1921 - DIARIO DE UN CAMINANTE (AMÓS DE ESCALANTE)
Hemos conseguido en el portal de “Cervantes Virtual”, el documento que sobre San Vicente de la Barquera publicó Amós de Escalante en su libro “Costas y montañas, editado en 1921, y titulado, “Diario de un caminante”, donde, en el apartado “Entre ambas Asturias”, y Capítulo I, dedica a Comillas-San Vicente y dice así:
“Luego se sube a una sierra, donde se ofrece al peón, avaro de horas y de fatiga, el camino antiguo más caído hacia la costa. Al cabo de una hora se une a la carretera sobre los altos que dominan el ancho estero de San Vicente de la Barquera.
Partido el mar en dos brazos, ciñe un peñasco cuyo arenoso asiento ocupa la población, cuya cima corona la iglesia, y rodearon los muros de su fuerte castillo. El que entra derecho por las tierras al Mediodía, lleva sobre sus arenas treinta y dos arcos de un puente, que la tradición bautizó romano, y trae su fundación de era harto más reciente y más gloriosa para nuestra gente. Al extremo del puente, dominando la ría con sus galerías abiertas al Sur y a Levante, un convento francisco, edificado, como sus, hermanos, de limosna -dice Gonzaga-, año de 1468.
La Casa de Guevara, que poseía como sabemos los inmediatos estados de Treceño, tomó para sí el patronato de este convento; dotóle de capellanías, labró la capilla mayor e hizo el retablo y el coro, con un aposento para que se alojasen sus señores, que se llamó «la celda de los Guevaras». «Y alternativamente -dice el Memorial citado a los principios de este libro- desde entonces se entierran unos señores allí y otros en Escalante.»
Las casas de la villa, levantadas sobre solemnes pórticos, ennoblecidas con balconaje de hierro, escudos y portadas, abrigan el silencioso puerto. En las lejanías de su embocadura, al pie de los merlones de Santa Catalina, y del venerado santuario de Nuestra Señora de la Barquera, se ven agitar las bulliciosas ondas que dan voz a la soledad y acento a las ruinas; pero a la ribera llegan calladas y adormidas, cual si ya su fuerza, su ayuda, su flexibilidad y movimiento fueran inútiles para la muerta navegación y el desaparecido comercio. Algún cabotero fondea en la rada que armaba arrogantes escuadrillas balleneras, y que pretende haber sido cuna de los bajeles guiados por Bonifaz a la empresa de Sevilla.
Encarámase el viajero a buscar la iglesia, guía elocuente en los pueblos viejos, abierto libro que de ellos cuenta la edad en su arquitectura, los linajes en sus sepulcros, las costumbres en sus exvotos, la piedad en su conservación y aseo, las grandezas en su ornato, los dolores en su aparato fúnebre, en la llama perenne de sus lámparas y cirios. La de San Vicente ocupa el cabo meridional del peñasco, al que yacen agarradas las viviendas como una generación de crustáceos alimentados de marinos jugos y aire salado. El descarnado lomo de la peña tiene nombre de Calle Alta, cuyo ámbito bordan desmoronadas paredes, edificios deshabitados: avenida melancólica que guía hasta el templo, como guían los sepulcros hasta la cruz alzada en el centro de un cementerio.
Las tres naves de la iglesia, cerradas sobre ojivas anchas del siglo XIII, arrancan de una fachada, cuyo portal trae filiación del XII, y mueren en un crucero y ábside del XIV o XV. No escapó, a pesar de la jerarquía del lugar, a la necesidad y pobreza de los tiempos; su edificación fué corno la de otras muchas, lenta y sucesiva. Bien es verdad que las obras de la paz sólo en largo plazo de sosiego y abundancia llegan a cumplido término, y los tiempos de la ojiva, tormentosos y duros, daban vagar limitado al arte, interrumpiendo a menudo, con escaseces o violencias, el pacífico trabajo.
Más agitada España que otras naciones, empeñada en su secular guerra religiosa, menos propensa a ciertas vanidades y deleites, apenas tuvo espíritu, caudal, espacio y voluntad para construir otra cosa que iglesias o castillos. Príncipes ni magnates se cuidaron de sus propias moradas, ocupados en aumentar y enriquecer la casa de Dios. «Honra singular» -dice el ilustre Ozanam- de la realeza y de los nobles castellanos»
En la capilla de San Antonio llama la atención un trozo de excelente escultura, al parecer italiana; una estatua de eclesiástico reclinada sobre una urna, puesta la mejilla sobre la mano, en actitud de leer: obra naturalista, viva y acabada. La urna, enriquecida con castizas molduras, obedece al gusto del Renacimiento; en sus ángulos dos geniecillos llorosos desarrollan cartelas en que se lee, partida, esta inscripción: el que aquí está sepultado no murió / que fué partida su muerte para la vida; y en su centro una figura de ángel, gótica en su actitud, expresión y dibujo, sostiene el blasón de los Corros, sus fundadores.
