1875 - RECUERDOS DE SAN VICENTE DE LA BARQUERA
El treinta de junio de 1875 se publica en "LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y
AMERICANA" la siguiente carta, escrita por Pedro de Madrazo a Leopoldo Augusto de Cueto, con la cita y referencia de "Recuerdos de San Vicente de la Barquera", que dice así:
“RECUERDOS DE SAN VICENTE DE LA BARQUERA”.
CARTA AL EXCMO. SR. D. LEOPOLDO AUGUSTO DE
CUETO.
Madrid, 26 de Junio de 1875.
Se acerca, querido amigo mío, la época de
su viaje de usted á la deliciosa costa cantábrica, y con ella el aniversario de
una entretenida excursión que, en excelente compañía, hicimos ambos el año
pasado de 1874 á la histórica y decaída villa de San Vicente de la Barquera.
¿Recuerda usted aquel improvisado y agradable viajecito?
Íbamos de Comillas á San Vicente metidos en
un break once individuos de ambos sexos, un poco apretados al principio... y
también al fin, porque siendo de buenas condiciones carruaje y camino, nos
faltó el cernedero que, en algunos coches y en algunas malas carreteras que yo
me sé, produce en los que viajan el efecto de irlos incrustando en sus
respectivos asientos, como se encajan en un bote, á fuerza de golpecitos,
objetos que fuera de él ocupan tres veces su volumen. Pero el dulce coloquio
con nuestras hermosas compañeras de expedición, A.., D.., I.., M.., L.., M.., y
S.., y con los dos joviales amigos Vizconde de M.. y D.A. de B.., nos hizo muy
breve el trayecto.
En vano he intentado, en agradecimiento á
aquel buen rato, hacer con las siete iniciales de los bonitos nombres de
aquellas damas (suprimiendo títulos jerárquicos) un expresivo anagrama para
proporcionar á V. una inocente sorpresa: desafío á la linda y perspicaz L.., y
á la reflexiva D.., Condesa de V.., á que me formen con esas siete letras, en
que no hay más que dos vocales, un nombre que no suene á gringo.
Usted que, á fuer de diplomático de los
pocos, junta á sus timbres de estadista y literato eminente, tanto de
aristócrata cuanto tiene de artista, no concebía cuando ideó aquella jira, que
fuera posible llevar á ella á sus amigos sin agasajarlos con un agradable
lunch, y sin invertir alguna de las horas que íbamos á pasar en el campo, en
tributar los honores de la reproducción al lápiz ó á la acuarela á aquellos
espléndidos horizontes.
Los componentes del lunch llegaron al
término del viaje sanos y salvos; no así los útiles del diplomático artista:
porque recuerdo que al pasar el puente de la Rabia, una importuna ráfaga de
viento, haciendo incursión en nuestro abierto carruaje, le arrebato á V. el
sombrero de leve paja: usted se lanzó rápidamente á recobrarlo, y al levantarlo
de polvo, donde él se estremecía próximo á remontar el vuelo, como pájaro
escapado de la jaula que teme la mano de su dueño, su bolsillo de V. vertió al
camino, sin V. advertirlo, lápices y pinceles, los cuales reemplazaron al
panamá en la toma de posesión de la carretera.
Usted, de todos modos, cumplió su propósito
con la afable tenacidad que distingue á los verdaderos hombres de Estado. Cómo
se las compuso V., no lo tengo presente, pero ello es que se volvió V. á
Comillas con dos formales dibujos de San Vicente de la Barquera, ejecutados sin
duda con el lápiz que yo dejé ocioso en el poyo de piedra del pórtico de la
ermita, cuando me puse á saborear, en unión con sus graciosas convidadas, el
foie-gras, los sandwichs y el exquisito Burdeos que nos brindó allí el cuerno
de Amaltea, disfrazado de cesto. Para colmo de galantería, sobre darme de
merendar, me hizo V. dueño de sus dibujos, y yo, agradecido, le ofrecí buscar
los correspondientes datos históricos con que ilustrarlos.
¡Triste desengaño! Nadie me da la menor
noticia de la fundación del célebre santuario, ni de las tradiciones que á él
sin duda van unidas. En balde registré las floridas páginas que consagra JUAN
GARCÍA á las Costas y Montañas de la Cantabria; en balde consulté el
Diccionario bibliográfico-histórico del erudito MUÑOZ ROMERO, donde tantos
datos peregrinos se suelen encontrar acerca de las antiguas iglesias y
santuarios de España; en balde recurrí á MIÑANO y á MADOZ, el último de los
cuales sólo me cuenta que todos los años, el día 8 de Setiembre, se celebra en
el santuario de Nuestra Señora de la Barquera una función de iglesia muy
concurrida. Esto ya me lo sabía yo por desgracia mía, porque en los anales
íntimos de mi memoria tengo tristemente estampada esa fecha, y he sido testigo
presencial del torrente de votos y esperanzas, gozos y dolores, que todos los
pueblos comarcanos, quiénes á pié, quiénes á caballo ó en tartanas, quiénes en
carros de bueyes, llevan en ese día á la misteriosa ermita, rival victoriosa de
los templos atestados de ex-votos que en su viaje describe Pausanias. Tesoro de
gracias y consuelos para aquellos creyentes montañeses, y tesoro que á ellos se
brinda saliéndoles, como si dijéramos, al camino, con el inefable símbolo de la
Redención levantado á la vera del bosque por donde se va á la santa casa, no
parece sino que por mantener oculto el origen de lo que en sí tiene ésta de
frágil y humano, estimula más la fe del peregrino, que sólo busca en ella lo
celestial y eterno.
