1928 - EL PUERTO DE SAN VICENTE DE LA BARQUERA

0
COM

 


El puerto de San Vicente de la Barquera y, concretamente, su entrada en la barra, ha sido fuente de reivindicaciones y exigencias que, los marineros, Cofradía y vecinos hicieron a lo largo y ancho de los últimos años del siglo XIX y primera mitad del pasado siglo XX. El 30 de junio de 1928, en la Revista “España Marítima”, se publicó el siguiente trabajo sobre nuestro puerto: 

“EL PUERTO DE SAN VICENTE DE LA BARQUERA 

NOTAS HISTÓRICAS

El puerto de San Vicente de la Barquera, capital del Distrito marítimo, Habilitado de Aduana, con comercio de exportación, importación, cabotaje y altura, está situado en el extremo más occidental de la provincia de Santander. 

La estación del ferrocarril dista un kilómetro de la población, que es cabecera de Partido Judicial, y cuenta con Sindicato Agrícola, Pósito de Pescadores, Telégrafo, Teléfono automático. Banco, dos compañías de energía eléctrica, canalización de agua. Balneario y fábricas de conservas y salazón. 

Es un magnífico puerto natural de refugio, de un kilómetro cuadrado de superficie completamente aprovechable y limitada por los puentes Nuevo y de la Maza, este último de treinta y dos ojos y cuatrocientos ochenta metros de longitud. 

En los siglos XIII y XV era el único puerto de esta parte de la provincia habilitado para la exportación e importación y se dedicaba exclusivamente a la construcción de naves y al comercio con Levante. Su importancia marítima fue grande. En él se cargaban las ricas maderas de esta comarca, muchas de ellas eran almacenadas en nuestros arsenales y se emplearon en la construcción de unidades de nuestra antigua marina de guerra. Hasta hace menos de un siglo eran tan importantes estos cargamentos, que se estableció en él, durante muchos años, una comisión de Marina, para el recibo, clasificación, fletamento y abono. 

Con sus navíos, fueron los habitantes de San Vicente de la Barquera, en el siglo XIII, a la toma de Sevilla, por lo cual figura en su escudo un navío a toda vela rompiendo una cadena, en recuerdo de la rotura del puente de barcas sujetas con cadenas que había en el Guadalquivir. En aquellos tiempos se dice llegó a tener más de 7.000 vecinos. 

Su decadencia data desde que se fundó el pueblo de Comillas al otro lado del Cabo Oyambre, en el año 1483, con parte de su vecindario y unida es la disminución de población con la del tráfico, originada por efectuarse entonces la comunicación de Asturias con Castilla por Santander, dio lugar a que se resintiera la vida comercial del puerto. 

Más adelante, al empezar a emplearse en las construcciones navales el hierro y el acero, flaqueó hasta llegar a ser nulo su comercio de maderas. 

Al inaugurarse hace pocos años el paso del Ferrocarril del Cantábrico por sus cercanías, sufrió el puerto otro tremendo golpe, pues el ferrocarril se llevó todo el comercio de cabotaje y la Real Compañía Asturiana dejó de embarcar mineral en el cargadero que en él tenía, llevándole por tren al de La Requejada. 

Sólo quedaban ya al puerto sus riquezas naturales, consistentes en magnífica pesca y bancos de ostras, y mariscos aguas arriba de los puentes, pero al concederse para dedicarlas a la agricultura (como si la comarca estuviese falta de tierras de pasto y labor) dos grandes superficies de marismas y cerrarse con muros, se perdieron los magníficos bancos, los criaderos naturales y terrenos sumergidos que servían de pasto a los peces, disminuyéndose grandemente la velocidad de las corrientes, empezaron los cegamientos de los canales, de las rías y la acumulación de arenas en la barra. 

DESCRIPCIÓN DEL PUERTO 

El puerto está abierto al Norte y dotado naturalmente de dos bocas con barras, separadas una dé la otra por las peñas Mayor y Menor. Entrando hacia el Oeste está el canal principal, que, pasando por el muelle y fondeadero de La Barquera, conduce al muelle de la Villa y atravesando el Puente Nuevo forma la llamada ría del Peral, que se interna aguas arriba cinco kilómetros (ahora por impedírselo el muro de la marisma sólo es navegable 600 metros). El otro canal conduce, pasando por el puente de la Maza, desde donde se llama ría de Villegas o del Barcenal, al barrio de este nombre, remontándose ocho kilómetros navegables. 

Es fácil formarse idea de la gran importancia de este magnífico puerto natural, fijándose en su especial situación de hallarse colocado entre los de Gijón y Santander, que distan entre sí 83 y 30 millas respectivamente. Es el único abordable con el mal tiempo, en el citado trozo de costa, y seguro y capaz para resguardarse en él cientos de barcos de pesca. Mayor importancia que la de refugio se le ha reconocido, cuando sin influencia de ninguna clase, pues bien se comprende por la verídica historia que de él narramos, que siempre estuvo y continúa huérfano de protectores, se le declaró de interés general, por Real Orden de 4 de Agosto de 1926, por reunir los requisitos necesarios para ello y las obras que en él se efectúen, y su conservación son fáciles y quedan bien resguardadas. 

Actualmente el puerto se encuentra cegado de arena y fango, la boca de la barra Oeste, a medio cerrar por un muro, la del Este cubierta de arenas, el raquítico muelle sin alumbrar, siquiera durante la noche, las embarcaciones varadas sobre la arena y su peligrosa salida para la pesca supeditadas al momento en que floten y tengan agua suficiente en el canal y en la barra. Este triste espectáculo, y más triste aún el del regreso de las embarcaciones con mal tiempo, hace veinticinco años que viene ocurriendo diariamente sin que nadie lo remedie. 

Los pescadores, únicos interesados y paganos actualmente de este estado de cosas, fueron además, siempre juguete de la política que con sugestivas promesas de arreglarles la barra y el puerto, les arrancaba los votos, dejándolos luego en la estacada. 

PROYECTOS Y DESILUSIONES 

Se dice, que, no por gestiones de Diputados, ni por iniciativa oficial, sino por influencia de un contratista, hace unos catorce años, consiguió se hiciera el expediente y se le adjudicaran las obras para cerrar la barra del Oeste, sin preocuparse del cegamiento de la del Este. No fue esta solución del agrado de pescadores y marinos que se conformaban con una obra más práctica, sencilla y económica, que consistía en que se dragara el canal, y se diese un poco más de calado a la barra del Oeste. 