Dice el epitafio de este entierro: HIC IACET LICENCIATUS ANTONIUS DEL CORRO, VIR PRECLARUS MORIBUS ET NOBILITATE, AC PERPETUÆ MEMORIÆ DIGNUS, CANONICUS HISPALENSIS AC IBIDEM CONTRA HERETICAM PRAVITATEM A CATHOLICIS REGIBUS FERDINANDO ET ELISABETH USQUE AD SUUM OBITUM APOSTOLICUS INQUISITOR ET HUIUS ALMÆ ECCLESIÆ TANQUAM NATURALIS UTIQUE BENEFICIATUS, QUI OBIIT VIGESIMA NONA DIE MENSIS JULII ANNO 1556 ÆTATIS VERO SUÆ 84.
Inmediatos yacen sobre un tosco plinto de labor románica dos bultos de diáfano alabastro, más curiosos que el del inquisidor: vestido el caballero de armadura completa y sobrevesta, la dama con tocas, capotillo corto sobre la ropa y cuello recto; trajes y plegado andan con los días y costumbres del siglo XIV.
La dignidad del inquisidor conseguida en edad temprana, muestra su valor en una corte donde tenían poca acción intrigas y favores. El de su familia en San Vicente lo prueba la presencia de sus armas en los edificios más importantes, en pie unos, caídos otros a lo largo de la Calle Alta. El más aparente y conservado, labrado de esa arenisca tostada, rica de tono y fina de grano, tan común en la montaña, es elegante tipo del renacimiento imperial. Sobre un cuerpo sin otro adorno que su frontón toscano encima de la puerta, alza otro calado por tres balcones flanqueados de columnas jónicas estriadas; un recio cornisón remata la fachada, cuyos aristones se tornean y desenvuelven en pilares cilíndricos. Desde el arquitrabe habla el fundador al transeúnte en esta inscripción abierta en tres trozos sobre los tres balcones: PAUPERIBUS UT SUBVENIAT * HANC EX VETUSTISSIMA REEDIFICAVI DOMUM * PULCHRAM SED PULCHRIOREM QUÆRAMUS; y en ella revela el primer destino de su obra, destinada a asilo de pobres.
Los restos de su muralla, comidos de musgo, embozados en yedras, amenazadores y enhiestos en una parte, derribados en otra, completan la romántica y noble fisonomía del peñón de San Vicente. Persevera el cimiento de la robusta fortaleza, señalando su planta, sus recintos, entradas y galerías; aún se ven escaleras que trepaban al almenaje, o guiaban a subterráneos, silos o calabozos: las embovedadas cuadras son viviendas de inofensivos labradores o marineros. Asunto curioso a pintores y arquitectos retratar las armoniosas líneas, el colorido fresco y suave de la ruina y la roca, estudiar la disposición estratégica de las defensas, y restablecer el perfil ceñudo, grave, reposado del castillo en la integridad de su fuerza y poderío.
Aquí de nuevo nos hallamos al imperial navegante, al frecuente bojeador de estas marinas, al huésped de Santander y de Laredo. Pero si al saltar en los muelles de la hidalga Laredo, traía Carlos de Gante su espíritu castigado por la experiencia, rendido al desengaño, propuesto al sacrificio de las pompas y deleites terrenos, las arenas de San Vicente y su breve y sosegada bahía le recibían mozo, extraño a las costumbres españolas, inexperto en nuestra habla, abierto el corazón a todas las grandezas humanas, capaz de poblar y enriquecer la región más desierta y vasta y miserable con las ilusiones y bríos de su ánimo esforzado.
Había desembarcado en un puerto de Asturias, mas «por no poder estar la armada en Villaviciosa», escribe el historiador Sandoval, «pasó a Santander, y el rey fué por tierra a San Vicente de la Barquera, donde estuvo algunos días».
Entre uno y otro desembarco había corrido la vida del glorioso príncipe.”
Amós de Escalante.
1863 - SALVE "DESCONSUELO DE UNA MADRE", DE CONCEPCIÓN ARENAL
En Cervantes Virtual he encontrado, de José
Subira, unos "NOVISIMOS APUNTES BIOGRÁFICOS DE DON JESÚS DE
MONASTERIO", que proceden de unas "extensas Memorias escritas por D.ª
Antonia de Monasterio", hija de D. Jesús, el artista Lebaniego, que brilló como
violinista, concertista, director, compositor y un largo etc. Estos trabajos
fueron publicados Bajo el título de "Academia: Anales y Boletín de la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando en el segundo semestre de 1972.
