1911 - LAS COLONIAS ESCOLARES DE SAN VICENTE DE LA BARQUERA

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 El veintitrés de septiembre de 1911 se publica en la revista "Letras y figuras" el siguiente reportaje, "sin firma", sobre "Las Colonias escolares de San Vicente de la Barquera", que literalmente dice así:



              Las colonias escolares de San Vicente de la Barquera 


"La hermosa costa cantábrica y en ella uno de los rincones más pintorescos, ha sido escogido por la Institución Libre de Enseñanza para residencia de sus colonias veraniegas. Poco acostumbrados en este país a ver desarrollarse iniciativas que no tengan como base fundamental el apoyo del Estado sorprende gratamente encontrar en San Vicente edificios levantados ad hoc para el elevado fin que se propones. Y sobre todo saber que para conseguir tal objeto no han precisado subvenciones de nadie, bastando simplemente el apoyo prestado por los que antes tomaron parte estas excursiones a los que ahora las realizan para conseguir que la idea no solo tenga arraigo, sino también su casa solariega.   


 Niños a quienes la anemia consume en Madrid, y que por las condiciones especiales de vida carecen en la Corte del aire sano que para fortificar sus pulmones les seria necesario, son los habitantes de la Colonia, que se compone de dos hermosos y bien ventilados edificios, destinados uno a comedor y otro a dormitorios, en los cuales se alojan escolares madrileños, que van durante la estación veraniega en tandas sucesivas de 50 alumnos a pasar en aquel hermoso lugar un mes entero viviendo en pleno campo y tomando a la vez los baños de mar, con lo cual fortificando sus organismos, se evitará seguramente que con ellos suceda lo que con tantos otros niños anémicos que no son más que candidatos a la tuberculosis.

LETRAS Y FIGURAS se complace en llamar la atención de sus lectores sobre tan benéfica institución, esperando que también en tierras valencianas encuentre eco la idea de estas colonias escolares que además de realizar la gran obra de favorecer el desarrollo de una generación fuerte y apta para la lucha. Llena el laudable fin de unir en vida común a niños de clases acomodadas con otros que pertenecen a otras más humildes, estableciendo así lazos de amistad y cariño, que es de suponer den sus frutos en día no muy lejano, contribuyendo a restar elementos a la lucha de clases que tan hondamente conmueve a la sociedad del mundo entero.

El año actual disfrutaron de tan beneficiosa institución 200 niños, número tan crecido, que ha hecho pensar a los iniciadores y mantenedores de estas excursiones en la necesidad de aumentar los edificios de la Colonia, para lo cual disponen del terreno necesario enclavado, como los pabellones actuales en sitio encantador desde el que la vista se extiende por el hermoso panorama de que da idea una de las fotografías que publicamos".

FOT. JEREZ


1932 - HOMENAJE LITERARIO. (San Vicente de la Barquera y Concha Espina)

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El día dieciocho y veintiuno de octubre de 1932, se publicaron en "EL DÍA" y en "LA VOZ DE ASTURIAS", respectivamente, un artículo-homenaje, sobre San Vicente de la Barquera, firmado por la escritora Concha Espina. Como me ha parecido curioso, e interesante, por la descripción, narración y estilo literario, dejando aparte los datos históricos que maneja, que pueden ser muy discutibles, os dejo el mismo que, literalmente, en los dos periódicos, dice así:

 

"NUESTROS COLABORADORES 

Piedras y lunas 

Antes de despedirnos una vez más de la costa nativa queremos rendir nuestro homenaje literario a un noble pueblo vecino, San Vicente de la Barquera, una de las cuatro villas ilustres de Cantabria: La que con Laredo, Castro Urdíales y Santander, compartió el imperio de este mar español en los más hazañosos tiempos de nuestra historia. 

Situado en el vértice de dos rías profundas, abrazado por ellas entre dos puentes magníficos, sobre un promontorio heráldico donde todo proclama una gloria de ayer, San Vicente conserva, en medio de sus ruinas, dos laureles inmarcesibles: el Recuerdo y la Belleza. 

Mirando sus arenales y sus bosques en las rías pandas, como en eterno cristal, ungida de memorias que resurgen con voces de piedra en raros monumentos y viven con alientos heroicos en libros inmortales, esta villa de origen medieval tiene un extraño aroma de poesía, un romántico perfil de inolvidable hermosura. 

