1896 - SAN VICENTE DE LA BARQUERA - Por el profesor RAFAEL TORRES CAMPOS - (Primera parte, Boletín del 30 de septiembre de 1896)

 


En los Boletines de la "Institución Libre de Enseñanza", números 438 y 440 del 30 de septiembre y 30 de noviembre de 1896, publica el profesor Rafael Torres Campos, Secretario general de la Sociedad geográfica, el siguiente artículo sobre San Vicente, del que ofrecemos la primera parte que dice así:

"SAN VICENTE DE LA BARQUERA 

Uno de los sitios menos conocidos y más interesantes, sin duda, de la costa cantábrica es la histórica y monumental villa de San Vicente de la Barquera. 

A las ventajas comunes en aquel litoral de excelente playa y de temperatura gratísima, une la de ofrecer excepcional paisaje y no pocos monumentos y ruinas que recuerdan hechos pasados, despiertan idea, hablan al espíritu y permiten que éste se recree en la contemplación e interpretación de restos de lejanas edades. San Vicente es uno de esos pueblos que tienen historia, y que en su parte vieja muestra el carácter de los favorecidos por la abundancia de antiguallas. 

Dos profundas y pintorescas rías rompen la costa a ambos lados de la villa, dejando en el centro un promontorio numulítico resistente, sobre el cual trepa el caserío desde el mar hasta el templo de Santa María de los Ángeles, edificado en lo más alto. En la espina de la península y alrededor de la iglesia estaba la morada de los que vivían de la tierra y del señorío: al pie del alto y junto al mar vivían los dedicados a la pesca y al tráfico. Los solares abandonados y ruinosos de aquellos. sólo rara persona de buen gusto reedifica y repara las viejas casas en el barrio de la iglesia- son manifestación elocuente de la decadencia de una clase. En cambio, las humildes viviendas de los pescadores y de los traficantes se han ampliado y extendido por modo considerable, reemplazando a la madera la piedra, al zarzo el sólido muro, al puntal el poste de bien labrada sillería, y hoy forman a la inmediación del puerto y a lo largo del camino, en el emplazamiento propio de una población que trabaja, un excelente barrio a que da carácter monumental cierto lujo en la construcción y la conservación de formas y proporciones que recuerdan el estilo de los siglos medios. Las arcadas y los contrafuertes de muchas casas modernas parecen inspiradas en los tipos románicos, que se conservan allí tradicionalmente. Siguiendo la ley de la vida moderna, el nuevo San Vicente se ha bajado al llano en busca de comunicaciones; en lo alto queda un museo de antigüedades, verdadera riqueza para el pintor romántico y para el amante de las ruinas con hiedras, que la necesidad de desmontar en muchas partes para los nuevos edificios, con la abundancia de materiales que proporciona, hace que se mantenga casi intacto. 

Muy próspera hicieron esta villa las industrias de mar en la época en que las pesquerías estaban en su auge, tomando parte los puertos del Cantábrico en las expediciones de la ballena y existiendo en ellos fábricas, artefactos y depósitos para la grasa. Se hacían también en gran escala otras pescas, cuyos productos eran dedicados, no sólo al abastecimiento propio, sino también a la exportación a provincias del interior y a países extranjeros, de lo que resultaba un ramo de comercio activo. Papeles del Archivo de Toledo demuestran que era grande y estaba perfectamente organizado el comercio que se verificaba entre dicha ciudad y San Vicente, yendo a este puerto numerosos comerciantes de aquella en busca del pescado, lo que ocasionó, según Reguart (1), la invención del escabeche. 

(1) Diccionario histórico de la pesca. 

En la petición 29 de las Cortes de Valladolid, que corresponden al reinado de D. Pedro (era 1389, año 1351), consta que el pescado seco - que se curaba en Bermeo, Castro, Laredo, Santander, San Vicente, Llanes, Rivadesella, Luanco y Luarca- figuraba en la lista de comestibles para los convites del rey en los días de vigilia. Las ciudades, villas, maestres y priores de órdenes de caballería, prelados, ricos-hombres y caballeros, cuando hospedaban al monarca en los días en que era obligatorio el pescado, debían ofrecerlo de esta clase. 

La importancia de la riqueza pesquera era tal, que al representar sobre los perjuicios que podría irrogar el abandono de la defensa de los barcos de pesca, perseguidos y robados por los piratas, se decía que, si cundía el pánico y faltaban marineros, sufrirían rudo golpe los bastimentos de pescados y los ingresos del Real Patrimonio. 