Pero mi sorpresa ha sido grande al encontrar en este trabajo una Salve denominada “Desconsuelo de una madre”, escrita en 1863 por Concepción Arenal, a petición de Jesús de Monasterio y que este último recitó, acompañado de un armonio, en la capilla de La Barquera según se describe.
Como este trabajo habla sobre San Vicente de la Barquera, recojo aquellos apuntes que dicen así:
“En la provincia de Santander se alza el pintoresco y lindo pueblo llamado San Vicente de la Barquera. Tiene por patrona a la Virgen de la Barquera, cuyo santuario se alza entre mar y tierra, como si significase que la Virgen posa una mano sobre el agua para bendecir a los pescadores y la otra sobre la tierra para bendecir a los moradores de aquella localidad. Para veranear fue a este Santuario mi tía Anita cuando se encontraba en "estado bendito" —como se decía entonces—, para vivir junto a la Virgen durante los últimos meses de su preñez y colocarse bajo aquel amparo celestial. Allí, una mañana, creyéndose pobre y pordiosera mi desventurada abuela Isabel, arrojó al mar, desde la solana de la casa, todo su dinero, que conservaba en monedas de oro.
Pasados unos días tan sólo nació prematuramente una niña que sería muy bonita si su cara hubiera podido reflejar inteligencia, pero fue una criaturita anormal y, como en el caso de la bella africana, jamás se la pudo ver reír ni llorar. Y aquella niña falleció muy pronto. El inmenso dolor de la madre traspasó su alma y de tal forma repercutió en el corazón de mi padre que ni a los extraños podía ver sufrir sin conmoverse por la gran ternura que le inspiró su hermana.
Como había nacido en el mismo Santuario de la Barquera es por lo que a aquel ser infeliz se la llamó Barquerina. Para honrar su memoria y mostrar su compasión a la desolada madre, mi padre encargó a su gran amiga Concepción Arenal que le escribiese una cantinela, a la cual pondría música él mismo. Así brotó, en el otoño de 1863, aquella salve tan sentida como bonita que sus autores titularon Desconsuelo de una madre y que dice lo que aquí copio:
I
Hija del alma
querida,
la que tanto amor
recibes,
¿cómo vives
tú que has nacido
sin vida?
Te abracé
muda, yerta.
Casi muerta
te lloré;
y al verme en
congoja tanta
dije a la Virgen
María:
«¡Sálvamela, Madre
mía!»,
y me oyó la Virgen
Santa.
Duerme, hija mía,
no hayas temor.
Duerme, que vela
por ti mi amor.
Nunca te duermas
para olvidar...
Nunca despiertes
para llorar.
II
La Virgen de la
Barquera,
allá en el mar
solitaria,
tu plegaria
ha de escuchar la
primera.
Habla y di:
« ¡Virgen mía!,
¿qué sería
yo sin ti?»
Lo que me has hecho
penar
no atormente tu
memoria,
sueña que estás en
la gloria
y ves ángeles
pasar.
Duerme, hija mía,
no hayas temor.
Duerme, que vela
por ti mi amor.
Nunca te duermas
para olvidar...
Nunca despiertes
para llorar.
III
Al contemplarte
dormida
con rostro puro y
risueño,
¡cuánto sueño,
prenda de amor
bendecida!
Tú me das
gloria al verte
y en la muerte
dormirás...
¡Ay!, la Madre de
consuelo,
que al nacer
salvarte pudo,
sea en el mundo tu
escudo
y al morir te lleve
al cielo.
Duerme, hija mía,
no hayas temor.
Duerme, que vela
por ti mi amor.
Nunca te duermas
para olvidar...
Nunca despiertes
para llorar...
Un angelito
me la arrulló ;
hablad quedito
ya se durmió.
Acuérdate, vida
mía,
de aquel que te
quiere tanto
y este canto,
aunque está lejos,
te envía.
Alma fiel,
de paz llena,
sé tú buena
como es él.
Si tu vida toda
entera
se pareciese a su
historia
te recibirá en la
gloria
la Virgen de la Barquera.
El día en que Barquerina hubiera cumplido un año de edad se celebró en aquel Santuario una misa, improvisando mi padre toda la música, que cantó él mismo acompañándose de un armonio, y finalmente entonó esta "salve" con letra de Concepción Arenal.