Desde el castro soberbio donde fincó sus primitivos muros, ve una inmensa llanura de alta mar, se asoma a los espejos de la ría y, como fin de un espléndido horizonte de valles y montañas, encuentra al Sur los Picos de Europa dominados por la ingente bravura del Naranjo de Bulnes. 

En la cresta del altivo peñasco está emplazada la iglesia parroquial del siglo XII, Santa María de los Angeles, templo fortaleza, de diversidad de estilos en cuyo exterior predomina, por su esplendidez, una admirable puerta románica. 

Bajo las reverendas bóvedas, la capilla de San Antonio de Pádua merece excepcional interés, Construida por ilustre familia del país en el siglo XV y restaurada por uno de sus miembros, don Antonio del Corro, Inquisidor general de Castilla, contiene los sepulcros del restaurador y de sus padres, verdadero joya renacentista el primero, composición de una riqueza y brillantez insuperable que goza fama universal en los códigos artísticos; y obra interesantísima el segundo, en el cual las estatuas yacentes reposan bajo una pátina exquisita, color de marfil. 

Próximo a la parroquia el palacio del Inquisidor levanta sus muros ruinosos, invadidos por la hiedra y luce, todavía, una hermosa fachada del renacimiento italiano, modelo de elegante reciedumbre. Puestas al sol las piedras allí, han adquirido un tinte rubio y parecen de oro como tantos augustos solares de Salamanca y Toledo. 

De cara al vendaval, en contraste con el muro dorado, otros, muy cerca, palidecen lo mismo que la plata como si estuvieran roídos por la luna. Son los restos del hospital de la Concepción fundado, también, por la casa de Corro, que aun muestran igual que las ruinas del palacio, raras bellezas arquitectónicas, de un gusto opulento y señoril. 

En la misma espina del cerro surge un almenado trozo de muralla y corre desde la Iglesia-fuerte, hasta los regazos de un castillo militar, como despojos de la fortaleza que cerró la península en tiempos de Alfonso III, el Magno. 

Castillo, muralla, palacio y hospital, no son más que un Recuerdo vestido con incansable devoción por la flora del Norte, perenne alegría de la Belleza. 

Y ambos laureles, de un perfume simbólico, viven a la sombra del templo, única existencia que permanece allí con intrínseca vitalidad, firme en sus piedras seculares y en su divino ser. 

Bajo el recio crestón, por la ribera oriental, se extiende un pueblo marinero y burgués que lleva su pintoresco caserío hasta el mismo borde de la ría y oye silbar de cerca al ferrocarril. 

El tráfico del mar es hoy tan pobre y menudo en San Vicente que nada nos recuerda de aquel puerto famoso en la en la costa, frecuentado por buques de gran porte, contribuyente con otros al comercio de las Indias y a la pesca en Irlanda, como a insignes lances de guerra y honor. 

Este puerto, obstruído por el sable que desde Peña Entera viene a descargar sus bancos en el canal, nada nos dice, pues, en su quietud de aquellos soldados y mareantes montañeses que llevaron cincuenta y dos navíos de trasportes a la Armada invencible y contribuyeron a la toma de Sevilla en la hazaña de Bonifaz. Solamente el escudo marinero responde aquí a tales memorias, mostrando, como en las citadas villas del Cantábrico, un bergantín henchido que a toda marcha rompe una cadena: la liberación conseguida por el viento azul y la vela cándida... 

San Vicente es cuna de linajes tan ilustres como los de Oreña, Cosio, Estrada, Corro, Escalante, Vega Inclán, Sánchez de la Barca, Ceballos, Calderón y otros muchos de la alcurnia montañesa. Y recuerdan sus festejos y su rumbo de antaño unas crónicas referentes a la estancia de Carlos V en el puerto linajudo y memorable. 

Aún se cultivan en él los célebres picayos de origen ancestral, unos cantares del país que en labios de muy garridas mozas, cautivaron hace cuatro siglos al Emperador y hoy tienen un interés Folglórico indecible... ¡Siempre el arte, que es Belleza, triunfando de la vejez! 