Esta barra, que, como decíamos, hace catorce años que empezó a cerrarse, mide una longitud de doscientos metros y hasta la fecha sólo se han cerrado cincuenta. Las personas que entienden algo de estas cuestiones marítimas, no podrán concebir que en obra de tan poca importancia y extensión, que tiene además cimiento natural de roca, y abundante cantera al pie de la obra, en la Punta del Castillo, pueda invertirse ese lapso de tiempo, ni haciéndolo a propósito, y de continuarse así, es fácil deducir, matemáticamente, que su duración será de cuarenta y dos años más. 

Pero lo grave del caso, es que esos trabajos no resuelven ya el problema, pues cada día es más necesario dragar la barra del Este, el canal principal y el puerto, y dotarlo de alumbrado y demás servicios necesarios para ponerlo a la altura de las necesidades actuales. Además, las obras son ya ineludibles; lo demandan las vidas de los pescadores y la seguridad de sus embarcaciones, que no pueden continuar así indefinidamente, no debiendo olvidarse que se viene pidiendo hace veinticinco años, y el día de mañana, cuando ocurra alguna desgracia, no cabrá alegar ignorancia.

Es frecuente y vergonzoso que en el verano, sobre todo, durante la pesquera del bonito, se vean obligados a quedarse en la mar, sin poder tomar el puerto, más de cien vapores de Guipúzcoa y Vizcaya, por no atreverse a entrar por la barra, escarmentados de las pérdidas de hélices y timones que suelen tener todos los años y el peligro que corren sus vidas. 

Los pescadores del puerto, más duchos, como es natural, en entrar y salir de él, tienen también a veces que demorar su entrada hasta tener agua, pues en sitios que había antes 3 y 4 metros de profundidad sólo queda ahora un decímetro. 

Hace unos quince años, el vapor «DURO» de la Compañía A. López de Haro, de la matrícula de Gijón y de mil toneladas de carga, navegaba, arrollado por un temporal, por aquella costa, y siéndole imposible abrirse de ella, se decidió a tomar el puerto de refugio de San Vicente de la Barquera (no hay otro, como hemos dicho, entre Gijón y Santander), y no sólo pasó la barra y el canal perfectamente, sino que reviró, a pesar de su eslora de 70 metros, y quedó amarrado en él, hasta que pasó el temporal, librándose de una pérdida segura, pues de no haber tenido en su derrota este verdadero puerto de refugio, aún abordable en aquella época, se hubiera estrellado en la costa aquella noche, aconchado por la mar, que no le permitía alejarse de ella. ¡Desgraciado del buque, no ya de mil toneladas, sino de ciento, que intentase tonar hoy el puerto como lo hizo el vapor «DURO»! El refugio del puerto cada día es más irrisorio, debido a su abandono. 

EL POSITO PIDE EL ARREGLO DEL PUERTO. 

En Noviembre último, el Pósito de Pescadores pidió una vez más el arreglo del puerto, exponiendo su actual y lamentable estado, así como la paralización de las obras de la barra y pidiendo con urgencia solamente aquellas inaplazables, por afectar a la seguridad de sus vidas; pues bien: hace seis meses que el expediente se halla, como otros tantos, durmiendo en alguna oficina, sin que nada lo resuelva. 

La triste odisea de este puerto no para aquí, sino que en lugar de atenderse a las demandas de sus necesidades, mejorándose su situación actual se le mermen las ventajas recientemente concedidas, pues por Real Orden de 24 de Febrero, se le rebaja de puerto de interés general a puerto de refugio, sin duda para darle la primera categoría a otros puertos.

No nos explicamos las razones para que las playas abiertas se declaren puertos de interés general, pero menos que se declare también a ERMIGNA, playa, rada o puerto que no he podido encontrar en ninguna Geografía, Diccionario Marítimo, Enciclopedia ni Derrotero, pero que figura como tal en la página 1.226 de la Gaceta de Madrid, número 56, del 25 de Febrero de 1928, como puede verse. Esto es probablemente un error que hay que rectificar poniendo en vez de ERMIGNA, SAN VICENTE DE LA BARQUERA, pues entre los puertos de segundo orden no creo exista otro que por sus ventajas aquí expuestas tenga mayor derecho a esa clasificación y que se dé a sus obras el impulso que necesitan y que es hora ya de que se empiecen unas y se terminen las de la barra. 

De la expresada relación de puertos de interés general, publicada en la Gaceta, conviene hacer notar la profusión de ellos concedidos a algunas provincias marítimas, en relación con la extensión de costa que ocupan, así como de la importancia de alguno de ellos. 

La de Asturias mide 120 millas aproximadamente y tiene cuatro puertos de dicha categoría, que son: Gijón-Musel, Aviles, San Esteban de Pravia, Luarca Y Navia, entre estos dos últimos hay 7 millas, y entre Luarca y San Esteban 15 millas. 

La provincia marítima de La Coruña tiene 95 millas de extensión y cuenta con cuatro de estos puertos: La Coruña, Ferrol, Cariño y Puebla del Caramiñal. 

Guipúzcoa tiene 25 millas de extensión y dos puertos: Pasajes y San Sebastián. 

Palma de Mallorca, 140 millas de extensión y cuatro puertos: Palma, Andrait, Soller y Alcudia.

Santander, 70 millas de extensión y el solo puerto de Santander, y como dista de Gijón 83 millas, es toda esta extensión de costa la que queda cerrada a los buques de todas clases y abandonados, por consiguiente, a su suerte en los temporales, mientras San Vicente de la Barquera no se ponga en las condiciones debidas de poderse tomar fácilmente, dragando su barra del Este, el canal y el puerto. 

El Pósito de Pescadores es también merecedor de ello, pues los socios que lo constituyen llevan luchando para conseguirlo más de treinta y cinco años, y a pesar de las dificultades y peligros que cada día son mayores, para el ejercicio de su industria, han aumentado, sin embargo, su flota, que entre vapores, traineras, de motor y barquillas de motor, para la pesca de la langosta, suma un número bastante importante, que anualmente extraen del mar pesca por valor de más de un millón de pesetas, única riqueza e industria de la Villa. 

Como esta situación debe haber llegado a conocimiento del Gobierno por medio de sus Juntas Ciudadanas, es de esperar que el Ministro de Fomento, no tarde en disponer lo conveniente para que resplandezca la justicia y el bienestar de los pescadores y vecinos de San Vicente de la Barquera, que le quedarán eternamente agradecidos.