Tras aquel desastre familiar sufrió mi padre otra catástrofe tremenda. Dado el deplorable estado mental de mi abuela Isabel fue necesario recluirla en Valladolid, como unos años después, por igual causa, fue preciso recluir a mi tía Anita en Palencia, y precisamente en el mismo sitio que siglos antes había sido solar del Cid. Y mi padre fue casi tan desgraciado como la Reina Católica, la cual tuvo locos a su madre, su hermana y su cuñado.
Sería necesario amar a la propia madre como
adoró él a la suya para comprender la inmensidad de su dolor. Era tanto este
dolor que ni su amor a mi madre, tan sentido por él como compartido por ella,
fue capaz de arrancarle del alma una tristeza que siempre llevaría en el
porvenir; y aunque la disimulaba ante los extraños, sus familiares la
conocíamos muy bien.”
1876 - SELLOS DE SAN VICENTE DE LA BARQUERA
En el fondo documental, digital, del “Archivo Histórico Nacional” se puede ver una nota de la Alcaldía de San Vicente de la Barquera, del día quince de noviembre de 1876, y firmada por el Alcalde y con tres imágenes diferentes, acerca del “sello de San Vicente de la Barquera” que dice así:
“Nota.
Dicha nave estaba tripulada por marineros naturales de esta Villa y las de Santander Laredo y Castro Urdiales, y su figura no era como la que aparece del sello, pues el antiguo sello que desapareció durante la guerra de los franceses representaba una galeota con un castillo y cadena, y unos marineros con los remos tendidos en ademan de bogar.
San Vicente de la Barquera y Noviembre 15 de 1876.
El Alcalde
Fran.co del Barrio y Fernández.”
1919 - VENTA DEL CASTILLO
El diecisiete de febrero de 1919 se publicó en “El Cantábrico” la venta del Castillo de San Vicente con el fin de su reedificación por el adquirente. Tal artículo decía así:
“En uno de nuestros pasados números dimos la noticia de que, por el diputado provincial, nuestro particular amigo don Victoriano Sánchez, y para un acaudalado asturiano, se había adquirido el ruinoso Castillo de San Vicente de la Barquera, con el propósito de reedificarle conforme á su antigua traza.
Esta noticia da actualidad á un hermoso trabajo de nuestro también buen amigo el ilustrado historiógrafo montañés don Julián Fresnedo de la Calzada.
Se publicó aquel trabajo en el número correspondiente al tercer trimestre de 1918, de la notable Revista "Arte Español"; se titula "San Vicente de la Barquera. -Apuntes retrospectivos para su reconstrucción", y es un resumen histórico de la villa, que fué una de las cuatro de la costa montañesa en los pasados siglos, y una acertada descripción de lo que fué su castillo, erigido probablemente por un duque de Estrada, casado con una hija del rey leonés Alfonso III el Magno, y por su orden, en 884, para defensa y seguridad del núcleo de población allí fijado cuando los hispano-godos, huyendo del avance de la invasión árabe, retrocedieron hacia el Norte de la Península.
Fue ese castillo, cuya silueta ruinosa se destaca en lo alto de la colina donde tiene sus cimientos, vigilante defensor de San Vicente contra las invasiones de los normandos y demás piratas del mar y contra los enemigos de la parte de tierra, y á su amparo fondearon durante la Edad Media las barcas de pesca costera y las de altura que se dedicaban á la de la ballena; las naos de comercio que tan activo le hacían entre las cuatro villas y los puertos de Flandes, y las galeras de guerra, destinadas á luchar contra los ingleses ó de paso para las aguas andaluzas donde combatir con los sarracenos.
Al cobijo de ese castillo se crearon industrias importantes; se alzaron centenares de edificaciones; se formaron bancos de pescadores, de menestrales, de hidalgos y de calafates, que trabajaban en los astilleros.
Todo esto y más comprende el instructivo trabajo del señor Fresnedo, que ha merecido justos elogios de la "Revista de Arquitectura", por el acierto con que reconstruye la derruida fortaleza y expresa lo que fueron las murallas, de las que apenas quedan vestigios, los torreones, las espaciosas salas y cuanto fue en un tiempo orgullo de la villa.
Estudios como el del señor Fresnedo de la Calzada, son en extremo útiles y necesarios, pues sobre ellos ha de cimentarse en el porvenir el edificio de la Historia de nuestra provincia, toda en embrión, aunque de algunos años á esta parte son varios los señores amantes de la Tierruca que van reuniendo los materiales que han de servir para aquel interesante trabajo que todos esperamos y tanto se desea.”