Unico es el hechizo de esta villa, acostada en el sable de Merón sobre los brazos del Mar entre el cabo de Oriambre y la punta de Liaña. Los cuarenta y dos ojos de sus puentes de piedra se abren en la ría con enorme inquietud, trasoñando los días de ayer, ciegos de ilusión frente a los amaneceres del porvenir. 

Concha Espina. 

(Exclusivas "Sagitario").

1900 - NAUFRAGIO Y TRAGEDIA EN "EL SABLE DE MERÓN"

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 Un naufragio es una tragedia del mar y los marineros, y seguro de que todos recordamos algún relato, sobre el particular, desgranado por nuestros mayores, en las largas tardes y noches de invierno, al calor de la lumbre. 

Hoy os dejo un artículo, del diecinueve de febrero de 1900, en el que F. de Q. corresponsal de "La Atalaya" en San Vicente, hace un relato pormenorizado de lo sucedido, dos días antes, con cinco embarcaciones, en la entrada del puerto y playa del "Sable de Merón":

"En San Vicente de la Barquera 

Nuestro querido amigo y distinguido corresponsal en San Vicente de la Barquera don F. de Q. nos remite, según prometía ayer en el telegrama que ya conocen nuestros lectores, el interesante y triste relato siguiente, que da idea exacta de la magnitud de la desgracia que nuevamente viene a cubrir de luto muchos hogares y muchas almas aún no repuesta de la tremenda emoción sufrida por la tragedia hace poco desarrollada en aquella costa: 

«A las cuatro de la madrugada de anteayer salieron de este puerto, para dedicarse a la pesca del besugo, dos lanchas patroneadas por Domingo Cortavitarte y Cándido Isusquiza y dos barquías patroneadas por José María Santiáñez y Dionisio González. 

Las cuatro embarcaciones, con otra lancha más que encontraron en su derrota, se dirigieron a la playa de La Marona, distante unas veinte millas del puerto, y ya venían en demanda de él, después de haber hacho buen acopio de besugo, cuando fueron sorprendidas por lo que aquí llama la gente de mar una punta en tierra y en ese puerto virazón y galerna, según los casos. 

La mañana fué espléndida hasta eso de las diez, hora en que empezó a soplar el viento Sur con bastante violencia, y pocos momentos antes de las doce ya el cariz había cambiado por completo. Estaba imponente. Densos girones de negras nubes cruzaban el espacio impelidos por el Noroeste que soplaba con toda la furia del huracán, y el agua y el granizo y la niebla, que a ratos cerraba el horizonte, hacían más fatídico el cuadro. 

¡Qué día más triste para el vecindario de esta villa! ¡Cuánta desolación y cuánto luto! 

De las cinco embarcaciones que luchaban denodadamente contra el empuje de los elementos frente a la boca del puerto, ninguna pudo tomarle y todas fueron a dar al Sable Merón, que así se llama la playa que hay a la entrada, como las Quebrantas en esa. La primera que embarrancó fué la patroneada por Cándido Isusquiza, que salvó toda la tripulación, y la segunda la de Comillas, cuyos tripulantes se salvaron todos también. Poro mientras esto ocurría en la orilla, un poco más allá, entre oleadas inmensas y rugientes espumas desaparecían las dos que patroneaban José María Santiáñez y Dionisio González. A los pocos momentos varó la mandada por Domingo Cortavitarte, que corrió la misma suerte de las dos primeras, consiguiendo salvarse todos. 

De la embarcación da José María, tripulada por 14 hombres, no consiguieron salvarse más que dos: el mismo patrón y el pinche, a quien conocemos aquí por Paco el de Virginia Los doce restantes perecieron, y hé aquí sus nombres: 

Arturo Sánchez, José Marcos, Manuel Fernández, Francisco San Nicolás, Julio Santiáñez, Ramón Bustamante, Marcelino Bustamante (hermano del anterior), José Fernández, Adrián González, Guillermo Gutiérrez, José San Juan, Enrique Bustamante. 

De los doce, ocho casados y con hijos. 

En la embarcación mandada por Dionisio González perecieron dos: José Noriega y Tomás Varela, ambos casados y con hijos. 

¡Descansen en la paz del Señor las almas de esos catorce infelices náufragos, de esos héroes del mar! 