Las modestas pesquerías de ahora, el tráfico actual con el interior y la preparación de conservas no son sino débil recuerdo de las importantes industrias de mar que en otro tiempo tuvo San Vicente. La explotación regular de Terranova después de las expediciones de los franceses al golfo de San Lorenzo - por la extraordinaria abundancia de pesca que allí hay y la gran facilidad con que se extrae- fue un grave golpe para nuestras pesquerías, en cuanto a salazón perjudicadas más y más por la decisión de Felipe II de incorporar todas las salinas a la Corona. El aumento del precio de la sal y los impuestos dañaron a la producción necesariamente. La pesca de la ballena se sostiene hasta 1719, y se restablece, pero sólo artificial y transitoriamente, en 1789. 

Todavía queda algo en San Vicente que recuerda los tiempos en que el pensamiento de sus habitantes estaba puesto en el mar. En cumplimiento de un estatuto de piadosa cofradía (1), todas las noches, después del toque en la parroquia, una persona juiciosa nombrada por el mayordomo recorre los sitios más concurridos del pueblo con una campanilla, rezando en alta voz e invitando a orar en favor de los navegantes. Si en tiempos bonancibles la exhortación pasa ante la indiferencia general, y aún hay quien comenta festivamente su literatura extraña, cuando sopla el NO., el mar está hinchado, la barra se agiganta y las olas, al estallar con furia en el acantilado próximo, forman solemne acompañamiento a la canturia del postulante, sobre todo si no han vuelto las barcas de pesca, aquellas palabras tienen sentido aun para los que no encuentran sabor a estas cosas tradicionales, conmueven a todo el mundo, y no son pocos los que dirigen al cielo fervorosamente una plegaria. Consérvese en buen hora tan piadosa costumbre montañesa; pero sin perjuicio de ella, ¿no se podría afirmar de manera positiva el sentimiento de solidaridad y simpatía hacia el prójimo dotando aquellas costas con aparatos de salvamento para evitar que los marinos perezcan, como ha sucedido a veces en la inmediata villa de Comillas, cerca de tierra y a la vista de personas tan deseosas como incapacitadas de socorrerlos? 

(1) Estatutos de la Cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio, formada en 1815 al organizarse sus capítulos y reglas para el mejor gobierno y fomento de ella, en atención a haber perecido sus libros y acuerdos por la invasión y saqueo. Archivo municipal. 

Paralela a la importancia de las pesquerías tenía que ser la marítima de San Vicente en otros respectos. En el siglo XIII cooperan gloriosamente sus embarcaciones a la toma de Sevilla, como demuestra el privilegio por virtud del cual puso en su escudo el navío rompiendo una cadena a toda vela, en recuerdo de la rotura del puente de barcas sujeto con cadenas que había en el Guadalquivir, por un navío tripulado por hombres de San Vicente, Laredo, Santander y Castro, hecho que cooperó grandemente al éxito de aquella empresa. A principios del siglo XVI, cuando España tenía muchos buques ocupados en la pesca, en descubrimientos y en el tráfico de América, Inglaterra y Holanda figuraba la bandera de San Vicente dignamente. Por provisión de D. Carlos y doña Juana de 5 de Abril de 1550, se mandaron armar dos navíos para escoltar y convoyar más de sesenta barcos mayores de vecinos de esta villa que iban a los puertos de Irlanda, Andalucía y otros mares. Sesenta chalupas de ochenta toneles procedentes de las mismas frecuentaban la pesca en Irlanda, según D. José de Vargas Ponce en su libro Importancia de la marina española (1). El emperador Carlos V mandó armar en 1523 una zabra para la defensa del litoral frecuentado por enemigos, a las otras villas de la costa sólo dos zabras entre las tres. Cuando en tiempo de Felipe II se perdió la escuadra en el Canal de la Mancha, había 52 navíos de transporte de San Vicente, de cuyas dotaciones murió mucha gente. Entonces el tráfico marítimo y la importancia del comercio de esta villa eran grandes, el puerto muy encarecido. 

(1) Imprenta Real, 1807. 

