mar, sin la costa, es muda. Cuando a cientos de millas se arbola y se encrespa, es mayestática y solemne. La mar no grita. Grita la tierra, humanizada y materna.

Y esta tierra, frente a las barras de las villas marineras, grita más, grita y gime sin consuelo. Se enronquecen las fallas y los arrecifes Si la tierra pudiera avanzar su seno lo avanzaría para acoger al marinero, al hombre, al hijo...

Pero el Hombre tiene que entregar, por los siglos de los siglos, su tributo.

Estos hombres de las villas infanzonas de la costa Cantábrica, nietos de navegantes y de soldados, que rigieron naves gloriosas del rey y que han entregado su vida en todos los mares del mundo, rinden el tributo hoy desde sus humildes naves subsidiarias, donde se gana duramente el sustento.

Cada banca de una trainera es un banco de galera. Y es más héroe este hombre insignificante, que se juega humildemente la vida por cada hogaza que comen los suyos, que el que moría, en el abordaje, entre truenos de bombardas y arcabuces, votos y gritos, hachazos y cuchilladas "por Dios y por el rey", en una borrachera bélica.

Estos pobres héroes, tendidos en la playa yerta, frente al cielo acerado de la tarde, un ciclo signado de gritos y alas; estos pobres héroes, de traje de mahón, son mucho más héroes que los de cota o hábito cruzado; mucho más héroes que los que dan la vida por un ideal.

Dar la vida por un ideal tiene su compensación en la Historia. Pero dar la vida así, por el pan de los hijos, o por el de la madre anciana, no tiene el heroísmo elemental y primigenio, el más humano de todos los heroísmos.

El heroísmo del que día a día va dejando su salud en un tabuco de escritorio para criar a la prole. Y el heroísmo de estos; que sólo tenían el vario y traidor sendero de la mar, para buscar su pan. Y un día, el día de ayer, no volvieron más.

Los caminos del mar. los caminos del monte, los caminos del desierto, de la selva o de la tundra, son así. Son los caminos viejos del Hombre. Los caminos de los que, a veces, no se vuelve jamás. A pesar de que a ellos se va con más simpleza que por ningún otro en busca del pan nuestro de cada día.

V. 

 

LA PRIMERA NOTICIA DEL SUCESO 

La primera noticia de esta catástrofe la recibimos alrededor de las cinco de la tarde.

Nuestro querido amigo Alonso Velarde se apresuró a comunicárnosla telefónicamente, produciéndonos la sorpresa y el dolor que es de suponer.

Inmediatamente salimos para el lugar del suceso.

Ya en San Vicente de la Barquera apreciamos que la villa estaba sumida en honda consternación.

Todo el vecindario, que había participado intensamente en los trabajos de salvamento, estaba identificado en la desgracia, y en tanto que unos, en ofrenda piadosa, velaban a los marineros muertos, que descansaban sobre unas humildes angarillas en la modesta capilla, otros, animados de un fuerte espíritu de caridad, consolaban a los supervivientes.

La impresión de duelo era unánime, y para hacer más tétrica la impresión, las campanas de la iglesia doblaban a muerto. 

EL TEMOR DE LOS MARINEROS, JUSTIFICADO 

La pesca le sardina se había dado en los pasados días con tal abundancia, que las tripulaciones do los barcos pesqueros vizcaínos había escogido este lugar de la costa para sus operaciones.

El tiempo, durante la mañana y primeras horas de la tarde de ayer, había empeorado, haciendo temer por los pescadores que se hallaban en la mar.

Los conocedores de este peligro y las familias de los pescadores aguardaban, impacientes, los primeros; con angustia, las segundas, la llegada de las embarcaciones.

Dos de éstas aparecieron en el horizonte. En aquellos momentos había imponente marejada del Noroeste. La primera de, aquéllas, valientemente, enfiló al puerto. Fueron unos instantes de indescriptible angustia. Sin embargo, la embarcación, muy marinera, entró bien, aprovechando una aletía. La satisfacción se reflejó en todos los semblantes.