1884 - CARLOS V Y LA CORRIDA DE TOROS EN SAN VICENTE DE LA BARQUERA

0
COM

 


El dos de junio de 1884 se publicó en "El Burladero" la segunda parte de un reportaje sobre "el toreo antiguo", y por citar en él a Carlos V, la visita y estancia en San Vicente, y en particular sobre la corrida de toros que el Emperador pudo contemplar en nuestra Villa, me parece interesante reproducir dicho artículo que dice así: 

"TOREO ANTIGUO 

(Conclusión.) 

» Y cuando el animal les ha corrido un buen rato y ellos han dado bastante entretenimiento á los espectadores, de miedo de que la bestia no hiera ó mate malamente á alguno de los de la cuadrilla, la cortan los jarretes con sus chafarotes, con lo cual el toro se ve obligado á arrastrarse y por último á echarse por no poderse tener más sobre sus piernas; matándole después y arrastrándole fuera, para repetir la fiesta con otro bicho y ver cuál es el peor de la ganadería, ó el que ha dado más juego. Así como lo habéis oído tienen lugar las corridas de toros.» 

Como V. ve, mi querido Palacio, nada habla el cronista de capotes, nada dice de la suerte de espada, lo cual me hace creer que los toreros la llevaban en vez de capa, y que una vez desjarretado el toro, lo mecharían como Dios les diera á entender. Por lo demás, eso de tirarse al suelo para que el animal pase por encima del diestro, eso de acosar al toro para que se aburra y no sepa á quien atender ni adonde acudir, eso de tirarle las banderillas, todo eso, digo, creo que se verifica hoy del mismo modo que en los tiempos de Carlos V, lo cual demuestra que la gente del oficio es amante de las tradiciones del arte. 

Siguió el Emperador su camino, y siguieron, como era natural las fiestas de toros, y así fué que en San Vicente de la Barquera, donde S. M. tuvo que detenerse catorce días á causa de la enfermedad que le sobrevino, hubo su correspondiente función, pero esta tuvo otros atractivos que las anteriores, no sólo por el sitio donde se verificó, sino por la clase del espectáculo que indudablemente debió impresionar á nuestro flamenco según lo detalladamente que de él da cuenta. 

Algunos días después de la llegada del Rey Nuestro Señor á San Vicente, los de la población «hicieron cercar un paraje en medio de un gran terreno donde el mar llega dos veces al día, para dar en él unas corridas de toros delante de S. M., y esta diversión tuvo lugar una hora larga después de haberse retirado el mar. Allí se vio varias veces á un joven castellano, valiente, y sobre si el cual á pié firme esperaba á un toro caliente y en el más furioso estado que puede imaginarse, cuyo toro venía á todo correr sobre el joven para destrozarle con los cuernos. Pero cuando el muchacho se veía muy cerca del toro que casi le embestía, entonces se echaba sobre los cuernos; después le sujetaba y apretaba el cuello entre sus brazos y la bestia con gran fuerza levantaba el hombre sobre su cabeza y entre los cuernos. Pero á fuerza de tenerle cogido y apretado entre los brazos, el toro se veía obligado á caer con el muchacho que diestro en su juego, cuando se veía en tierra con el animal, le tenía diestramente con los cuernos en la arena, hasta que se levantaba, echaba á correr y quedaba en salvo antes que la bestia le hubiese podido molestar. Por todo «esto el muchacho fué tenido por mozo gentil, valiente y muy diestro.» 

Como V. vé, la suerte que hoy es patrimonio de los pegadores portugueses, lo era hace tres siglos y medio de los castellanos. Todavía podría continuar citando algunas corridas más por aquella época, pero como no añaden novedad á lo expuesto, creo que podemos dar por terminado este curioso relato; convencido como estoy de que habrá agradado á V. su contenido por las dos razones que detallaba al principio de esta carta. 

Con lo cual y reproduciendo mis protestas de impenitente en lo que se refiere al espectáculo, me reitero de V. con la mayor consideración como su afectísimo amigo que le quiere y B. S. M. 

Manuel de Foronda.

Madrid 24 de Mayo de 1884."

1889 - NAUFRAGIO DEL WESTFALIA

0
COM


 

El seis de Febrero de 1889 se da cuenta en "El Atlántico" de una serie de telegramas referentes a la noticia del naufragio del vapor inglés "Westfalia" y al día siguiente, 7 de febrero, se publica el reportaje del corresponsal en San Vicente, Sr. Arenas. A continuación se aporta la información que comentamos y que dice así: 

"SECCION DE NOTICIAS. 

Un naufragio. 

Durante el temporal que antes de anoche, como en las anteriores, descargó en nuestra costa, naufragó en ella el vapor inglés Westfalia, acerca de cuyo siniestro telegrafiaron ayer nuestro corresponsal de San Vicente de la Barquera y las autoridades de Marina y locales, y el jefe del puesto de la guardia civil. 

Hé aquí los aludidos telegramas: 

Director ATLÁNTICO. 

San Vicente de la Barquera 5. — 2 t. 

Anoche se perdió en esta costa un vapor de nacionalidad desconocida hasta ahora; embarrancando en la playa, entre Cabo Oyambre y San Vicente de la Barquera. 

La autoridad de Marina, así como las de la localidad, acudieron todas al lugar del naufragio, y allí continúan. 

Arenas. 

*** 

Director ATLANTICO. 

San Vicente de la Barquera 5.— 4 t. 

Ei vapor embarrancado entre Cabo Oyambre y San Vicente es el inglés Westfalia. Han sido salvados 17 de sus tripulantes, habiendo perecido otros 3. De los salvados 3 están heridos de consideración: prestándoseles auxilios convenientes. 

El Westfalia navegaba de Huelva para Glasgow con cargamento de esparto y mineral de cobre. El buque queda embarrancado. 

Arenas. 

*** 

El Ayudante de Marina al Comandante. 

San Vicente 5.—10,40 m. 

Acábase averiguar vapor perdido es el Westfalia. Vénse tripulantes y espérase salvarlos en bajamar. 

*** 

San Vicente 5.— 2'3.5 t.

Salvados del vapor Westfalia 17 tripulantes, tres de ellos muy enfermos; y otros tres perecieron. 

El Alcalde al Gobernador. 

***

San Vicente de la Barquera 5. — 9'20 m. 

Anoche embarrancó un vapor en la proximidad al punto llamado Cabo Oyambre, de esta costa, cuya bandera se ignora, y del cual, efecto del gran temporal, nada pudo hacerse en obsequio de la tripulación que trae. Hoy se espera que se podrá salvarlos. Sobre cuyo extraño suceso espero noticias de un momento á otro, las cuales comunicaré seguidamente. 

Sargento de la Guardia civil al Gobernador: 

*** 

San Vicente de la Barquera 5. — 10,46m. 