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(Se publicó aquel trabajo en el número correspondiente al tercer trimestre de 1918, de la notable Revista "Arte Español"; SAN VICENTE DE LA BARQUERA. Apuntes retrospectivos para su reconstrucción.
Julián Fresnedo de la Calzada. (Arte Español. Año VII, tomo IV, m\m. 3, 1918, tercer trimestre.
Pocos sitios de tan pintoresca hermosura como el pueblo de San Vicente de la Barquera, en la provincia de Santander. Vieja villa de bastante importancia en la Edad Media, conserva aún restos de su pasado, en un largo peñasco bordeado por dos rías que le dieron gran valor defensivo. Altos muros de un castillo desmantelado, paredones de muralla cubiertos de yedra, viejas casas arruinadas, una iglesia del XIII, cuya hermosa torre fué torpemente restaurada hace pocos años, es lo que queda después de numerosos incendios y asolaciones. Tras las montañas verdes que rodean el pueblo, vense los días claros, las cumbres imponentes y nevadas de los Picos de Europa.
El Sr. Fresnedo trata de rehacer con gran fortuna el plano del pueblo en la Edad Media.-T.)
1893 - ROGATIVAS
El veintisiete de Junio de 1893 se publicó
en “La Atalaya” el siguiente artículo sobre unas “rogativas” efectuadas por el
pueblo de Gandarilla y firmado por J. Gutiérrez de Gandarilla y que dice así:
"DESDE GANDARILLA
Señor director de LA ATALAYA:
Muy señor mío: Según decía á usted en mi última, ayer 23 fue el día señalado para trasladar ó volver la preciosa imagen de Nuestra Señora del Andrinal al pueblo de Labarces, de donde es patrona, y que estaba en éste de Gandarilla con motivo de la rogativa: la hora las cuatro de la tarde, y desde mucho antes se dejaba ver en todos los semblantes esa alegría propia aquí en esta clase de funciones. Reunidos los dos pueblos en nuestra santa iglesia parroquial, los dos muy dignos sacerdotes don Manuel García y don Isidro Gómez, acompañados por el coro de este pueblo, entonaron el "Te Deum" en acción de gracias por la súplica obtenida; una vez concluido se organizó la procesión, cantando el Santísimo Rosario.
Ya en el sitio de costumbre para encontrarse y despedirse las dos milagrosas imágenes, seis hermosas jóvenes de Gandarilla, en representación del pueblo, cantaron magistralmente preciosos versos alusivos al acto, y otras seis no menos bellas del pueblo de Labarces les contestaron en igual forma dándoles las gracias, tanto por el buen recibimiento que se les había hecho el día 13, como por la cariñosa despedida que entonces se les hacía. Seguidamente, el muy querido é ilustrado señor cura de Labarces, don Manuel García, haciendo púlpito de una pequeña piedra que en aquel sitio sobresale un poco más que las otras, pronunció un notable discurso-plática, lleno de unción evangélica y versando el asunto sobre lo que significa la inmemorial costumbre de estos des pueblos al hacer la rogativa, y la acendrada fe y devoción que se les tiene á nuestras santas patronas, terminando con fuertes vivas á la Virgen de las Nieves, la del Andrina!, la religión católica, y últimamente Gandarilla y Labarces, que fueron todos por el numeroso público calurosamente contestados, llegando entonces el entusiasmo hasta un grado indescriptible.
Excuso decir á usted que tanto allí como durante toda la carrera no cesaron un momento de atronar el espacio con sus estampidos los cohetes, voladores y medias bombas que seis ú ocho jóvenes lanzaban por los aires como si allá en célicas regiones fueran á saludar á la que es reina de los ángeles y corredentora del género humano: y para probarle á usted una vez más la verdadera fe y devoción que todavía por la misericordia de Dios se conserva en estos pueblos, bástele saber que, al separarse las dos milagrosas imágenes, casi todas las mujeres y muchos hombres de Labarces besaban y le ponían favores á nuestra santa patrona la virgen de las Nieves, que con seguridad no se harán esperar mucho tiempo, pues como dijo allí el citado don Manuel García, nunca tan buenas Madres abandonan á aquellos- de sus hijos que tan bien las quieren.
No solamente en los pueblos de Labarces y Gandarilla, sino en todos los comarcanos, serán los días 13 y 23 del corriente dos fechas memorables que todos tendremos siempre grabadas en nuestros corazones, tanto por el favor obtenido, cuanto por la pompa y solemnidad como se ha hecho esta rogativa.
Sin otro particular, quedo suyo afectísimo
s. s. q. b. s. m.,
J. GUTIÉRREZ DE GANDARILLA.
Julio 24 de 1893."