En cuanto se dio cuenta el vecindario del riesgo que corrían las lanchas, fueron muchos al lugar del suceso, especialmente de las familias de los náufragos, desarrollándose con tal motivo escenas tristísimas, imposibles de describir. Desde los primeros momentos estuvieron también en la misma orilla, ayudando al salvamento, calados hasta los huesos, luchando sin tregua y ejercitando actos de verdadero arrojo, unos cuantos hombres valerosos y nobles, unos cuantos amigos míos, cuyos nombres no cito por natural temor de ofender su modestia. 

Se distinguieron también notabilísimamente el sargento de la guardia civil del puesto y tres guardias que con él fueron, así como unos pocos vecinos del barrio cercano a la playa, que estuvieron valientes hasta la temeridad. 

Ya diré sus nombres, que bien merecen ser conocidos, y que Dios los premie á todos por tanta buena obra como hicieron en aquellos terribles momentos. 

Las autoridades, excepción hecha del señor Alcalde, brillaron por su ausencia, aunque a última hora me dicen que a última hora fueron. Esto, como es natural, daba lugar a comentarios poco favorables para los interesados. 

Y con esto, ya que me niega fuerzas para más un decaimiento de ánimo terrible, producido por los sucesos referidos, hago punto á esta luctuosa crónica, á reserva de hablar otro día algo más, si Dios me da salud, de cosas que importan á esta villa. 

F. DE Q. 

San Vicente de la Barquera, febrero 18 de 1900".

1797 - SOBRE LA PESCA Y PESQUERÍAS EN SAN VICENTE - (De la revista Memorial Literario)

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MEMORIAL LITERARIO.


SEPTIEMBRE DE 1797.


PARTE I.


  En la Biblioteca Nacional de España, sección digital, pude conseguir el "Memorial Literario" editado en septiembre de 1797, que recoge un discurso dirigido á la junta de Diputación de la Real Sociedad Cantábrica sobre la restauración de las pesquerías nacionales, por el Socio D. Juan Antonio Pérez del Rio y Villegas, y donde menciona a San Vicente de la Barquera en los siguientes términos: 



Páginas 296/297 del Memorial Literario editado en septiembre de 1797.



  "En la ría de San Vicente de la Barquera no hay mas que quatro matriculados útiles, al presente destinados en la esquadra, y siete jubilados en el puerto. No pudiendo omitir la reflexión de que por ordenanza solo se concede jubilación á los que hicieren  constar ser ya inválidos ó sexagenarios. ¡Estos son los únicos que tienen allí la prerrogativa política, sin la natural, de poder manejar las redes!  Y así todos juntos no son capaces de tripular una sola lancha de pesca, á no ser con el auxilio de los terrestres. 


  ¡Horror causa en este punto la comparación de estos tiempos con los antiguos! Carlos V por su Real Cédula de 5 de Abril de 1550 á instancia de aquella villa la concedió que dos navíos de guerra,  y mas si fuesen necesarios, escoltasen contra piratas, y protegiesen las pesquerías, á que salían de aquel puerto sesenta barcos mayores para las costas de Irlanda y mares del Norte.

Solo de aquel puerto había mas de quarenta embarcaciones en la famosa y desgraciada expedición naval de Felipe II. Véase el apéndice número primero á continuación de este discurso y en caso necesario seria fácil el cotejo con los instrumentos originales que existen en el archivo de aquella villa, á que me remito"


También, en el mismo "Memorial Literario", y a continuación del discurso hay un apéndice primero que copiado literalmente dice:


Pág. 333/335



  "Copia á la letra de los documentos testimoniales que existen en mi poder. Apéndice primero.

Yo Francisco Xavier de Barreda, Escribano por S.M. (Dios le guarde) del número perpetuo y Audiencias de esta villa de San Vicente de la Barquera, donde soy vecino actual, de su Ayuntamiento y de la Subdelegacion de Marina de este puerto y sus agregados, doy fe, y verdadero testimonio á los Señores que le vieren, y donde fuere presentada, como esta referida villa es una de las quatro de la costa de Cantabria; y que ha sido en la antigüedad la mas populosa y de mayor comercio, no solo terrestre, sino marítimo, manteniendo una gran navegación con gran número de embarcaciones y navíos propios de sus vecinos, no solo para el tráfico de dicho comercio, aumento de las esquadras, sino también para la gran pesquería que se hacia en los países del Norte y mares de Irlanda; en tanto grado, que á solicitud del Procurador general obtuvo cédula Real de S.M. el Señor D. Carlos y Doña Juana su madre, fecha á 5 de Abril de 1550, concediendo se destinasen dos navíos de la Marina Real, ó mas si fuesen necesarios, armados para escoltar mas de 60 navíos 