Vapor Westfalia embarrancó ayer, ocho noche. El comandante del puesto se personó con fuerza franca. Vénse tripulantes. Espérase salvarlos á la bajamar. 

Alcalde al Gobernador. 

*** 

San Vicente 5. — 2 t. 

En este momento entran en esta villa 17 náufragos del vapor Westfalia, tres heridos, y muy débiles los demás. V. S., señor Gobernador puede consultar ó ponerse de acuerdo con cónsul inglés y telegrafiarme qué hago con ellos. 

*** 

San Vicente 5.— 4'10 t. 

Los diecisiete hombres salvados se encuentran instalados y auxiliados en la fonda, y atendidos cual corresponde por facultativos los cuatro heridos de alguna consideración. El vapor, si la mar se mejorase, pudiera salvarse, aunque con averías, mandando remolcadores. Su cargamento es de esparto que procede de Huelva: iba con dirección á Inglaterra; y otros tres perecieron. 

Sargento guardia civil á Gobernador. 

*** 

San Vicente 5. — 5 t. 

Salvados quince y tres heridos; y tres náufragos que se ignora su paradero. Vapor sin averías. 

Se encuentran en esta villa protegidos y auxiliados por autoridad. Se prestan todos auxilios. 

El señor Gobernador civil dispuso anoche que en su nombre se dieran gracias al alcalde de San Vicente de la Barquera y al comandante del puesto de la guardia civil, por los esfuerzos hechos en socorro de los náufragos y por los auxilios que se les presta en aquel pueblo.

***

Desde San Vicente de la Barquera. 

Febrero 5.

Sr. Director de EL ATLANTICO. 

De prisa y corriendo, porque sale el correo, voy á ampliar los detalles que comuniqué á V. por telégrafo acerca del naufragio del vapor inglés Westfalia, ocurrido en estas playas, anoche á las ocho próximamente. 

El Westfalia navegaba de Huelva con rumbo á Liverpool, con cargamento de esparto y mineral de cobre. 

Sorprendido por el reciente temporal, venía luchando con él desde hace días, hasta que imposibilitado de hacer uso de la máquina, por falta de carbón, tuvo que recurrir al aparejo; pero rifadas todas sus velas por el huracán, quedó sin gobierno y atravesado á las mares que le barrían la cubierta, arrojándole sobre la costa á unas dos millas de este puerto, cerca del Cabo de Oyambre en el sitio denominado Merón. 

Antes de embarrancar el Westfalia, la tripulación hizo las señales de auxilio disparando dos cohetes. Acudieron inmediatamente á la playa el ayudante de Marina de este puerto, el cabo de mar y algunos marineros, así como el juez de instrucción, el registrador de la Propiedad, don José Martínez, autoridades locales y otras personas. La noche estaba tempestuosa, soplaba fuerte viento del N. N. E. El ayudante, seguido de varios marineros que se ofrecieron á acompañarle, con agua hasta la cintura y amarrados con cuerdas que los pusieran en comunicación con los de tierra, á fin de evitar el peligro de ser arrastrados por la mar, se acercaron al costado del buque, dando fuertes gritos para avisar á los tripulantes; pero nadie contestaba, ni aparecía persona alguna sobre cubierta; visto lo cual, y siendo imposible abordar el buque, volvieron todos á la playa, donde permanecieron en observación, dispuestos á acudir de nuevo en socorro de los náufragos, si aparecían éstos. 

A las dos de la madrugada se distinguieron dos ó tres personas sobre cubierta, que desaparecieron en el instante. En tanto avanzaba la mañana; y volvieron á su empresa los individuos de que antes hice mención, aproximándose otra vez al costado del Westfalia y repitiendo sus gritos, á !os cuales acudieron sobre cubierta varios marineros. 

Empezaba ya á bajar la marea, y dieron principio las operaciones del salvamento de la tripulación, que se componía de 20 individuos, de los cuales la mar se había llevado 3: el cocinero, un marinero y un muchacho. Los 17 restantes fueron salvados por medio de cuerdas que ilevaban los de tierra y que se ajustaron con otras lanzadas desde el buque, por las cuales fueron deslizándose aquellos infelices, auxiliados por el generoso esfuerzo de las personas antes dichas, el vista de la Aduana don Juan Abascal, el alférez retirado don Manuel Bueno, don Antonio Gómez, y otros varios que rivalizaron en aquella ruda faena. No faltó tampoco allí el virtuoso sacerdote don José Alvarez, coadjutor do esta parroquia. 

Tres de los náufragos estaban heridos, de más ó menos gravedad, y fueron inmediatamente auxiliados por los médicos don Máximo Pérez y don Juan Sánchez, en la fonda á donde todos aquéllos fueron trasladados por disposición del alcalde, proporcionándoseles alimento, fuego y camas, con todo lo demás necesario para restablecerse de las terribles fatigas pasadas. 

Arenas. 

En la mañana de hoy saldrá para San Vicente de la Barquera el vapor Hércules y probablemente irá también á aquel punto otro remolcador de Bilbao, con objeto de remolcar, si es posible, al vapor Westfalia, embarrancado cerca del Cabo Oyambre."


1900 - POR CARRETERA. (Apuntes de viaje desde Madrid a Santander)

0
COM

 


En el año 1.900 se publica en Madrid el libro titulado "Por carretera", (Apuntes de viaje desde Madrid a Santander, por el autor Miguel de Asúa y Campos), obra que está disponible en la BNE en formato digital, y en sus capítulos X y XI, con que finaliza, se dedica a narrar las impresiones de su acercamiento desde Cabezón de la Sal, Treceño y visita a San Vicente de la Barquera. El relato es un poco largo pero merece la pena seguirle y descubrir la cantidad de curiosidades y detalles que el autor va desgranando en los siguientes términos:

 "Atraviesa á Cabezón de la Sal la carretera, y como el calificativo expresa bien claro, en esta antigua villa-—que conserva, aunque no muchas, blasonadas viviendas— se secaba la sal en grandes cantidades, viéndose aún restos de los antiguos secaderos.

Es su más útil particularidad hoy la de terminar en esta, villa la línea del ferrocarril Cantábrico, que habrá de llegar á Asturias más pronto ó más tarde, y satisfacer con esto grandes necesidades mercantiles, poniendo en comunicación dos provincias que tanto se asemejan, por su historia, su suelo y sus costumbres.