Mucha población debía tener San Vicente y las otras villas de la costa, cuando al repoblar a Cádiz después de su conquista (era 1268) salieron con aquel destino 300 familias de Laredo, Santander, San Vicente de la Barquera y Castro Urdiales. Hay tradición de que llegó a tener 5.000 vecinos, y hallo cita de lista vecinal de 1550, que no ha llegado a mis manos, en que figuraban 2.500. Pero faltó para alimentar al tráfico, sostener y aun aumentar la población un factor esencial: la comunicación directa con Castilla, que vino a monopolizar Santander, dependiendo de esto el extraordinario crecimiento de la villa de San Emeterio en perjuicio de las otras de la costa y la formación en 1801 de la nueva provincia de que fue centro. A costa de San Vicente, y también para su daño, se fundó la villa próxima de Comillas en 1483 por vecinos que huyeron de aquella a consecuencia de un incendio. Una peste y nuevos incendios en los siglos XVI y XVII contribuyeron a despoblarla Según justificación hecha por el Gobernador de Laredo, se quemaron en 1636 más de 500 habitaciones y 5 hospitales, de 7 que había, ausentándose con este motivo muchas familias. 

Además, San Vicente era una posición militar. Constituían su sistema defensivo el castillo, la iglesia, que algo tiene de fortaleza, situados respectivamente en los dos puntos altos de la península y un recinto almenado, que en gran parte se conserva. 

Atribuyese el castillo a la época de repoblación de San Vicente con los cristianos que se transportaron de las comarcas dominadas en los primeros tiempos de la Reconquista; se habla de un plan general de defensa de la costa inspirado por una sola voluntad soberana, que pudo ser la de don Alfonso el Católico; se dice construido aquel fuerte bajo el reinado de Alfonso III el Magno, y aun se da la fecha de 884. Pero nada hay en la fábrica actual que autorice tal aserto. Por su disposición general, es uno de aquellos refugios construidos en la época del desarrollo de la navegación, con la mira de defenderse de las incursiones marítimas y poner a los habitantes al abrigo de los piratas, y por la forma de sus escasos huecos y otros detalles, no puede pertener á tiempos anteriores al siglo XV. Todas las noticias más antiguas sobre la fundación de un castillo9 por el duque de Estrada, según papeles de esta casa, en el siglo IX y alcaides del siglo XIV no se refieren al que está hoy en pie sobre la escarpada peña que domina el muelle. Pudo alcanzarlo ya la real cédula de Enrique IV de 8 de Febrero de 1453 otorgando para siempre al procurador general de la villa la tenencia de la fortaleza. 

Al venir Carlos V en 1517 a hacerse cargo de la corona, desembarcó en Villaviciosa y lo detuvieron en San Vicente. Entonces se alojó en este castillo y permaneció en él varios días. 

Un recinto de muralla de piedra, con cinco puertas provistas de rastrillos, rodeaba la península, formando una verdadera plaza de armas. Aún se conserva un buen trozo almenado entre el castillo y la iglesia. Las viviendas construidas al pie de la roca y junto al mar, han hecho desaparecer la otra parte, dejando sólo restos y algún característico arco apuntado. 

La iglesia, dentro del recinto y en situación dominante, venía a ser un punto fuerte, el de mayor y última resistencia en caso de ataque, algo parecido a una torre del homenaje con relación a las defensas de la villa. Todavía en la fachada de levante de aquélla, a despecho de restauraciones y remiendos, se ven salientes matacanes; y las elegantes almenas, que también conserva a modo de crestería, revelan que se pensó en los usos militares al reparar la fábrica en los últimos tiempos del período gótico. 

Más tarde, en 1578, se estableció a la entrada del puerto el castillo de Santa Cruz, que estuvo artillado con ocho piezas, hoy inútiles. 

Pueden registrarse repetidas concesiones de los reyes para mantener en pie el castillo y las murallas, que demuestran la importancia militar que se atribuía a San Vicente, favorecido sin duda, por la naturaleza para la defensa por su situación en escarpada roca, rodeada casi completamente por el mar y las rías, que dejan sólo una estrecha lengua de tierra al vendaval en la unión con la costa, y al cual las obras mencionadas hicieron, en tiempos en que los medios de impugnación eran muy limitados, respetable plaza fuerte. 

