1896 - SAN VICENTE DE LA BARQUERA - por el profesor RAFAEL TORRES CAMPOS - (Segunda parte, Boletín del 30 de noviembre de 1896)
Segunda y última entrega sobre el escrito del profesor Rafael Torres Campos
en los Boletines de la "Institución Libre de Enseñanza", números 438
y 440 del 30 de septiembre y 30 de noviembre de 1896, Secretario general de la
Sociedad geográfica, un artículo sobre San Vicente, del que ofrecemos la
segunda parte que dice así:
"La iglesia -en que tal vez pensó Pérez Galdós al hacer la descripción de la abadía de Ficóbriga, en Gloria,- está formada con retazos de muy diversas épocas; tiene elementos y detalles de cuatro o cinco siglos.
Por Real cédula de 3 de Abril de 1248, D. Alfonso VII, y su mujer Doña Leonor "hacen donación a Miguel, su escribiente y amado criado, de la iglesia y los dos tercios de los diezmos por los días de su vida, con obligación de que haga la referida iglesia y la provea de clérigos, lámparas, campanas, ornamentos y todas las cosas necesarias." Servirá entonces de parroquia, no estando habilitado el templo hoy principal de la villa, la capilla románica bajo la advocación de San Vicente, situada junto al puente, que la tradición, con motivo, hace más antigua que la iglesia (1). Santa María se construye en el estilo gótico. Los siglos XIV, XV y XVI, han dejado en el templo numerosas huellas. Los últimos años del siglo XV y los primeros del XVI, constituyen un período importante en la construcción, durante el cual se levantan el crucero, la capilla mayor y la del inquisidor Corro.
(1) Reconstruida sin duda, conserva la actual dos antiguos capiteles.
De notar son en las fachadas de S. y O. lienzos de muro de carcomida piedra, y, sobre todo, dos interesantes portadas románicas. Como este estilo no acaba rigurosamente, según a veces con error se piensa, en el siglo XII, bien podían ser posteriores a la carta de D. Alfonso VIII, y más si se tiene en cuenta que la fecha de 1248 es era, no año, y equivale, por tanto, al año 1210 después de J.C.; pero no forme, en rigor, sistema con la construcción gótica. Al hacer ésta se aprovechó, sin duda, fábrica antigua e inspirada en el anterior estilo. Explicase por la existencia de un templo principiado la aparente antinomia que resulta de la citada carta, según la cual se hace donación de la iglesia, y se impone el deber de reedificarla.
El interés capital del templo está en la capilla de San Antonio de Padua, de patronato de la ilustre familia del Corro reedificada por D. Antonio del Corro, canónigo de Sevilla primero, inquisidor apostólico más tarde, y "preclaro varón en virtudes y nobleza digno de perpetua memoria," según reza el epitafio del peregrino sepulcro que contiene sus restos. Junto a éste, se halla el de sus padres con estatuas yacentes estimables del siglo XV; pero quedan eclipsadas por la admirable figura del inquisidor, que, recostada sobre el brazo derecho en almohadón verdaderamente muelle, lee un libro que sostiene con la mano izquierda. La perfección del dibujo, la gracia sin afectación de la postura, la firmeza en la ejecución, la naturalidad, la soltura y la riqueza en el plegado de los paños, y la expresión de inteligencia y dulzura de aquel rostro singular, hacen de la desconocida obra, a nuestro juicio, una de las importantes escultóricas que del Renacimiento hay en España. El inquisidor muere en 1556; poco posterior es su efigie. Escasos datos hay acerca de ella. Después de revolver muchos papeles, sólo he hallado una indicación que concuerda con el carácter de la obra: dícese que la estatua vino de Sevilla, y fue hecha en Italia; en otra parte se menciona a Génova como punto de procedencia. Pertenece, en efecto, a este segundo estilo de la escultura italiana del siglo XVI que se propone la imitación de Miguel Ángel, e incurre con frecuencia en el efectismo, cuyo más alto representante es Juan de Bolonia, y en el cual trabajan en Génova, Montorsoli y Guillermo della Porta (1). La urna, harto más descuidada, tiene dos ángeles de medio relieve que sostienen cartelas con estas leyendas: "El que está aquí sepultado, no murió" "Que fue partida su muerte para la vida."
Fundación del inquisidor fue el hospital de la Concepción, instalado en bellísimo edificio al lado de la iglesia, que acusa notablemente el influjo en el antiguo estilo de la arquitectura del cinquecento. Se han perdido allí las proporciones y las molduras góticas; domina la línea horizontal en lugar del sistema vertical de los últimos siglos de la Edad Media, y los arcos de varios centros, elípticos y canopiales, alternan con las ventanas rectangulares y las puertas de adovelados medios puntos.