A las seis de la tarde salimos para San Vicente de la Barquera. A los cinco kilómetros, como á mitad del camino que debíamos recorrer, tropezamos con Treceño, (1) «Paredes desmoronadas, cercas rotas, piedras esparcidas, son en Treceño, testimonios vivos de población más grande; de que no es título usurpado el de villa, que en los registros lleva, cuando el viajero le da ingenuamente el de aldea. Las yedras hallaron en estos  parajes substancia provechosa y alimento; sus troncos gruesos y entretejidos dicen la antigüedad de las ruinas, y sus pomposos tallos, esmaltados de corimbos negros, albergue y pasto de pájaros cantores, guarnecen la esbelta ojiva de un puente, cubren los blasones de muchos solares y envuelven el desbaratado almenaje  de la torre fuerte, alzada en medio del poblado, á la vera del camino.»

(1) Amos Escalante (Juan García), Costas y Montañas. 

Cuéntase de esa torre una leyenda en  que juegan papel principal tiernos amores, interrumpidos por el feudal Señor de esa comarca.

Es la historia de todas las leyendas; es el argumento de muchas óperas; es la realidad de un tiempo de nobles y siervos; es la época terrible de las más injustas y tremendas desigualdades.

Prendóse el Señor de la citada torre  (el bajo ó el barítono), de una doncella (la primera tiple), quizás la más hermosa que en el pueblo había, y requeríala de amores tan de continuo y con tales ofrecimientos, amenazándola, caso de no acceder á sus deseos, con tan grandes rigores á ella y su familia, que al ñn cayó la joven en los lazos con que la persiguiera el noble que ofrecía regalos ó amenazas y tenía poder para cumplir sus ofertas.

Era galán de esa doncella, un mozo del pueblo (el tenor), que medio loco de pena, herido en sus más queridos sentimientos, vagaba sin rumbo por valles y colinas, lanzando continuos lastimeros quejidos. Pasaba una vez el triste mozo frente al portón que á la noble vivienda daba entrada, y como le hallara abierto, entróse por él en ansias de ver á la mujer de sus sueños; subió la escalera de piedra, y como en el primer aposento que encontrara, viese apoyado sobre el alféizar de la ventana á su odiado feliz rival, que llevaba colgante á la cintura riquísimo puñal, llegóse al Señor, cogióle por el cuello con la siniestra mano, y empuñando en la otra el desnudo puñal que de la cintura le arrebatara, hundiósele varias veces en el corazón.

Quedóse el noble con los brazos hacia afuera, sujeto á la ventana y apoyados los hombros en su marco, rígido, por haberse quedado sin sangre poco á poco, según se fué saliendo por las profundas heridas que el enamorado galán le había producido, y, rebasando el marco, corrióse por la pared desde la ventana, formando hoy todavía, una desvanecida mancha que parece rojiza grieta, abierta en el vetusto y ennegrecido muro, (1) «Sobre la trágica ventana cuelgan en notante pabellón las trepadoras: por el labrado hueco entran y salen las golondrinas, huéspedes de la deshabitada torre, y del alféizar bajan negros rieles hondamente estampados en la piedra; quizás son restos de las lluvias, quizás huellas de la sangre vertida por el vengativo aldeano.»

(1) Costas y Montañas

En Treceño nació Fray Antonio de  Guevara, obispo que fué, y cronista del emperador Carlos V, gran predicador de la paz en aquellos revueltos tiempos de las germanías y comunidades, que acabaron con la muerte de los revoltosos comuneros, en Castilla, y los de la hermandad, en Valencia.

En 1627, el rey Felipe III concedió á Don Luis Ladrón de Guevara, señor de Treceño, desde los tiempos más remotos, los títulos de Conde de Escalante y Vizconde de Treceño.

Dejamos atrás este histórico punto, y los de «La Madrid y La Revilla», y empezamos á ver desde lo alto, cubriéndola después desigualdades y revueltas del camino, para volver á aparecer sin ocultarse más, con toda su originalidad, con su artístico puente y su monumental iglesia, la villa de San Vicente de la Barquera, una de las que con Santander, Castro-Urdiales y Laredo, formaban las cuatro villas de la Montaña, á cuya sombra todos los demás pueblos de la cántabra región se cobijaban.

 


Figúrate lector que has cruzado el puente de Maza, que has pasado sobre sus treinta y dos arcos, recorriendo los quinientos metros que tiene de uno á otro extremo, y que estás al otro lado de la ría. Frente por frente, verás, dominando el mar encajonado en el puerto y con sus galerías abiertas al mediodía y levante, un convento de franciscanos, edificado, como sus hermanos, de limosna—según Gouza, — en 1468.

Sobre él ejercían patronato los Guevara, que aún conservan preeminencias de lugares en ciertas fiestas, y un aposento que lleva por nombre «la celda de los Guevara».

Dejando á la izquierda el convento, se sigue una anchurosa calzada, á orillas del mar, que conduce á una gran plaza..., pero de repente el coche toma por una cuesta inverosímil, van á galope los caballos — ¡¡Han conocido la cuadra!! — grita Juan, el cochero, entusiasmado al ver esa prueba de inteligencia, que acababan de darnos los caballos.

Y á una carrera desenfrenada, llegamos delante de una puerta cochera, donde se detienen jadeantes, relinchando, mientras un mozo calza las ruedas del coche, que seguramente se precipitaría en la cuesta, si con el torno sólo se le dejara.

Hemos llegado á la casa que en San Vicente tiene mi compañero de viaje, dándote un consejo, querido lector, por tu mérito de haber llegado á estas alturas del librito.

Si vas alguna vez á San Vicente de la Barquera, pregunta por la casa de Noreña y pide hospitalidad á sus dueños, si es que para ello tienes amistad ó estás autorizado.

La casa está en lo más alto, cerca de la iglesia y del castillo, y muy próxima á la del célebre inquisidor D. Antonio del Corro.

La calle principal de San Vicente de la Barquera es la calle Alta; conserva todavía ruinas del incendio que ocurrió en 1483. Por allí debía estar también el barrio de los judíos, sin que se noten, por lo que actualmente queda, restos de su presencia.

Siguiendo la calle Alta, llegas á la iglesia parroquial de Nuestra Señora de los Ángeles, pero antes debes rendir tributo al castillo, que muestra sus ennegrecidos muros convertidos en desparramados escombros.

Enseña el castillo, entre el muérdago y los zarzales que ocultan lo poco que de él resta, oscurísima piedra, que el tiempo ha revestido de ese musgo suave que tan frecuente es ver en los edificios de la Montaña.

Si puedes entrar en lo que fué patio y orientarte entre las ortigas y los abrojos, encontrarás, esparcidos sobre la yerba, aquí un trozo de pilastra, más allá medio arco, al otro lado un cuartel de un escudo, trozos de capitel y de cornisas.