La segunda embarcación, con marineros de aquella tierra, tuvo desgracia al enfilar la barra. La sorprendió un violento golpe, de mar, y estuvo a punto de naufragar, entre el espanto de los que aguardaban sobrecogidos.

Y fué a penetrar la "Reina de los Ángeles", de Lequeitio. 

SE PRODUCE LA CATASTROFE 

El barco, entre aquel cuadro de terror, trató de penetrar en el puerto.

Toda la gente de la villa, desde los muelles, desde el castillo, desde los puntos estratégicos de San Vicente de la Barquera, tenía puestos los ojos en la débil embarcación.

Esta, valerosa, trató de ganar la barra; pero una ola imponente la levantó de popa y jugó con el barco como si éste fuera una pelota. La embarcación dió una, dos, tres vueltas. Se vió cómo los infelices tripulantes se agarraban desesperadamente a la quilla, cómo otros luchaban denodadamente con las olas, y, en pocos instantes, todo el vecindario, con sus autoridades al frente, se dirigió la playa. 

TRABAJOS DE SALVAMENTO 

No hubo vacilaciones ni desertó un solo vecino.

Los cafés, los comercios, los hogares, se quedaron desiertos. Todo el vecindario acudió a la playa. La resaca era temible; pero formando una cadena humana, los primeros con el agua hasta el cuello, los siguientes metidos en el mar hasta la cintura, trataron de rescatar aquellas vidas que luchaban ferozmente contra la muerte.

Algunos, más decididos, como el patrón del "Marina", Justo Lecue; como el patrón del "Luis". Pedro Arramarri y como Basilio Velardo y Gervasio Molleda, con verdadero desprecio de su vida, se lanzaron al mar. Unos llevaban salvavidas, para ofrecérselos a los náufragos; otros, cabos, para que se amarrasen aquéllos. Todos ofreciendo su existencia por salvar la de sus semejantes.

Así pudieron sacarse uno, dos, cinco, siete, diez...

Entre los últimos, después de haber estado luchando con las olas más de una hora, fué sacado Tomás Iturraspi. Su estado era desesperado, El médico le auxilió rápidamente; pero ya era tarde. El infeliz murió instantes después. 

RAPIDA CONDUCCION AL PUEBLO 

La gente, a medida que se iba sacando a los náufragos, los iba ofreciendo generosamente sus ropas.

Envueltos en estas eran conducidos en camionetas, en carros, como se podía, al centro de la villa, La propietaria de la fonda "La Dolores", doña Dolores González, con admirable abnegación, cedió desinteresadamente su casa. Y con ésta su servidumbre, sus ropas, todo.

Pronto los náufragos fueron auxiliados y atendidos.

Los más serenos se dirigieron al patrón, Víctor Bengochea. Este había estado a punto de perecer. Ya en el mar, la faja se le había soltado, aprisionándolo las piernas e impidiéndole nadar. Cuando, impotente para seguir la lucha, se dejó caer, una ola le echó, providencialmente, en manos de sus salvadores. En cuanto se repuso se le pidió la lista de la tripulación. Se hizo el recuento, y se vió, con espanto, que faltaban cinco hombres. 

LOS MARINEROS DESAPARECIDOS 

Se volvió a la playa. Se formó nuevamente la cadena humana. En ésta, con abnegación admirable, formaron el alcalde, el juez, el cura; todos. Allí, ni había clases ni diferencias de condición social.

Se buscó a los que faltaban; pero todo fué inútil.

Cuando ya la gente se retiraba desconsolada y afligida, el mar echó a la playa otro cadáver. Era el de Fidel Urquiri.

Los demás quedaron entre las olas. Mientras, el barco, se desfondaba y quedaba en la playa sobre un banco de arena.

Mientras tanto, otra embarcación de San Vicente de la Barquera trataba de ganar el puerto. Desde los muelles se la hizo señas para que continuase rumbo a Santander. Pero los tripulantes, al ver sobre el mar a la que había naufragado, desoyendo toda medida de precaución, acudieron en socorro de los náufragos. Poro ya era tarde. Sin embargo, la abnegación de los marineros fué tanta, que, ocupando débiles barquías, estuvieron por los alrededores del lugar del suceso, con verdadera exposición de sus vidas, buscando a los náufragos.