 mayores que iban todos los años á dichas pesquerías, á causa de quejarse que muchos piratas enmascaradas las caras los abordaban y mataban sus tripulaciones, arrojándolas al mar; de que resultaba por experiencia la decadencia de bastimentos de pescado en el Reyno, cuyas desgracias fueron una parte de la diminución del gremio de mareantes; y cuya ruina se ha ido aumentando considerablemente, y mas desde la que padeció la esquadra á la boca del Canal de la Mancha en tiempo del Señor Rey D. Felipe II, en la que solo de este puerto se hallaban mas de 40 embarcaciones; pero sobre todas estas desgracias y otras muchas que resultaron, y de que provino la despoblación de este puerto, acabó de aniquilar el cuerpo de marineros, que le sostenía y fomentaba, el establecimiento de la matricula desde la plantificación del Almirantazgo por el Serenísimo Señor Infante D. Felipe; de modo que es tal su decadencia, que en el día no ha quedado, ni hay un marinero útil para el Real servicio, ni todos juntos capaces para tripular una sola lancha de pesquería, á no ser con el auxilio de los terrestres; siendo tal el horror que por estas circunstancias han tomado los naturales á la matrícula, que mas quieren buscar su vida en la transmigración á otros países, que matricularse; por lo que llegará el caso antes de mucho tiempo de consumirse enteramente y cerrarse el puerto; todo lo que con referencia á los 

 documentos que resultan de los archivos de este Ayuntamiento, y de los asientos de matrícula á que me remito, de mandato de los Señores Justicia y Regimiento que le gobiernan, y á instancia del Mayordomo actual de dicho gremio de mareantes, le doy el presente para los efectos que le convenga en esta referida villa de San Vicente de la Barquera á 24 días del mes de Junio de este año de 1797".






1886 - INCENDIO EN FÁBRICA DE ESCABECHES

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El nueve de Marzo de 1886, en "El Atlántico", se publicaba la siguiente noticia sobre un incendio en la villa y sitio de "La Barquera":  


  "En la madrugada del sábado, 6 del corriente, se incendió en San Vicente de la Barquera la fábrica de escabeches que en el sitio llamado «La Barquera,» tenía el conocido industrial D. José Martínez.

Como el sitio está algo distante de la villa y el viento fué aquella noche tempestuoso, cuando los vecinos acudieron al lugar de la ocurrencia ya era tarde para atajar la destrucción y dominar el voraz elemento. 

No obstante lo desapacible de la noche y lo avanzado de la hora, á las primeras voces de alarma se constituyeron en el lugar del siniestro los señores Juez de primera instancia D. Angel Carrancoso, alcaldes 1.° y 2.° D. Eusebio de Hoyos y D. Feliciano Alvarez, acompañados uno y otros de fuerzas de la guardia civil y carabineros de aquel puesto, en unión de numerosos vecinos que acudieron con los mejores deseos, dispuestos á prestar sus auxilios. 

Pero fatalmente, cuando los primeros avisos llegaron al pueblo, ya el fuego había consumido y derrumbado todo el edificio, sin que de él haya quedado casi material alguno aprovechable, por lo que toda disposición era ya innecesaria é ineficaz, concretándose estas por parte del Juez á tomar declaraciones y reunir datos en averiguación de las causas, hasta hoy desconocidas, que ocasionaron el incendio; y por parte de las autoridades locales ya dichas, á ordenar lo conveniente para evitar que aquel se comunicase al inmediato santuario de Ntra. Sra. de la Barquera; distinguiéndose en este empeño el párroco D. Joaquín Fernández que, ayudado por varios arrojados vecinos, consiguieron preservar de las llamas tan venerado santuario".

 

1901 - FIESTA DE "LA BARQUERA " (Relato de la fiesta, religiosa y profana, por J. Gutiérrez de Gandarilla)

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El 12 de septiembre de 1901, se publicó en "La Atalaya", el siguiente relato de D. Juan Gutiérrez de Gandarilla, que vino, como invitado, a participar de la fiesta de La Barquera y nos relata sus vivencias de una forma muy peculiar e interesante. (Recordemos que era el año 1901... ¡Hace ya 121 años!, y desde entonces la vida y las costumbres han dado un cambio muy importante)

 

"De San Vicente de la Barquera 

Señor Director de LA ATALAYA. 