1849 - SOBRE EL PUERTO
El seis de septiembre de 1849 se publica en "La España", edición de Madrid, un artículo del corresponsal en Potes, sin firmar, que con fecha 30 de agosto envía y, en la segunda parte del mismo, hace referencia a San Vicente de la Barquera, su situación marítima y puerto en las siguientes condiciones que me parecen interesantes de reproducir:
(Nota: Hay algunas palabras “mal sonantes”
que están fielmente reproducida y algunas otras con faltas de ortografía, tal y
como vienen redactadas)
“POTES 30 de agosto.
(De nuestro corresponsal).
…Habiendo estado en san Vicente de la Barquera, no puedo dispensarme de decir algo de este puerto abandonado que tanto interés inspira por los recuerdos de su antigua opulencia y las ruinas de su población, situada en una pintoresca peninsulada sobre dos hermosas vías con magníficos puentes de piedra, el más antiguo de mil quinientos cincuenta y seis pies y treinta y dos ojos, y una tercera parte de aquellos con nueve de éstos el construido ha justamente cincuenta años, más abajo del arruinado donde debía estar con ventaja del camino de la costa, á que ambos dan paso, y del puerto á quien tanto ha perjudicado por hallarse contiguo al embarcadero. Creía, porque tal se dice en todas partes, que este puerto estaba perdido; pero no es así, porque yo vi á pocos pasos del embarcadero y salir el 19 del anterior julio con destino á la Carraca, la goleta hanoveriana Aguela, capitán H. F. Hollander, de la matrícula de Gueden, de ciento sesenta toneladas, y de calo trece pies y medio, con 1,369 codos cúbicos de madera roble, habiéndolo hecho con igual rumbo el 7 de febrero el bergantín ruso Benedit, capitán D. F. H. Hocterchoff, de igual porte, con 4,416 1/2 codos, y el 12 de marzo el Lovisse, etc., Betty, capitán Forean Thomesese, de 213 toneladas, con solo 1,134 5/8 codos, por no haber madera menuda para abarrotarle, ambos de la matrícula de Riga, con otros buques de menor porte; y este movimiento debido á la corta de maderas de aquellos contornos. Como esta carretera de Liébana está proyectada á Tinamayor, ensenada ó ría que forma el Deva al desembocar en el mar sin población ni muelle, debiera mandarse reconocer excrupulosamente á la vez que el puerto de san Vicente y comparar sus barras, fondo, corrientes, etc., para conocer cuál de los dos ofrece mejor fondeadero y entrada en todas estaciones, prefiriendo aun en iguales circunstancias á San Vicente de la Barquera, porque si habría que prolongar la línea de la carretera una escasa legua, buen ejemplo nos ofrece dentro de la provincia la de Castilla por Torrelavega, que despreciando el mar en Suances, recorre varias leguas más para buscarle en Santander, población y puerto notables que no hay en Suances, como lo es san Vicente con respecto á Tinamayor, punto en que todo habría que hacerlo, invirtiéndose inecesaríaramente los grandes capitales que exige la construcción de un pueblo con muelles, sobre tener aquel término propio y mejor campo. Con la esportacion que el camino de Liébana ofrecerá á San Vicente, especialmente en los considerables artículos de maderas, corcho y vino, los que le proporcionaría el proyectado por el valle ó acerca del Nansa que termina en él, y el movimiento que recibiese con el de la costa de Asturias, si así y todo nunca volvería á su antigua opulencia, reviviría al menos este desgraciado pueblo, y habría este puerto más en la brava costa Cantábrica entre Santander y Gijón, que diese impulso á la riqueza de los pueblos del interior de esta parte de la Península, hoy pobres y llenos de preocupaciones...? Escribo para que el gobierno y el público sepan todo esto, y ruego á vds. dediquen la atención de aquel para que mande hacer un reconocimiento que tan poco le cuesta.
Indicaré otro abuso que noté en San Vicente.
Cual si su puerto sufriese poco con las arenas que naturalmente se aglomeran,
las maderas que debieran colocarse en determinado sitio para embarcarlas, se
hallan meses y meses arrojadas en el mismo puerto deteniendo las arenas que las
mareas remueve, en términos de verse muchas piezas casi del todo cubiertas. A
todos oía lamentarlo, como es muy de lamentar, pues el puerto está desconocido
desde que por vez primera le vi el año anterior; pero nadie pone remedio. Sirva
de aviso á quien deba remediarlo.”
1910 - FIESTA DE LA BARQUERA.