Mas ya hemos dicho que todo fué inútil. 

LOS QUE FORMABAN LA TRIPULACION 

Formaban la tripulación del "Reina de los Ángeles", de Lequeitio, el patrón, Víctor Bengochea. Este es actualmente presidente de la Cofradía de Lequeitio, y es marinero perseguido por la fatalidad. Recientemente, mandando un vapor pesquero, estalló la caldera, causando varias víctimas. Él se salvó milagrosamente.

Los demás tripulantes son:

Nicolás Zabala, José Márquez, Francisco Eroa, maquinista y condueño, de la lancha; Juan Urquizaba, Francisco Abastay, Francisco Benal, Pedro Urquiri, Gabino Belansátegui, Cándido Anazabe, Bonifacio Meave, Juan Cruz, Fidel Urquiri, Bernabé Urresti y Tomás Uturraspi. 

LOS MARINEROS MUERTOS Y DESAPARECIDOS 

Los tripulantes del "Reina de los Ángeles" muertos y desaparecidos, son los siguientes:

"Muertos: Tomás Uturraspi, casado, con cuatro hijos. Murió, como antes decimos, cuando ya estaba sobre la playa, y Fidel Urquiri, soltero. Su cuerpo lo devolvió el mar media hora después.

Desaparecidos: Cándido Anazabe, casado, con ocho hijos; Juan Cruz, casado, con ocho hijos, y Bernabé Urresti, casado, y sin hijos.

Los cuerpos de estos infortunados marineros no habían aparecido cuando nosotros, a las diez de la noche, abandonamos San Vicente de la Barquera. 

SACANDO UNA FOTOGRAFIA DEL BARCO 

El afán, justificado, de ofrecer información gráfica de esta horrible catástrofe, nos llevó a la playa de San Vicente de la Barquera.

Nos acompañaban dos grandes amigos de EL CANTABRICO: Alonso Velarde y Arturo Flores.  

El "Reina de los Ángeles" estaba a unos treinta metros de la orilla. Hubo que salvar la playa, iluminados desde un montículo próximo con los faros del automóvil, y meter los pies en el agua.

De vez en cuando, una ráfaga de niebla espesísima ocultaba al barco de nuestra vista. Otras, las olas nos obligaban a salir huyendo.

Una de éstas se echó encima de nosotros tan súbitamente, que, para librarnos de ella, tuvimos que alejarnos precipitadamente; pero en pie quedaba el trípode, y sobre éste, la máquina. La fuerte resaca, al volver la ola al mar, se llevó la máquina.

"Samot", al verse despojado de la más eficaz cooperadora de su arte de gran fotógrafo, se lanzó al mar, como si éste le arrebatase uno de sus más caros afectos. Fué inútil que le llamásemos. Nuestro compañero rescató la máquina; pero fué a costa de un remojón. 

EN LA CAPILLA DE SAN VICENTE MARTIR 

Desde la playa nos dirigimos a la capilla de San Vicente.

En el centro se había levantado un severo túmulo. Y cuatro cirios encendidos alumbraban los cuerpos de los infortunados marineros Tomás Iturraspi y Fidel Urquiri. Los cadáveres estaban cubiertos por una sábana, y el vecindario rezaba fervorosamente por el eterno descanso de los pobres tripulantes.

Por respeto al lugar y por lo tétrico del cuadro, no actuó nuestro fotógrafo.

Sacrificamos la nota de actualidad y sumamos nuestras oraciones a los del vecindario de San Vicente de la Barquera por las almas de las víctimas.

HABLANDO CON LOS NAUFRAGOS 

Nos trasladamos luego a la fonda "La Dolores".

Todas las habitaciones estaban ocupadas por los náufragos.

Antes de entrar se nos advirtió piadosamente: "No hablen ustedes, para nada, de muertos ni de desaparecidos. Los supervivientes ignoran la magnitud de la catástrofe, y a Pedro Urquiri, que ha preguntado diferentes veces por su hermano, se le ha dicho que ha sido rescatado al mar y que se encuentra en una habitación próxima. Varias veces ha intentado levantarse para ir a verle, pero se le ha prohibido; una de las veces, por mandato del médico."