Muy señor mío y amigo: Aun suponiendo que haya Vd. visitado alguna vez el hermoso santuario dé la Virgen de la Barquera, situado en lo más pintoresco de esta villa, no puedo resistir á la tentación de esbozarlo someramente y dedicarle cuatro plumadas á fin de que, aquellos que no lo conozcan, se formen una pequeña idea de lo que es aquel incomparable lugar, antes de entrar en detalles referentes á la romería celebrada allí el día 8 del actual.


  Construida la capilla en el centro de un pequeño bosque de añosas encinas, é inmediata á la entrada del puerto, viene á ser la Barquera, respecto á San Vicente, lo mismo que el Sardinero con relación á Santander, puesto que, hoy cuenta ya con algunos "hotelitos" y casas de baños, alrededor de ella, que hacen más parecido el símil de que me valgo. Dos vías de comunicación hay desde la villa al histórico santuario; una terrestre, por el hermoso paseo construido hace muy pocos años á todo lo largo de la extensa bahía, y otra marítima, ó sea desde el muelle del «Puente nuevo» al muelle de la Barquera, y á la hora en que nosotros llegamos de la aldea (diez de la mañana) las dos se veían materialmente llenas de gente, que se dirigían al milagroso santuario, atraídas, tanto por la fé y devoción que en toda esta comarca se tiene á la Virgen de la Barquera, cuanto por la solemnidad que en dicho día se dan á los cultos que allí se celebran en su honor.

Infinidad de lanchas, «barquías» y botes, atestados de romeros, cruzaban sin parar desde el muelle á la Barquera, mientras que el paseo era un continuo ir y venir de forasteros, y «señorío» dé la villa, presentando un aspecto encantador.

No sin grandes esfuerzos pude penetrar en la capilla, merced á galante invitación que para ello me había dado el popular alcalde don Celestino Blanco, empezando, acto seguido, los divinos oficios. Celebró el santo sacrificio el muy querido párroco de la villa, don Cesar de Haro, asistido por el ilustrado ecónomo D. Policarpo San Juan, y el virtuoso sacerdote de Liébana don Eduardo Barreda, estando el sermón á cargo del R. P. Manuel Lacalle, de la Orden de Predicadores, y el coro al de don Benjamín García de la Hoz, don Vidal Valle, don Arturo M. Cuevas, don Baldomero Matamoro y varios niños.

En cuanto á la oración sagrada que predicó el R. P. Lacalle, no puedo menos que decir que me pareció una de las mejores que hé oído en mi vida, y cuidado que he escuchado á muy buenos oradores, en mi larga peregrinación por el mundo, y que si fuera á entrar en detalles referentes á las facultades del orador, y al asunto por él magistralmente desarrollado, necesitaría todo este número de LA ATALAYA para dar una sucinta pálida idea de lo que en si fué el notable sermón. Del coro nada tengo que decir, formado por lo principalito y más sobresaliente de la villa: resultó como obra de verdaderos maestros y profesores en el arte. Al final de la misa fueron todos muy felicitados, particularmente don Policarpo San Juan, que tiene una potente y bien timbrada voz de tenor, según nos demostró aquel día en varias ocasiones, y diferentes «partituras».

A tan solemne acto asistió una numerosa representación del Ayuntamiento, compuesta por el alcalde don Celestino Blanco, primer teniente don Fidel Noriega, sindico don Tomás Noriega y varios concejales, entre ellos don Laureano Blanco, don Basilio Escandón Laverde, don José Noriega y otros cuyos nombres siento no recordar. También asistió el dignísimo secretario del mismo don Manuel Díaz del Cotero.

Una vez terminados los Oficios Divinos, precedidos por una «charanga» con visos de «banda» que había contratado el Ayuntamiento, nos trasladamos por tierra á la villa, seguidos de numeroso acompañamiento, mientras por mar lo hacían, en su mayor parte, los aldeanos ó « terrestres», como dicen los marineros, que esperan este día con verdadera ansiedad para dar un paseo por la bahía.