Menos gracia, si más purismo y corrección clásica, tiene la llamada casa del Inquisidor, no lejana, en la cual las formas del Renacimiento no se combinan ya con otras, si no dominan en absoluto. Los huecos rectangulares, tienen pilastras y cornisamentos decorativos, y están coronados por frontones.
Más allá del puente de Mazas, en una ladera sombreada por soberbias encinas y dominando el panorama de la ría y de la alta mar, está el convento franciscano de San Luís, fundado en aquellos tiempos en que el estilo gótico, próximo a desaparecer, hizo manifestación ostentosa de sus primores (2).
Ruinoso, abierto por todas partes a los agentes atmosféricos, y abandonado por completo hace muchos años, la vegetación ha hecho de él presa, produciendo por todas partes aquella rica flora cantábrica maravillosos efectos decorativos. La hiedra y la zarzaparrilla europea, forman tapices de verdura de una gracia en el dibujo, una variedad de matices y una riqueza de color que no alcanzaron nunca los artistas flamencos en sus orlas. Las vigas del claustro, mal sujetas y desprendidas á trechos, cuando han recogido en el desplome alguna tierra, son jardines suspendidos en que los helechos, las ortigas, y varios tipos de crucíferas, producen deliciosas siluetas.
(1) Habiendo tenido ocasión de visitar a Génova y de ver las obras del retablo de la Catedral con posterioridad a la redacción de este trabajo, no vacilo en atribuir a los hermanos della Porta (Guillermo y Hacobo) el sepulcro de San Vicente.
(2) Se erigió en 1468.
La nave es hoy un bosque espesísimo en el que cuesta gran trabajo penetrar. La piedra de las bóvedas ojivales derrumbadas, la madera de los retablos y de los santos, y los restos de los muertos, depositados en un tiempo en próximo osario decorado con calaveras, han hecho sobre el pavimento montañas cubiertas de arbustos corpulentos y espeso follaje. Pero oculta éste tantas profanaciones, que a poco que se remueva la tierra se tropieza con restos de imágenes que recibieron culto en los altares. Aquello es una página elocuente de lo que ha sido la desamortización en España.
El templo más venerado y que tiene verdadera celebridad es el de la Virgen de la Barquera, situado a 800 pasos del pueblo, a la orilla de la ría, cerca de un grupo de añosas encinas, y dominando un paisaje incomparable cuyos elementos son la alta mar, la dilatada mancha de agua limpia y tranquila de la ría, los dos grandes puentes que atraviesan los brazos en que ésta se divide - sobre todo el de la Maza del siglo XVI reformado, que es de 28 ojos- el pueblo tendido pintorescamente en anfiteatro al pie de la iglesia y del castillo, hermosas praderas donde quiera y cuestas cubiertas de manzanos, y allá a lo lejos, el soberbio fondo de los picos de Europa, dominados por las crestas blancas de las Torres de Cerredo y de Cambión, la Peña de Moñas y el Naranjo de Bulnes.
Tiene la _Virgen de la Barquera tradición famosa, que encuentro minuciosamente referida en papeles que conserva el mayorazgo de la casa del Corro, y que daré en extracto.
En edades remotísimas, que cálculos y suposiciones de algunos hacen ascender a la época en que los sectarios de Mahoma se apoderaron de la Palestina y lugares santos, los vecinos de San Vicente vieron dirigirse hacia la población una barca misteriosa no tripulada por hombre alguno, sin vela, remos ni timón y rodeada de una aureola luminosa, que venía de alta mar a la ría, y, pasando bajo el puente que la cruzaba, se dirigía hacia la población de San Vicente, nombrada así entonces, puesto que recibió el nombre de la Barquera a principios del siglo XIII, por habérselo dado D. Alfonso VIII, haciendo referencia a la santa imagen y a la prodigiosa manera como había llegado. La barca se detuvo; clero y pueblo salieron a hacerse cargo de la merced extraordinaria que Señor les otorgaba. Entrando los sacerdotes en la misteriosa barca, hallaron en ella la efigie de la Madre de Dios, que había elegido aquel punto para recibir culto.
Resolviese edificar una ermita, que fue levantada con los cantos que las rocas arrojaban a la playa, y quisieron sirviera de altar un trozo de roca de un escollo, que poco tardó en verse rodeado de exvotos, áncoras, navecillas, maromas y otros objetos que atestiguaban los favores recibidos en los peligros del mar y en otras penalidades. Como la barca se consideraba un objeto muy precioso y venerado, fue suspendida de la bóveda de la ermita, y es fama que aquella, como el barquito actual que la reemplazó, señalaba las variaciones del tiempo, apuntando con la proa al que ha de reinar con dos o tres días de anticipación.