El doce de septiembre de 1910 se publicó en "El Cantábrico", y firmado por "Masanfer", el siguiente reportaje sobre la fiesta de "La Barquera" que dice así:
1905 - VIAJE EN TREN DE CABEZÓN A LLANES
El veintiséis de junio de 1905, se publicó en la primera página de "El
Cantábrico", un curioso reportaje sobre un "Viaje en tren de Cabezón a Llanes"
No es un artículo o reportaje dedicado en "exclusiva" a San Vicente de la Barquera, pero sí son citadas y descritas algunas peculiaridades referentes al trayecto por nuestra zona del naciente ferrocarril que se estaba terminando de construir y donde el articulista recoge, (y no firma), esta excursión.
Por parecerme de interés y "curiosidad" reproduzco el artículo completo de El Cantábrico que dice así:
"DE CABEZÓN Á LLANES
Habíamos recorrido toda la
línea, de Santander á Llanes, en ese tren. Ya está la vía en condiciones de que
por ella se circule: faltan sólo algunos detalles para que se pueda inaugurar
el servicio público. Muy pronto, los montañeses y los asturianos, yendo y
viniendo, se encontrarán y se saludarán con afecto en las estaciones de cruce.
Llanes estaba ayer
rebosante de animación. Las calles, los mercados ofrecían ese aspecto de los
pueblos laboriosos, que gozan del día de asueto, que van con sus ganancias de
la semana á comprar á las tiendas y á los puestos. Y recorriendo sus vías,
contemplábamos la variada edificación las construcciones nuevas, los palacios,
las viviendas, limpias y cómodas.
...Los dos montes, las dos
mesetas colocadas allí por los caprichos de la Naturaleza, las dos llamadas
Tinas, Tina mayor y Tina menor, dejan un huequecito entre sus laderas para que
desemboque el rio Nansa. Cuando pasamos frente á este espectáculo de un río que
corre, de un mar que le espera, de unos montes que no han podido cerrar el paso
al agua dulce que baja de otras alturas, se nos anuncia que Asturias va á
empezar, precisamente en una obra de los constructores de la vía, en la mitad
del puente de Unquera. Con afán deseamos penetrar con el tren del Cantábrico en
la provincia hermana. Va a ser un momento de emoción sincera.
Confesamos que una línea
férrea de tanta y tan deleitosa impresión no la hemos recorrido nunca.
Vanos á Colombres, el pueblo de los afortunados de América, aquel pueblo nobilísimo que también, como Llanes, sabe honrar á sus hijos insignes.
Los suntuosos edificios de
los buenos patriotas que volvieron á sus pueblos con sus ganancias, coronan la
altura, y la más hermosa y amplía de todas las construcciones que se ven es el
Hospital, creado por la caridad fecunda de tan buena gente. Entramos en el
túnel del Peral, sobre el cual, un poco desviado á la derecha, aparece el
cementerio de Colombres, con los soberbios panteones donde descansan ó
descansarán los restos de los generosos que tanto bien hacen al pueblo. ¡Del
Hospital á los panteones cuántas bendiciones caminarán, sobre los aires puros
de las montañas, que tanto sanean y purifican la voluntad de los adinerados!...
La vía se prolonga entre manzanales; ya hablan los excursionistas de la frescura de la sidra asturiana, de la espuma blanca de esa sidra «de tiro» que hace saltar el tapón de las panzudas botellas, después de las comidas fuertes, sustituyendo al champán en el trabajo de alegrar á los comensales. Y en seguida, en cuanto se ha pasado el viaducto de Cabra —de recia y esbelta construcción, como los demás viaductos y puentes de la línea—, se nos aparece lo más típico de Asturias: el hórreo. Son dos los que se ven, montados «al aire», como una remembranza de las viviendas lacustres. En ellos se depositan los frutos de la tierra, como si se hubiesen de santificar, alejándolos del contacto con el suelo, entregándolos á las caricias del aire puro, antes de ser alimento de los hombres. ¡El hórreo, con su cubierta á cuatro aguas, con su balcón, con su solana, con su silencio de casa de los frutos, donde no han de penetrar los roedores, que todo se lo quieren comer; donde no habitan los hombres, que se lo comen todo!...
...¡Gran sorpresa para el
viajero «primerizo»! El mar, el inmenso mar, con su azul intenso, con su
agitación constante, con sus rizos de espuma, con su corte de brisas, aparece
ante la vista. Por Guipúzcoa, yendo en un tren hacia Zumaya, recibimos cierto
día igual sorpresa. El mar no se anuncia en la marisma, no le vemos primero en
la bahía, no le contemplamos antes entre las playas, entre las rocas, entre los
juncales; de pronto se nos manifiesta, trayendo á la imaginación, cansada de
los valles angostos, de las gargantas estrechas, de los bosques, de las
callejuelas, la idea de lo infinito.