Hoy, sólo habitan en él los búhos, las avutardas, las lagartijas y algún otro nocturno paseante, que son, como siempre, señores naturales de las ruinas.

Allí, como armado caballero que pereciera en defensa de su dama, yace á los pies de la iglesia el poderoso castillo, orgulloso de haber conseguido, aun á expensas de su muerte, mantener inviolable y erguido el inmediato templo de fe cristiana, cuya guarda le estuviera, en lejanos tiempos, quizás encomendada.

Un poco más arriba está la iglesia; es su aspecto, como dice muy bien Amador de los Ríos, más de fortaleza que de lugar de oración. Recuerda las construcciones militares del siglo X V, y por una de ellas pasara, si las agujas ornadas de trepado que se alzan en el frente y ángulos de la torre y las dos espadañas que forman el campanario, y las cuatro ventanas ojivales que avanzan al frente de la torre, no le dieran religiosa apariencia.

Unos escalones dan acceso á la portada, compuesta de seis arcos, notándose en sus adornos y en lo que la pintura no ha ocultado del todo, las flores propias del estilo románico. Parece anterior al siglo XIV, pero quizás sufriera posteriores componendas.

Entrando en la iglesia, llaman la atención desde luego sus altas bóvedas, su obscuridad, que le da aspecto bien sombrío, y los esbeltos pilares formados de juncos, que se abren extendiéndose en lo alto. Las naves son hermosísimas, y muy interesantes.

 Las tres capillas: la del Cristo; la bautismal, en que hay un sepulcro de grandes adornos ojivales, y la de San Antonio.

En el arco de la izquierda de esta capilla hay un sarcófago, y sobre él, los cuerpos yacentes de un caballero y su dama: él, vestido de todas armas, con la cabeza apoyada sobre almohadones y los pies sobre un perro, como símbolo de la fidelidad; la dama, vistiendo larga capa de cuello alto, descansa su cabeza también sobre almohadones, y á sus pies, un ángel guarda su profundo y reposado sueño, á que quizás tuviera derecho por sus grandes virtudes.

Sobre otro sepulcro de la misma capilla, hay un ángel que soporta un escudo de armas análogo al que ostenta la casa que á la izquierda y á pocos pasos de la iglesia se destaca. Pero el más notable, es el del inquisidor Corro.

Eran los Corro de tan preciada familia en San Vicente, que sus divisas, sus riquezas y su poder no tenían rival ni límite en la jurisdicción. El acuartelado escudo de esta familia, lleva por divisa: Adelante, por más valer los del Corro.

Tenía su casa esta noble familia en la calle Alta, y allí sigue, pudiéndose contemplar el elegante aspecto del renacimiento que la caracteriza, con frontón toscano sobre apilastrada puerta y dos escudos de armas á los lados del balcón central; y si volviésemos á la iglesia y entráramos de nuevo en la capilla de San Antonio, de donde ha poco salimos, encontraríamos el escudo que en la citada casa campea, en el sarcófago, en el que, revestido de sacerdote, apoyada la cara en la mano y sobre almohadones el codo, descansa la figura yacente del inquisidor Corro, aparentando leer en un libro que con la diestra sostiene; y llama de tal modo la  atención la naturalidad de la hermosísima figura, que se atribuye por todos á italianos artífices.

Amador de los Ríos cree que el caballero y la dama antes descritos, son los padres del inquisidor, fundando su aserto en el blasón que el sarcófago lleva y que es uno de los cuarteles del que en el del sacerdote campea.

Es también opinión del notable arqueólogo, que la iglesia fué comenzada en las postrimerías del siglo XIII, y que quizás ordenara su comienzo Alfonso VIII, notándose en ella estilos del siglo XVI y de los intermedios.

En la parte sur y calle de la Barquera, está la ermita, que sin tener nada notable, no deja de ser curiosa. La Virgen de la Barquera no tiene mérito para el artista; la Virgen de la Barquera significa para el filósofo la sencilla fe de todo un pueblo.

Fíjate en esa barquía que sale á la pesca:  se va alejando y ya casi es un punto que las olas te impiden ver; pues los robustos y curtidos marineros que la tripulan, han saludado al pasar frente á la ermita y han dedicado á la Virgen una oración. Todos los que andan por la mar, rezan...; acordaos de aquel excéptico que  preguntaba á un marinero:

—¿Qué hacéis cuando el peligro es grande?

—Pensamos en nuestras mujeres, en nuestros hijos

—¿Y si el peligro aumenta?

—Rezamos.

—¡¡Yo no sé rezar!! dijo el excéptico.

Miróle el pescador de soslayo, y le dijo:

—Usted no ha pasado ningún temporal en la mar, que cuando le pase; cuando las olas bravas monten sobre el barco y se lleven, ahora un bote, luego un compañero; cuando deba Vd. su salvación, una y otra vez, á la fuerza de sus puños y ésta vaya faltando, verá Vd. cómo lo que rezara de niño acude á su memoria y lo pronuncian los labios; porque la mar puede mucho, pero si la Virgen no quiere, pues no puede nada.

Así te ocurre, lector, que entras en la ermita de la Barquera, como en Santander en la de la Virgen del Mar, y verás el techo y las paredes cubiertos de ofrendas, que tú miras con indiferencia, y que hacen estremecerse á los devotos de la imagen que allí se venera, pues que son recuerdo terrible de horroroso naufragio ó de trabajos sin cuento, en desigual y horrible lucha con un mar embravecido.

Por los alrededores, seguramente encontrarás alguna mujer, madre, esposa ó pretendida de alguno que peligra, que se salvó ó que las olas arrebataron, y que viene  á orar ante la imagen que tú no miras, porque no encuentras en ella mérito ninguno, pero que ellos llevan grabada sobre su hermoso corazón. Probablemente en esas terribles luchas con las olas y con el viento, cuando sin fuerzas ya, y perdida la esperanza, únense á los sordos y terribles mugidos del mar los murmullos de una plegaria, cada marinero reproducirá seguramente, ante sus ojos, con toda la verdad de su sencilla y arraigada fe, la adorada imagen de la Virgen de la Barquera.

* *

Una vez visto lo que te cuento, si no te  conviene ó no puedes quedarte á pasar unos días en San Vicente, que siempre vendrían bien á tu salud, vuelve á tomar la misma carretera por donde viniste, si lo has hecho siguiendo mi itinerario; dirige una mirada á Comillas, que se destaca á la izquierda, á lo lejos, momentos antes de llegar á Cabezón de la Sal, y una vez en esta villa, métete en uno de los trenes que con gran frecuencia se dirigen á la ciudad de Santander y que en tres horas escasas te dejan en la capital de la Montaña.

