1901 - FIESTA DE "LA BARQUERA " (Relato de la fiesta, religiosa y profana, por J. Gutiérrez de Gandarilla)

 




El 12 de septiembre de 1901, se publicó en "La Atalaya", el siguiente relato de D. Juan Gutiérrez de Gandarilla, que vino, como invitado, a participar de la fiesta de La Barquera y nos relata sus vivencias de una forma muy peculiar e interesante. (Recordemos que era el año 1901... ¡Hace ya 121 años!, y desde entonces la vida y las costumbres han dado un cambio muy importante)

 

"De San Vicente de la Barquera 

Señor Director de LA ATALAYA. 

Muy señor mío y amigo: Aun suponiendo que haya Vd. visitado alguna vez el hermoso santuario dé la Virgen de la Barquera, situado en lo más pintoresco de esta villa, no puedo resistir á la tentación de esbozarlo someramente y dedicarle cuatro plumadas á fin de que, aquellos que no lo conozcan, se formen una pequeña idea de lo que es aquel incomparable lugar, antes de entrar en detalles referentes á la romería celebrada allí el día 8 del actual.


  Construida la capilla en el centro de un pequeño bosque de añosas encinas, é inmediata á la entrada del puerto, viene á ser la Barquera, respecto á San Vicente, lo mismo que el Sardinero con relación á Santander, puesto que, hoy cuenta ya con algunos "hotelitos" y casas de baños, alrededor de ella, que hacen más parecido el símil de que me valgo. Dos vías de comunicación hay desde la villa al histórico santuario; una terrestre, por el hermoso paseo construido hace muy pocos años á todo lo largo de la extensa bahía, y otra marítima, ó sea desde el muelle del «Puente nuevo» al muelle de la Barquera, y á la hora en que nosotros llegamos de la aldea (diez de la mañana) las dos se veían materialmente llenas de gente, que se dirigían al milagroso santuario, atraídas, tanto por la fé y devoción que en toda esta comarca se tiene á la Virgen de la Barquera, cuanto por la solemnidad que en dicho día se dan á los cultos que allí se celebran en su honor.

Infinidad de lanchas, «barquías» y botes, atestados de romeros, cruzaban sin parar desde el muelle á la Barquera, mientras que el paseo era un continuo ir y venir de forasteros, y «señorío» dé la villa, presentando un aspecto encantador.

No sin grandes esfuerzos pude penetrar en la capilla, merced á galante invitación que para ello me había dado el popular alcalde don Celestino Blanco, empezando, acto seguido, los divinos oficios. Celebró el santo sacrificio el muy querido párroco de la villa, don Cesar de Haro, asistido por el ilustrado ecónomo D. Policarpo San Juan, y el virtuoso sacerdote de Liébana don Eduardo Barreda, estando el sermón á cargo del R. P. Manuel Lacalle, de la Orden de Predicadores, y el coro al de don Benjamín García de la Hoz, don Vidal Valle, don Arturo M. Cuevas, don Baldomero Matamoro y varios niños.

En cuanto á la oración sagrada que predicó el R. P. Lacalle, no puedo menos que decir que me pareció una de las mejores que hé oído en mi vida, y cuidado que he escuchado á muy buenos oradores, en mi larga peregrinación por el mundo, y que si fuera á entrar en detalles referentes á las facultades del orador, y al asunto por él magistralmente desarrollado, necesitaría todo este número de LA ATALAYA para dar una sucinta pálida idea de lo que en si fué el notable sermón. Del coro nada tengo que decir, formado por lo principalito y más sobresaliente de la villa: resultó como obra de verdaderos maestros y profesores en el arte. Al final de la misa fueron todos muy felicitados, particularmente don Policarpo San Juan, que tiene una potente y bien timbrada voz de tenor, según nos demostró aquel día en varias ocasiones, y diferentes «partituras».

A tan solemne acto asistió una numerosa representación del Ayuntamiento, compuesta por el alcalde don Celestino Blanco, primer teniente don Fidel Noriega, sindico don Tomás Noriega y varios concejales, entre ellos don Laureano Blanco, don Basilio Escandón Laverde, don José Noriega y otros cuyos nombres siento no recordar. También asistió el dignísimo secretario del mismo don Manuel Díaz del Cotero.

Una vez terminados los Oficios Divinos, precedidos por una «charanga» con visos de «banda» que había contratado el Ayuntamiento, nos trasladamos por tierra á la villa, seguidos de numeroso acompañamiento, mientras por mar lo hacían, en su mayor parte, los aldeanos ó « terrestres», como dicen los marineros, que esperan este día con verdadera ansiedad para dar un paseo por la bahía.