Entramos en un bosque
sombrío, y á poco dejamos atrás los álamos, los chopos, los castaños para
encontrarnos con otro pueblo pintoresco, diseminado entre la vegetación:
Pendueles. De entre la espesura una torrecilla surge: es de un templo que se
esconde en la verde confusión del follaje, ocultando sus muros entre las hojas,
sus cimientos entre las raíces. Un campesino con su dalle y con su montera; una
mujer con la herrada de anchos aros nos recuerdan también que estamos en
Asturias... Vidiago es un verde rincón de región tan bella. Sus viviendas no se
atreven á asomar entra las ramas pobladas de hoja: por un lado, parece un
bosque inhabitado: más allá, desde el tren, vemos las casitas blancas,
descansando junto á los troncos, estos inmóviles, Silenciosos centinelas que
amparan en la Montaña y en Asturias el sosiego de tantos enriquecidos! ¡Qué
amena estancia, Vidiago, para los espíritus fatigados! Junto al mar, sobre las
rocas, entre los manzanos, los álamos, los castaños, los eucaliptus, los robles
y los chopos...
Y penetramos en un extraño
túnel, en un túnel doble, de cuatro «bocas». Cuando se construyó, en medio de
él se abrió la superficie de la montaña, y se acordó hacer un pequeño trozo á
cielo abierto y continuar después á través de las entrañas de piedra del alto
monte. Se llama el túnel «de los Altares»: apenas salís de él volvéis á
penetrar en su segundo trozo, y mirando al interior desde el vagón veis en el
centro un poco de luz, como si hubiese allí una claraboya. Este túnel y el que
hay cerca de La Acebosa (estación de San Vicente) son los más curiosos detalles
de la línea. Este de La Acebosa se titula de la Castañera y es su entrada un
desmonte en trompa y hay en su salida una gran losa de tapa. Parece este túnel
obra de la Naturaleza, una caverna abierta en la roca viva. La sierra de Cuera
produce el efecto de las cosas magnas. Sus recias estribaciones tienen un aspecto
gigantesco. Nuestros poetas, nuestros sentimentales, nuestros pintores
montañeses han de poner en el papel y el lienzo muy bellos pensamientos cuando
hayan comprendido bien toda esta hermosura de la región asturiana.
Hemos recorrido, pues, toda la línea del ferrocarril Cantábrico desde Cabezón á Llanes. Las obras están terminadas, y ya hemos dicho que se activarán los últimos trabajos para poder inaugurar el servicio hasta Llanes. La prolongación se ha hecho muy bien. Abundan en ella las obras de fábrica, y no se ha omitido ningún gasto para la mayor seguridad y comodidad del viajero. Se ha empezado por prodigar en todo el trayecto el balastro, que es el pan de las vías férreas, asegurando con él la solidez del terreno y la firmeza del camino de hierro. Se han hecho para el servicio de los pueblos varios puentes muy esbeltos, de hormigón armado, y se han construido muy excelentes estaciones.
La Instalación telefónica
es perfecta: se divide la línea en dos secciones; la primera de Santander á Puente
San Miguel, la segunda de Puente San Miguel á Llanes. Los aparatos telefónicos
son de la casa Ericcsson, de Suecia, y además cuenta la Empresa con dos
aparatos de campaña, iguales á uno que tiene el Rey, y que lo regaló á S. M. el
Cuerpo de telégrafos.
Los relojes de la estación
son del señor don Emilio Eichberg, de esta ciudad.
Los contratistas de la
nueva línea han sido los señores don José Revilla, don José Mesones y don
Constantino Helguera. Han dirigido los trabajos el director del ferrocarril don
Manuel Huidobro y los señores don Jesús Quintana y don Ramón Velasco.
Han construido las
estaciones y depósitos los contratistas señores Laso y Rivas.
Son jefes: de la estación
de Treceño, el señor Rojo; de la de Roiz, el señor Raba; de la de San Vicente,
el señor Cañardo; de la de Unquera, el señor Solís; de la de Llanes, el señor
Carrasco.
Hoy, lunes, recorrerá la
nueva línea un tren especial de prueba, que saldrá de Cabezón á las 9'30.
Mucho deseamos que se
inaugure pronto el trayecto de Cabezón á Llanes, para que pueda el público
hacer un viaje de los más amenos por lugares bellísimos; y de vuelta de nuestra
deliciosa excursión por tan lindos pueblos y por tan pintorescos campos,
enviamos un saludo afectuoso á nuestros hermanos de Asturias, ahora que entre
aquella hermosa provincia y la nuestra se han acortado las distancias."