Mientras llegas al término del viaje, y para que se te haga más corto el camino (que á no ir apresurado sorprende por la brevedad con que se recorre, ¡tan pintorescos y admirables son los paisajes que á uno y otro lado se despliegan con sus caseríos diseminados en artístico desorden!), te diré que por el mismo sitio que los rieles se hallan tendidos, llegóse á San Vicente, joven aún, el gran emperador Carlos I, y te referiré, por creer que ha de interesarte, más que si con algo de mi cosecha terminase este librejo, lo que á ese propósito cuenta el tantas veces citado Escalante (al que, como á Pereda, no hay más remedio que seguir al entrar en la Montaña, porque no hay cantores que sepan interesar como ellos, al resucitar las glorias de la Tierruca, ni quien como ellos tenga habilidad bastante para hacer hablar á tanto respetable vejestorio y venerandas ruinas, que mudas ya á fuerza de verse arrinconadas, habían perdido el habla por completo) «he aquí,—dice con relación al viaje del extranjero Monarca, que iba á ser tronco de la rama española de los Austrias,—he aquí los tesoros reservados  al porvenir del mancebo que cabalgaba por estas asperezas, entregado todavía á la rapacidad y codicia de Xevres y sus flamencos, ignorante del valor de la tierra que su bridón pisaba, y había de ser pródiga en darle la copiosa sangre necesaria para alimentar la fama y el terror de sus arrojadas naves é invencible infantería.

Sublime visión de gloria ¿no es cierto? Sublime visión que al cabo de tantos años y á través de tan profunda decadencia y postración, todavía tiene calor bastante para encendernos el pecho, y luz para alumbrar con claridad inextinguible los sagrados horizontes de la patria, y prestigio para dar yo no sé qué sonoridad augusta, mágica y consoladora que enorgullece y eleva, que atropella la sangre al corazón y el llanto á los ojos, á este nombre bendito de españoles.

FIN

Miguel de Asúa"

1930 - LOS TRABAJADORES DEL MAR (La jornada de un marinero)

0
COM

 El nueve de Septiembre de 1930 se publica en Madrid, en la Revista Gráfica y Literaria "Estampa", un reportaje sobre los trabajadores del mar y describe la jornada de los marineros en su faena.

Tengo que agradecer a Luis María Álvarez Lecue la información y aportación de citada revista, que posteriormente, he podido conseguir en la BNE, donde se puede ver en formato digital. 

Dicho reportaje, que me parece muy interesante, me ha llevado a recordar detalles y costumbres de la vida marinera de mis antepasados, padre y abuelo, marineros y que quiero compartir con vosotros y dice así: 

(Las imágenes están tomadas de la misma Revista y son de mala calidad, pero relativas a vecinos y momentos marineros en San Vicente)


"LOS TRABAJADORES DEL MAR

(La jornada de un marinero) 

INTROITO

Aquí, en San Vicente de la Barquera, podría un nuevo Víctor Hugo forjar el poema moderno del Mar y el Hombre. Sí resta aún en el planeta algo igual, por lo tragicómico, al Guernesey huguesco, está aquí, en este mar de galernas fulminantes, entre estos hombres que arriesgan a diario la vida, no para enriquecerse y descansar, sino para tornar al día siguiente a la miseria y al peligro...


 Estilizar, pues, la jornada de un marinero, trocando sus elementos literarios por documentos meramente sociales, equivaldría a dar tono moderno al drama antiguo. A sustituir las terribles estampas de Doré por fotos más o menos pintorescas, pero limpias del viejo "pathos". A convertir el formidable poema en prosa en un reportaje periodístico. 

¡FRANCISCOOOO! ¡HALE! 

Son las tres de la mañana...

Clareando viene el día...

Silencio pitagórico, profundo, de un cielo con tantas estrellas que son más estrellas que cielo. A lo lejos, en el rompeolas del faro, bate el mar acompasadamente, con atruenos de bombo escénico. ¡Poom! Y en los soportales, ante el hotel, resuena el alerta marino: 

—¡Franciscoooo! 

Luego de unos segundos en que el "¡Franciscoooo!" se enseñorea de la calle y sube, hasta perderse, en el mar de estrellas, la voz, hasta ahora lírica, se rompe en un desgarro militar: 

—¡Hale!... 

Y todavía un tercer tiempo, definitivo, inapelable, que ordena: 

—¡A la mar! 

Poco después, Francisco y los demás de cada embarcación se encaminan al puerto, con el atillo y el cigarro. Las cuatro, o las cuatro y media. En todo caso, el fogonero tiene la caldera encendida. Y el humo, denso, negro, ancho pone un cintaje a la vapora. 

RUMBO A LA MAR 

Cada vapora de estas tiene una dotación de ocho o diez hombres. Cuesta de diez mil a doce mil duros. Se gobierna por el patrón, que, generalmente, es el dueño. Y como trabaja al igual que los demás y sobre el trabajo pone su arte de regir, tiene autoridad y, por ello, mando digno. 

Cuando Francisco y los demás saltan del muelle a la vapora, ya están "las tres potencias" de a bordo en acto preciso. El patrón, a la brújula. El fogonero, a la caldera. El cocinero, a la sartén. 

Y comienza la policía por el baldeo con los cubos. Y comienza la pesca por el ahilo, con los corchos. Y comienza el primer recelo por el primer goterón que cae como un -signo augural... 

Como los temporales en el mar san tan rápidos, he aquí la embarcación transformada rápidamente. Ya no hay baldeo, ni hay ahilo, ni hay sartén... Sólo el patrón, ante la brújula, escrutando. Y todos los demás alentosa la maniobra. 

Capeado el temporal, o resuelto por las victorias del buen tiempo, torna, con plena actividad, la pesca. Van cayendo en el mar las redes, de flotantes corchos. Otean los ansiosos ojos el horizonte; las aguas, donde tal vez voltean, como peces de Julio Verne, las "toninas", especie de avisadores de abundancia. 

Pesca de bonito, de sardina, de bocarte (anchoa), que luego, al enfilar el puerto por la barra, se traducirá en uno, dos o tres pitidos de la vapora trepidante. 


LA HORA DEL "ZURRUCUTRUN" 

Mediodía. Pero mediodía no burgués—de las doce levantado y desayunado a las diez—, sino mediodía trabajador, de marino levantado a las cuatro y desayunado a las cinco; De modo que a las once, tras seis horas de trabajar sin probar la gracia de Dios, el cocinero— ¿os acordáis del "Ches" de "Mare Nostrum?"— tiene ya listo el "zurrucutrún". 

