1930 - LOS TRABAJADORES DEL MAR (La jornada de un marinero)

 El nueve de Septiembre de 1930 se publica en Madrid, en la Revista Gráfica y Literaria "Estampa", un reportaje sobre los trabajadores del mar y describe la jornada de los marineros en su faena.

Tengo que agradecer a Luis María Álvarez Lecue la información y aportación de citada revista, que posteriormente, he podido conseguir en la BNE, donde se puede ver en formato digital. 

Dicho reportaje, que me parece muy interesante, me ha llevado a recordar detalles y costumbres de la vida marinera de mis antepasados, padre y abuelo, marineros y que quiero compartir con vosotros y dice así: 

(Las imágenes están tomadas de la misma Revista y son de mala calidad, pero relativas a vecinos y momentos marineros en San Vicente)


"LOS TRABAJADORES DEL MAR

(La jornada de un marinero) 

INTROITO

Aquí, en San Vicente de la Barquera, podría un nuevo Víctor Hugo forjar el poema moderno del Mar y el Hombre. Sí resta aún en el planeta algo igual, por lo tragicómico, al Guernesey huguesco, está aquí, en este mar de galernas fulminantes, entre estos hombres que arriesgan a diario la vida, no para enriquecerse y descansar, sino para tornar al día siguiente a la miseria y al peligro...


 Estilizar, pues, la jornada de un marinero, trocando sus elementos literarios por documentos meramente sociales, equivaldría a dar tono moderno al drama antiguo. A sustituir las terribles estampas de Doré por fotos más o menos pintorescas, pero limpias del viejo "pathos". A convertir el formidable poema en prosa en un reportaje periodístico. 

¡FRANCISCOOOO! ¡HALE! 

Son las tres de la mañana...

Clareando viene el día...

Silencio pitagórico, profundo, de un cielo con tantas estrellas que son más estrellas que cielo. A lo lejos, en el rompeolas del faro, bate el mar acompasadamente, con atruenos de bombo escénico. ¡Poom! Y en los soportales, ante el hotel, resuena el alerta marino: 

—¡Franciscoooo! 

Luego de unos segundos en que el "¡Franciscoooo!" se enseñorea de la calle y sube, hasta perderse, en el mar de estrellas, la voz, hasta ahora lírica, se rompe en un desgarro militar: 

—¡Hale!... 

Y todavía un tercer tiempo, definitivo, inapelable, que ordena: 

—¡A la mar! 

Poco después, Francisco y los demás de cada embarcación se encaminan al puerto, con el atillo y el cigarro. Las cuatro, o las cuatro y media. En todo caso, el fogonero tiene la caldera encendida. Y el humo, denso, negro, ancho pone un cintaje a la vapora. 

RUMBO A LA MAR 

Cada vapora de estas tiene una dotación de ocho o diez hombres. Cuesta de diez mil a doce mil duros. Se gobierna por el patrón, que, generalmente, es el dueño. Y como trabaja al igual que los demás y sobre el trabajo pone su arte de regir, tiene autoridad y, por ello, mando digno. 

Cuando Francisco y los demás saltan del muelle a la vapora, ya están "las tres potencias" de a bordo en acto preciso. El patrón, a la brújula. El fogonero, a la caldera. El cocinero, a la sartén. 

Y comienza la policía por el baldeo con los cubos. Y comienza la pesca por el ahilo, con los corchos. Y comienza el primer recelo por el primer goterón que cae como un -signo augural... 

Como los temporales en el mar san tan rápidos, he aquí la embarcación transformada rápidamente. Ya no hay baldeo, ni hay ahilo, ni hay sartén... Sólo el patrón, ante la brújula, escrutando. Y todos los demás alentosa la maniobra. 

Capeado el temporal, o resuelto por las victorias del buen tiempo, torna, con plena actividad, la pesca. Van cayendo en el mar las redes, de flotantes corchos. Otean los ansiosos ojos el horizonte; las aguas, donde tal vez voltean, como peces de Julio Verne, las "toninas", especie de avisadores de abundancia. 

Pesca de bonito, de sardina, de bocarte (anchoa), que luego, al enfilar el puerto por la barra, se traducirá en uno, dos o tres pitidos de la vapora trepidante. 


LA HORA DEL "ZURRUCUTRUN" 

Mediodía. Pero mediodía no burgués—de las doce levantado y desayunado a las diez—, sino mediodía trabajador, de marino levantado a las cuatro y desayunado a las cinco; De modo que a las once, tras seis horas de trabajar sin probar la gracia de Dios, el cocinero— ¿os acordáis del "Ches" de "Mare Nostrum?"— tiene ya listo el "zurrucutrún". 

—Pero eso del "zurrucutrún", ¿no es un camelo, Franco?—le digo al marinero que me informa. 

—¡Qué va! El "zurrucutrún" es un guiso de lo más rico que se come. Viene a ser para el marinero lo que la puchera para el campesino. Es, sencillamente, un pescado—aquí, en San Vicente, el bonito—, con su aceite, su ajo, su poco de tomate. Y está...—dice, besándose los dedos y poniendo en blanco los ojos. 

Claro es que el "zurrucutrún", sin la bota, seria cómo cuerpo sin alma. Porque la gran virtud de este guiso es estimular la bebida, provocar, a cada bocado, un trinqui. De suerte que la hora del "zurrucutrún" es la hora del "gaudeamus", de la alegría, de las coplas. La única hora sin inquietudes de estos hombres que no sosiegan jamás. 