Los Reyes Católicos concedieron, en cédula de 1496 (1), los maravedís que se cobrasen en los valles de Asturias de Santillana para la reparación del castillo y fuerte. Dichos monarcas consideraban como perjuicio para la defensa de sus reinos, que se despoblase y decayera San Vicente, dejando de estar como hasta entonces "muy poblado y a buen recaudo." Por esto confirman en 1503 antiguos privilegios de aquel puerto, desconocidos en su daño por los vecinos de los inmediatos, que intentaban rivalizar con el mismo. 

(1) Archivo de Simancas. 

En documentos de fines del siglo XVI, se dice que es "lugar cercado con muy buena y fuerte muralla, y armado con artillería y guarnición y gente de guerra que allí reside, y siempre se ha defendido de los enemigos y corsarios" (1). 

La historia militar de San Vicente acaba en 1808, al destruir los franceses su más temible fortaleza de Santa Cruz, clavando é inutilizando los cañones. Hoy el castillo sirve de observatorio a los bañistas para contemplar el panorama de la ría, la alta mar y los efectos destructores del oleaje en la costa; y en verdad que el punto de vista es hermoso. Se comprende desde allí cómo al deshacerse las arcillas rojas, de que aún quedan restos en el estuario, se formó una cuenca que llena en la pleamar el agua salada, rodeando el peñasco de dura caliza numulítica, que detuvo la acción erosiva, y donde está el pueblo edificado. 

El flujo, penetrando por brechas fluviales que fueron insignificantes, ha hecho una obra de destrucción notable; pero aquella profunda entrada es verdadero dominio del mar. No hay allí la indecisión, la lucha entre dos acciones encontradas y la mezcla de capas de agua de densidad y coloración diversas propias de los estuarios de los ríos abundantes. La masa líquida que en el flujo corre en dirección al mar, semejando un río, como la que al subir la marea remonta el lecho, que llega a quedar casi completamente en seco, es siempre limpia, transparente y verde esmeralda: procede del Océano. Este se revuelve sobre sí propio, y en el límite de las aguas, encerradas en la cuenca con las agitadas que se mantienen en sus condiciones naturales y en su propio medio en el mar abierto, el choque de la masa movida con la inmóvil, eleva el fondo por el depósito de arenas y restos orgánicos, y forma en la superficie la línea de espuma al parecer inofensiva de la barra. Uno de los brazos penetra tres cuartos de legua hasta el Barcenal, y la otra media legua hasta Entrambos Ríos, siguiendo los cauces de dos corrientes que vienen del Escudo de Cabuérniga y de su estribación la sierra de Lleno, y enlazan el mar con la montaña. Abrupto escollo, la isleta del Callo, divide en dos bocas le entrada del puerto. Fuera de la barra, hacia el E. y al pie de Merón, antiguo patrimonio de San Pedro de Cardeña, las olas, estallando generalmente en dirección normal a la línea de costa, desgastan poco, y antes bien depositan detritus que acrecen la playa dedicada a las salutíferas inmersiones. Distínguese en el arenal la característica silueta de la Peña del Zapato, alternativamente bañada por el mar y en seco, con su acuario natural y una gran riqueza de flora marina. Al pie y al O. del castillo, la roca, atacada más trasversalmente por las olas, se deja triturar, formando cortaduras salvajes. El incesante batir de aquéllas, ha suprimido las pendientes que se inclinaba al mar suavemente, y dejan en todas partes declives rápidos y muros verticales. Los guijarros ruedan arrastrados por las olas, estas los arrojan con violencia sobre la costa, y antes de pulverizarse en arenas, sirven de percutores que contribuyen al efecto demoledor de las aguas agitadas por el viento. Cuando la superficie de la roca que cubre la pleamar se ha mantenido intacta por algún tiempo, las algas y los moluscos que allí se depositan, forman una defensa bastante eficaz contra la fuerza de la ola; pero si es deleznable y está incesantemente perdiendo capas, sin dar lugar a que se fijen aquellas colonias de plantas y animales, entonces el macizo, falto de base sólida, sin cimientos, socavado por el mar, cae en poco tiempo por grades fragmentos. Convertidos ya los materiales en arenas, al chocar con la costa la pulimenta y desgastan, continúan la obra de destrucción del terreno, y como éste no es en todas sus capas de la misma composición, ni ofrece idéntica resistencia, cede desigualmente y da lugar a la formación de cavidades, grietas y pozos, que originan sordos ruidos, surtidores y magníficas pulverizaciones de agua. 

(1) Leguina.- San Vicente de la Barquera.

Continuará...

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