Cumplimos rigurosamente las consignas 

Conversamos con él patrón. El relato que nos hizo Víctor Bengochea no difiere en nada del que nosotros hemos hecho de la catástrofe.

Luego nos entrevistamos con el maquinista y condueño. Francisco Eroa no había querido guardar cama. Temiendo el grave peligro que supone franquear la barra, realizaba todas las operaciones sacando por la ventana de la máquina más de medio cuerpo. Guando la ola volteó á la embarcación, cayó revuelto entre sus compañeros, y poco después pasaba a los brazos de los salvadores.

Estaba todavía, como los demás supervivientes con quienes conversamos, bajo la terrible impresión sufrida.

También hablamos con Pedro Urquiri. Desconocía el triste fin de su hermano y celebraba haberse salvado de la muerte. Nunca— nos dice — la vi más cerca.

"Samot", con su máquina, también "superviviente", tiró aisladamente algunos magnesios. Y para recoger en aquélla al "pinche" de la embarcación hubo que envolverle en unas mantas y conducirle a la cama del patrón, que le abrazó llorando. El pobre niño, después de sostenerse bravamente sobre el agua, nadando con gran agilidad, pudo ser salvado. Bien es verdad que todos se preocuparon de él, ayudándole en los momentos de desfallecimiento, que también los tuvo.

Todos los náufragos nos hicieron presente su reconocimiento por la hospitalidad del vecindario de San Vicente de la Barquera.

De no haber sido por su heroísmo nos dan algunos—, hubiéramos perecido todos, absolutamente todos, y los más fuertes acaso hubiésemos ido a morir en la playa. 

SE COMUNICA LA CATASTROFE A LEQUEITIO 

Con las naturales precauciones, se comunicó la infausta nueva a Lequeitio.

En la Cofradía produjo la noticia el efecto que es de suponer.

Desde el teléfono se oían las lamentaciones desgarradoras de las familias de los náufragos, que solicitaban insistentemente noticias de los suyos.

Hubo necesidad de pedir que se pusieran al aparato personas que conservasen la serenidad. "Que se llore — se dijo — por los muertos, no por los vivos".

Cuando se consiguió aquel concurso, se dijo que, si hacía falta, en San Vicente de la Barquera, y gratuitamente, se embalsamaría a los cadáveres.

Se rogó unos momentos de espera, pues la Cofradía iba a reunirse inmediatamente.

Se contestó que se agradecía el ofrecimiento, que no se escatimasen gastos, que una representación de aquélla se ponía en camino; pero que no se haría el traslado de los cadáveres, para evitar a aquellas familias nuevos momentos de trágica amargura.

En vista de esta contestación, se reunieron las autoridades y personas más significadas de la villa, conviniendo en establecer turnos en la capilla ardiente para volar los cadáveres de los pobres marineros y en preparar el entierro, que se verificará hoy, a las doce de la mañana. 

OTROS DETALLES DE LA CATASTROFE 

Entré los detalles de más interés de la catástrofe, que recordamos en esta precipitada información que hemos tenido que realizar, información salpicada de contratiempos, y de la que no traemos otros recuerdos gratos que las cariñosas atenciones recibidas de autoridades y vecinos de San Vicente de la Barquera, figuran los siguientes:

El mar echó a la playa las redes de la embarcación. Se creyó que entre éstas habría algún cadáver. Se examinaron para comprobarlo; pero no había ninguno.

También devolvió el mar algunos cestos, utensilios de la embarcación y las botas de varios tripulantes.

Con todo se hizo un grupo, del que quedaron al cuidado fuerzas de Carabineros.

El mar, con sus terribles embates, destrozó la chimenea, la máquina y toda la obra muerta.

Así puede apreciarse en la fotografía que publicamos.

El alcalde de San Vicente de la Barquera comunicó la catástrofe al gobernador civil, diciéndole también que todos los supervivientes quedaban bien atendidos, pues el vecindario se desvivía en ello.

El general Saliquet expresó su dolor por la gran desgracia, y anunció que participaría ésta, como lo hizo inmediatamente, al ministro de la Gobernación."

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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