Por la tarde, á las cuatro, después de haber sido todos atentamente obsequiados en su casa con café, copas y tabacos por el querido párroco don César de Haro, volvimos nuevamente á la capilla de la Barquera, donde se rezó el Santo Rosario, con plática, por el P. Lacalle, que no desmereció en nada del sermón de la mañana, y novena y salve cantadas por las distinguidas señoritas Gloria Carranceja, Julia y Telesfora Hoyos, Emilia y María Hoyos Pastor, Hilaria Escandón Laverde y Sara Hoyos.

Excusado nos parece decir que con sus angelicales voces, unidas á las de los individuos que formaban el coro en la misa, estas bellas señoritas nos proporcionaron un rato de gratas emociones, probándonos al mismo tiempo que son dignas hijas de un pueblo católico y fervientes devotas de la Virgen de la Barquera.

Terminado el santo rosario y demás prácticas religiosas, nos trasladamos desde la capilla á la suntuosa casa del señor alcalde, don Celestino Blanco, donde fuimos obsequiados con cervezas, dulces, pastas y licores, tanto los individuos que forman el Ayuntamiento, cuanto el P. dominico, el clero de la villa y numerosos amigos particulares del popular alcalde.

Allí se deslizó el tiempo insensiblemente, en medio de los mil agasajos que nos prodigaba dicho señor, hasta que cada cual se dirigió al punto que más le agradó, entre los muchos por demás pintorescos que cuenta la villa. Yo fui, con varios amigos al «Gombé», donde se hacia la romería, ó sea la fiesta profana, que «profana» resultó en verdad, puesto que allí se profanaba el decoro, la razón, la decencia y las venerandas costumbres de nuestros mayores. Refiérome al baile «pilamontonado» que allí se bailaba, según gráficamente y con muy buen acuerdo le llamó una señorita que me acompañaba.

Ni aquello eran «walses», «polkas», «habaneras», «schotis» y demás caterva de nombres extranjeros, «ejusden fúrpuris», con que se designan estos «pasatiempos», ni cosa parecida, sino un «totum revolutum» donde cada cual podía hacer todo lo que le diese la gana sin cuidarse de los demás.

Ya que no fuera suprimirlos de raíz, como cosa extraña á nosotros, las autoridades de nuestras villas y pueblos no debían permitir el bailar esta clase de bailes, públicamente y en la forma en que se hace por aquí, siquiera por lo que de nuestra cultura y adelanto puedan decir los forasteros que en esta época nos visitan.

Afortunadamente, la tarde a que me refiero, varias mozas aldeanas que. mirando por su pudor y decoro, no querían «pilamontonarse» como las otras desgraciadas, «sacaron» las clásicas panderetas y se pusieron á bailar el baile popular de la Montaña, con gran contentamiento de muchos que estábamos presenciando «aquello otro». Excuso decir que el baile popular «mató» al baile «fino» como algunas le llaman, y que excepto cuatro tontos y otras tantas tontas, quo hacían el papel de «ídem» bailando frente á la «charanga», todo lo demás de el «gombé» estaba ocupado por el baile «nuestro», la jota montañesa, resultando, con tal motivo muy animada la romería.

Por la noche hubo gran velada, con iluminación eléctrica y á la veneciana, fuegos artificiales, bengalas, globos y cohetes, estando el paseo muy concurrido.

Allí tuve el gusto de ver y pasear acompañado de las señoritas Marcelina y María Díaz del Cotero; Santa, Filomena y Laura Noriega; Dominica Gutiérrez Corral y de otras que sería prolijo enumerar.

Como mis habituales ocupaciones no me permitían quedarme en la histórica villa de San Vicente de la Barquera á pesar de haberme invitado para ello varios amigos á las dos próximamente de la mañana, acompañado de mi pariente don Angel Gutiérrez Corral «Angelucu» según todos le llamamos, vine á este pueblo, dando una caballada por entre riscos y peñas, y después al correr dé la pluma trazo estas líneas para no perder «la costumbre» de escribir y decir algo de la romería de la Barquera que es la mejor que se hace en estos contornos.

Sin otro particular por hoy, quedo suyo afectísimo amigo y S. S. Q. B. S. M., 

J. GUTIERREZ DE GANDARILLA.

Septiembre 10 de 1901"

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