Por la tarde, á las cuatro, después de haber sido todos atentamente obsequiados en su casa con café, copas y tabacos por el querido párroco don César de Haro, volvimos nuevamente á la capilla de la Barquera, donde se rezó el Santo Rosario, con plática, por el P. Lacalle, que no desmereció en nada del sermón de la mañana, y novena y salve cantadas por las distinguidas señoritas Gloria Carranceja, Julia y Telesfora Hoyos, Emilia y María Hoyos Pastor, Hilaria Escandón Laverde y Sara Hoyos.

Excusado nos parece decir que con sus angelicales voces, unidas á las de los individuos que formaban el coro en la misa, estas bellas señoritas nos proporcionaron un rato de gratas emociones, probándonos al mismo tiempo que son dignas hijas de un pueblo católico y fervientes devotas de la Virgen de la Barquera.

Terminado el santo rosario y demás prácticas religiosas, nos trasladamos desde la capilla á la suntuosa casa del señor alcalde, don Celestino Blanco, donde fuimos obsequiados con cervezas, dulces, pastas y licores, tanto los individuos que forman el Ayuntamiento, cuanto el P. dominico, el clero de la villa y numerosos amigos particulares del popular alcalde.

Allí se deslizó el tiempo insensiblemente, en medio de los mil agasajos que nos prodigaba dicho señor, hasta que cada cual se dirigió al punto que más le agradó, entre los muchos por demás pintorescos que cuenta la villa. Yo fui, con varios amigos al «Gombé», donde se hacia la romería, ó sea la fiesta profana, que «profana» resultó en verdad, puesto que allí se profanaba el decoro, la razón, la decencia y las venerandas costumbres de nuestros mayores. Refiérome al baile «pilamontonado» que allí se bailaba, según gráficamente y con muy buen acuerdo le llamó una señorita que me acompañaba.

Ni aquello eran «walses», «polkas», «habaneras», «schotis» y demás caterva de nombres extranjeros, «ejusden fúrpuris», con que se designan estos «pasatiempos», ni cosa parecida, sino un «totum revolutum» donde cada cual podía hacer todo lo que le diese la gana sin cuidarse de los demás.

Ya que no fuera suprimirlos de raíz, como cosa extraña á nosotros, las autoridades de nuestras villas y pueblos no debían permitir el bailar esta clase de bailes, públicamente y en la forma en que se hace por aquí, siquiera por lo que de nuestra cultura y adelanto puedan decir los forasteros que en esta época nos visitan.

Afortunadamente, la tarde a que me refiero, varias mozas aldeanas que. mirando por su pudor y decoro, no querían «pilamontonarse» como las otras desgraciadas, «sacaron» las clásicas panderetas y se pusieron á bailar el baile popular de la Montaña, con gran contentamiento de muchos que estábamos presenciando «aquello otro». Excuso decir que el baile popular «mató» al baile «fino» como algunas le llaman, y que excepto cuatro tontos y otras tantas tontas, quo hacían el papel de «ídem» bailando frente á la «charanga», todo lo demás de el «gombé» estaba ocupado por el baile «nuestro», la jota montañesa, resultando, con tal motivo muy animada la romería.

Por la noche hubo gran velada, con iluminación eléctrica y á la veneciana, fuegos artificiales, bengalas, globos y cohetes, estando el paseo muy concurrido.

Allí tuve el gusto de ver y pasear acompañado de las señoritas Marcelina y María Díaz del Cotero; Santa, Filomena y Laura Noriega; Dominica Gutiérrez Corral y de otras que sería prolijo enumerar.

Como mis habituales ocupaciones no me permitían quedarme en la histórica villa de San Vicente de la Barquera á pesar de haberme invitado para ello varios amigos á las dos próximamente de la mañana, acompañado de mi pariente don Angel Gutiérrez Corral «Angelucu» según todos le llamamos, vine á este pueblo, dando una caballada por entre riscos y peñas, y después al correr dé la pluma trazo estas líneas para no perder «la costumbre» de escribir y decir algo de la romería de la Barquera que es la mejor que se hace en estos contornos.

Sin otro particular por hoy, quedo suyo afectísimo amigo y S. S. Q. B. S. M., 

J. GUTIERREZ DE GANDARILLA.

Septiembre 10 de 1901"