REGRESO AL PUERTO 

Muchos días, aun en el plácido verano, las vaporas tienen que regresar de arribada forzosa. Y entonces medio pueblo se congrega en el muelle con un tumulto de ansiedad.

La lucha es dura, Incierta, siempre nimbada de halos trágicos. Al enfrontar la barra, sólo se ve la chimenea del barquito, hundido entre las olas, como un náufrago con el agua al cuello. De pronto se le vé subir, subir, tan alto que no toca la superficie liquida; se diría, más que un barco, un hidro volando sobre el mar. Y de pronto caer como fulminado. ¿Se hundió? 

No puede contemplarse la escena sin sobresalto, sin angustia; pero, al mismo tiempo, sin ira. ¿Es posible que ocurra esto a diario, Señor? ¿No en las lejanías de alta mar, sino a vista del puerto, en la barra? ¿No cuando estalla la galerna, sino hasta cuando luce el sol, pues basta que haya un poco de mar de fondo? 

Así, el regreso al puerto, que debería ser un júbilo, es un drama. Tras diez o doce horas de alta mar, salvados todos los peligros de temporales y de redes, precisamente a vista del puerto, surge, casi a diario, el riesgo de naufragar ante la barra. Riesgo que desaparecería con unas obras comenzadas ¡treinta años ha! y cuyo término apenas suma un puñado de pesetas—aquí, donde se dilapidan por millones en tanta dotación inútil-—acabarían para siempre con la angustia mortal de todo un pueblo. 

SUBASTA DEL PESCADO 

No bien salva la barra y entra, ya sin peligro, en el lago de la bahía, se oye el pitar del barco pesquero. 

Un pitido: bonito. Dos: sardina. Apenas se oyen las señales, corre la gente al puerto y suena la campana de Mareantes convocando a junta. Y en el edificio contiguo al muelle— a cuya puerta hay un gran barómetro y fijados debajo los últimos telegramas de aviso comunicados por la Comandancia marítima-—van penetrando los asentadores. 

La subasta se realiza según las normas clásicas de ha seis siglos, en plena floración gremial, cuando los Mareantes hispanos dominaban la guerra y el comercio. 

Cada subastador ocupa su asiento en torno a una especie de ruleta. Oída la suma-tipo, el que ofrece, en vez de gritar, oprime el resorte de una bolita numerada. Rueda bien pronto otra bolita con número mayor. Y luego otra... 

Adjudicada cuanta pesca trae la vapora al mejor postor, procédese seguidamente al inventario. Y ante los camiones del muelle se forma un gran cordón de marineros que, como los albañiles el ladrillo, alárganse unos a otros el "bonito"—redondo y metálico, como el pez bíblico de Tobías—o los cestos rebosando sardinas, plateadas y amontonadas, como en el lienzo de Sorolla. Sólo entonces, cuando ya no hay riesgo posible, interviene la mujer, cargando a la cabeza enormes banastas para vender o para fabricar conservas. 

REPARTO DEL DINERO 

El armador de la vapora, que a veces es también el patrón, apenas recibe el dinero de la subasta, procede a repartirlo, billete a billete, duro a duro, peseta a peseta. 

La dotación no tiene sueldo, sino participación en los beneficios. Sólo tienen sueldo el patrón y el maquinista. Lo primero que se separa, pues, son estos sueldos, que suelen ascender—con las variantes del lugar, época del año, etc.—el del patrón a unas 800 pesetas y el del maquinista a unas 500. 

Separados los sueldos dichos, se aparta la mitad del resto para el armador, y la otra mitad se reparte entre los marineros, según el clásico sistema del quiñón. 

Como las ganancias dependen de la cantidad, de la calidad, de la situación del mercado; etc. hay día en que regresa la embarcación como se fué, sin un pescado. Y días en que vuelve abarrotada hasta los topes. Por tanto, hay días en que no se reparte un céntimo y días en que cada marinero cobra cinco, ocho y hasta diez duros. 

Pero hay que contar con el tiempo. Y de los 365 días del año, más de la mitad—sobre todo de noviembre a febrero— son perdidos enteramente para la pesca. De modo que, aun en el caso más feliz, estos hombres sólo tienen trabajo durante medio año y carecen forzosamente de él durante seis meses. Pero como en estos pueblos de la costa viven únicamente de las industrias pesqueras, los marineros no tienen otro rendimiento que el mar. Y los seis meses de paro forzoso han de vivir a cuenta de los seis meses de trabajo. 

MÍSEROS PRÓDIGOS 

Añadid que el trabajador del mar es como el milite en los "Comentarios", de Julio César, un "renacido de cada día", pues que cada día puede morir en las empresas del oficio, y os explicaréis fácilmente esa estupenda prodigalidad del marino, sediento siempre por gastar apenas pone el pie en la tierra. 

No es el impulso vanidoso del torero o del tenor, o del maestro de obras, febriles, en su fiebre de nuevos ricos, por ostentación pública. Es el instinto de vitalidad, el hambre de vida de todo el que teme perderla. Miseros pródigos estos marineros que el día de reparto de ganancias se apresuran a divertirse, olvidándose, imprevisores, de si y de los suyos, obedecen a una implacable ley de biología social. 

En todas las épocas de la historia, todos los marineros del mundo fueron, son y serán los "míseros pródigos" que cada día—como el milite de los "Comentarios"—sienten más amor a la vida, porque cada día sienten más próxima la muerte. 

CRISTÓBAL DE CASTRO 

San Vicente de la Barquera 

(Fotos Poli, Marín y Hernando.)"

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