—Pero eso del "zurrucutrún", ¿no es un camelo, Franco?—le digo al marinero que me informa. 

—¡Qué va! El "zurrucutrún" es un guiso de lo más rico que se come. Viene a ser para el marinero lo que la puchera para el campesino. Es, sencillamente, un pescado—aquí, en San Vicente, el bonito—, con su aceite, su ajo, su poco de tomate. Y está...—dice, besándose los dedos y poniendo en blanco los ojos. 

Claro es que el "zurrucutrún", sin la bota, seria cómo cuerpo sin alma. Porque la gran virtud de este guiso es estimular la bebida, provocar, a cada bocado, un trinqui. De suerte que la hora del "zurrucutrún" es la hora del "gaudeamus", de la alegría, de las coplas. La única hora sin inquietudes de estos hombres que no sosiegan jamás. 

REGRESO AL PUERTO 

Muchos días, aun en el plácido verano, las vaporas tienen que regresar de arribada forzosa. Y entonces medio pueblo se congrega en el muelle con un tumulto de ansiedad.

La lucha es dura, Incierta, siempre nimbada de halos trágicos. Al enfrontar la barra, sólo se ve la chimenea del barquito, hundido entre las olas, como un náufrago con el agua al cuello. De pronto se le vé subir, subir, tan alto que no toca la superficie liquida; se diría, más que un barco, un hidro volando sobre el mar. Y de pronto caer como fulminado. ¿Se hundió? 

No puede contemplarse la escena sin sobresalto, sin angustia; pero, al mismo tiempo, sin ira. ¿Es posible que ocurra esto a diario, Señor? ¿No en las lejanías de alta mar, sino a vista del puerto, en la barra? ¿No cuando estalla la galerna, sino hasta cuando luce el sol, pues basta que haya un poco de mar de fondo? 

Así, el regreso al puerto, que debería ser un júbilo, es un drama. Tras diez o doce horas de alta mar, salvados todos los peligros de temporales y de redes, precisamente a vista del puerto, surge, casi a diario, el riesgo de naufragar ante la barra. Riesgo que desaparecería con unas obras comenzadas ¡treinta años ha! y cuyo término apenas suma un puñado de pesetas—aquí, donde se dilapidan por millones en tanta dotación inútil-—acabarían para siempre con la angustia mortal de todo un pueblo. 

SUBASTA DEL PESCADO 

No bien salva la barra y entra, ya sin peligro, en el lago de la bahía, se oye el pitar del barco pesquero. 

Un pitido: bonito. Dos: sardina. Apenas se oyen las señales, corre la gente al puerto y suena la campana de Mareantes convocando a junta. Y en el edificio contiguo al muelle— a cuya puerta hay un gran barómetro y fijados debajo los últimos telegramas de aviso comunicados por la Comandancia marítima-—van penetrando los asentadores. 

La subasta se realiza según las normas clásicas de ha seis siglos, en plena floración gremial, cuando los Mareantes hispanos dominaban la guerra y el comercio. 

Cada subastador ocupa su asiento en torno a una especie de ruleta. Oída la suma-tipo, el que ofrece, en vez de gritar, oprime el resorte de una bolita numerada. Rueda bien pronto otra bolita con número mayor. Y luego otra... 

Adjudicada cuanta pesca trae la vapora al mejor postor, procédese seguidamente al inventario. Y ante los camiones del muelle se forma un gran cordón de marineros que, como los albañiles el ladrillo, alárganse unos a otros el "bonito"—redondo y metálico, como el pez bíblico de Tobías—o los cestos rebosando sardinas, plateadas y amontonadas, como en el lienzo de Sorolla. Sólo entonces, cuando ya no hay riesgo posible, interviene la mujer, cargando a la cabeza enormes banastas para vender o para fabricar conservas. 

REPARTO DEL DINERO 

El armador de la vapora, que a veces es también el patrón, apenas recibe el dinero de la subasta, procede a repartirlo, billete a billete, duro a duro, peseta a peseta. 

La dotación no tiene sueldo, sino participación en los beneficios. Sólo tienen sueldo el patrón y el maquinista. Lo primero que se separa, pues, son estos sueldos, que suelen ascender—con las variantes del lugar, época del año, etc.—el del patrón a unas 800 pesetas y el del maquinista a unas 500. 

Separados los sueldos dichos, se aparta la mitad del resto para el armador, y la otra mitad se reparte entre los marineros, según el clásico sistema del quiñón. 

Como las ganancias dependen de la cantidad, de la calidad, de la situación del mercado; etc. hay día en que regresa la embarcación como se fué, sin un pescado. Y días en que vuelve abarrotada hasta los topes. Por tanto, hay días en que no se reparte un céntimo y días en que cada marinero cobra cinco, ocho y hasta diez duros. 

Pero hay que contar con el tiempo. Y de los 365 días del año, más de la mitad—sobre todo de noviembre a febrero— son perdidos enteramente para la pesca. De modo que, aun en el caso más feliz, estos hombres sólo tienen trabajo durante medio año y carecen forzosamente de él durante seis meses. Pero como en estos pueblos de la costa viven únicamente de las industrias pesqueras, los marineros no tienen otro rendimiento que el mar. Y los seis meses de paro forzoso han de vivir a cuenta de los seis meses de trabajo. 

MÍSEROS PRÓDIGOS 

Añadid que el trabajador del mar es como el milite en los "Comentarios", de Julio César, un "renacido de cada día", pues que cada día puede morir en las empresas del oficio, y os explicaréis fácilmente esa estupenda prodigalidad del marino, sediento siempre por gastar apenas pone el pie en la tierra. 

No es el impulso vanidoso del torero o del tenor, o del maestro de obras, febriles, en su fiebre de nuevos ricos, por ostentación pública. Es el instinto de vitalidad, el hambre de vida de todo el que teme perderla. Miseros pródigos estos marineros que el día de reparto de ganancias se apresuran a divertirse, olvidándose, imprevisores, de si y de los suyos, obedecen a una implacable ley de biología social. 

En todas las épocas de la historia, todos los marineros del mundo fueron, son y serán los "míseros pródigos" que cada día—como el milite de los "Comentarios"—sienten más amor a la vida, porque cada día sienten más próxima la muerte. 

CRISTÓBAL DE CASTRO 

San Vicente de la Barquera 

(Fotos Poli, Marín y Hernando.)"