Hoy ni Virgen, ni barca, ni capilla antigua existen; todo es reciente. Hubo de chocarme tanta innovación, y deseoso de comprobar la antigüedad de la leyenda, me dediqué con ardor a revolver papeles de la parroquia, del municipio y de la casa del Corro. Con poca fortuna trabajé en mi rebusca. Ni un documento, ni una cita auténtica, ninguno de esos medios de prueba a que da valor la crítica, me deparó la suerte; sólo testimonios modernos, afirmaciones vagas y envueltas en nebulosidades pude encontrar. Habla la tradición de Alfonso VIII, y creí resuelto el problema al caer en mis manos la copia de un documento de este monarca en que se mencionaba la Barquera; era una donación del sitio sin referencia alguna a la Virgen. Empeñábame más y más en mi investigación, y comenzaba a abrigar dudas sobre el objeto de ella, cuando leí en el periódico Le Temps un precioso artículo de Anatole France sobre bendición de una barca de Saint Valery, que me hizo pensar en lo ingrato que podría resultar mi trabajo. Después de referir de ingeniosa manera la ceremonia, y de analizar, en el terreno que podríamos llamar posisivo, ciertas fórmulas unidas en ocasiones a aquel piadoso acto, como el riego del nuevo casco con una botella de vino, para desarmar al destino si fuera adverso, concluía con una seria reflexión, haciendo notar que tales prácticas y creencias constituyen el más eficaz camino por el cual puede entrar el elemento religioso e ideal de la vida de ciertas pobres gentes, y que la existencia de un pescador, sería verdaderamente sombría si no viese de vez en cuando un pedazo de cielo entreabierto por la leyenda, algo que levante su ánimo de la triste realidad en que se mueve. Tiene razón el ilustre autor de La vie hors Paris, las prácticas populares de sentido profundo, las tradiciones extraordinarias, y, sobre todo, las de carácter piadoso, constituyen un sagrado, al cual no se debe atentar en modo alguno. En las penalidades y angustias que constituyen la épica vida del marinero de San Vicente; en aquellas largas horas de desaliento en que, después de penosísima faena, recorren la costa, sin hallar, por el estado de las rías y el peligro que ofrece la entrada de los puertos, abrigo para sus embarcaciones, y algún descanso para sus fustigados y maltrechos cuerpos; en los frecuentes casos en que la galerna, al tomar un puerto o atravesar una barra, amenaza con la muerte; cuando en la costera del bonito sus frágiles e inseguras lanchas se alejan a 20 ó 30 leguas de tierra, hasta perder de vista los Picos de Europa, en busca de un mar tempestuoso donde coger, con inminente riesgo de su vida, una pesca que les proporcione ganancia de 8 reales diarios, y en lucha sin tregua con el temporal, pasan días enteros sin comer, porque un momento de descuido expone al naufragio, ¿qué podría sostenerlos y reemplazar las esperanzas de salvación que infunde el recuerdo de la Virgen de la Barquera? No, no se debe quitar, a título de depurar la leyenda, un átomo de prestigio a aquella imagen discutiendo sus orígenes, ni una sola probabilidad a la exactitud puntual de lo que se cuenta.
Cerca de San Vicente, en el término de Santillán, hay un curioso sitio donde puede formarse cabal idea de las costas bravas del Norte: la gruta del Cuegle ó del Cúlebre. La pendiente es abrupta, el batir de las olas tremendo, la descomposición del terreno rápida. Como la caliza cretácea alterna allí con margas muy arenosas y deleznables, hay grandes derrumbamientos, y se forman profundas oquedades. Una de ellas, es la citada caverna, donde habitaba un horrible monstruo, al cual tenían que entregar un tributo cada año, los de Santillán, una doncella para que la devorase, como medio de librarse de mayores males. Una vez fue designada como víctima por la suerte, una muchacha muy singularmente devota de Santiago; invocó con fervor á su Santo Patrón en el momento crítico de arrojarse sobre ella el Culebre y apareciendo aquél, la salvó y ahuyentó para siempre al monstruo. Los campesinos de los alrededores hacen fijar la atención en una indudable señal de la aparición del Santo Apóstol: las impresiones de los pies de su caballo. Y existe, en efecto, algo que da idea de gigantescas herraduras: las requienias, fósiles característicos del horizonte geológico. ¡Lástima que las frecuentes visitas de naturalistas a aquel sitio vayan consumiendo las numerosas herraduras del caballo de Santiago!
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