Sea cual fuere la historia, auténtica ó
legendaria, de la referida ermita, y dejando á un lado enfadosas disquisiciones
arqueológicas, es lo cierto de todo, en esa punta de tierra donde está
edificada, inspira devoción y levanta el alma: el gracioso y fresco pórtico de
arcadas que ofrece descanso al fatigado romero; el añoso robledal que medio la
oculta; la sencilla y elegante cruz de piedra puesta á la entrada de este bosque,
en frente del desembarcadero donde atracan las lanchas que surcan la ría...
Pero ¿qué voy yo á decirle de estas místicas dulzuras al que tan poéticamente
ha sabido expresarlas con el lápiz? Vea V. grabada su propia obra: ahí tiene V.
la cruz de la Barquera, á la que sirve de pomposo dosel el entrelazado ramaje
de los robles; ahí tiene V. también la vista que desde el referido pórtico se
descubre y que dibujó en mi álbum y con mi lápiz, donde se registran: primero,
el brazo de la ría que atraviesa de una á otra margen el sólido puente de
piedra llamado de Tras San Vicente; más allá, la escarpada peña que aún
señorean la rota muralla de la empobrecida villa, las ruinas de su antiguo
castillo, cárcel un día de reyes de Navarra, y la enriscada iglesia de Nuestra
Señora de los Ángeles, que probablemente acogió las preces del inexperto y
brioso corazón de Carlos de Gante, cuando á la edad de 17 años (singular
coincidencia con el desembarco de nuestro rey D. Alfonso XII en Barcelona)
aportó en las arenas de la Barquera lleno de ilusiones y esperanzas. Más allá,
la sierra adusta y sombría del Escudo, de color siempre cárdeno; y en último
término, la caprichosa, espléndida, picoteada y tornasolada cordillera de las
Peñas de Europa, que arde toda al sol saliente, como una inmensa ara en que se
consuma el primer sacrificio de cada día. El caserío de San Vicente baja
gradualmente por el recuesto de ese peñasco, en cuya cima descuella la iglesia
parroquial, y le ciñe la vetusta y despedazada muralla, con el mismo orgullo
con que un hidalgo viejo y arruinado viste su roto arnés de guerra.
Pero dejemos este tema: el corazón, querido
amigo, me llama al interior de la ermita. Acompáñeme V. en la renovación del
voto que dirigí á la milagrosa imagen de Nuestra Señora allí venerada: voto que
ya ha resonado aquí, en Madrid, por generoso oficio de fraterna asociación, en
un recogido y muy devoto templo, cantado por un coro semejable al de los
ángeles. Usted que me manifestó el deseo de verlo impreso, léalo con
indulgencia, y hágame la caridad de asociarse al sentimiento que lo ha dictado.
EL VOTO
Virgen de la Barquera,
Virgen bendita,
Romeros tus devotos
Van á tu ermita: Todos lisiados
De sus enfermedades
Ó sus pecados.
El que curado vuelve,
Con fe sincera
Te da en ofrenda ex-votos
De blanca cera,
Y, para ejemplo,
Muleta, pierna ó brazo,
Cuelga en tu templo.
Virgen de la Barquera,
Si tú me amparas,
Un corazón de oro
Pondré en tus aras:
¡Tal es mi herida,
Que la sangre que mana
Funde mi vida!
Virgen inmaculada
De la Barquera,
No es dolencia del cuerpo
Mi cuita fiera:
No, Madre mía,
Ni es de pasión liviana
Mi herida impía.
Dos hijas que te invocan,
Dos inocentes,
De lejos á estas playas
Traigo dolientes:
Oye de un padre
La oración fervorosa,
Sánalas, Madre!
Milagrosa es en verdad aquella santa
imagen, y ¡quiera Dios que estas dos inocentes se vean en el caso de
proclamarlo por propia experiencia! Los escépticos se sonreirán más lo que voy
ahora á referir es de ayer, y todos los pobladores de aquella marina lo
cuentan.
Corría el año 1838 ó 1839: una barca de
pescadores había salido del puerto de Llanes: el tiempo era hermoso, convidaba
á probar fortuna, y cubrióse de lanchas la extensa superficie de la mar
traidora. Tienen los naturales de los puertos del Cantábrico un proverbio que,
aunque no adula al bello sexo, parece sugerido por la experiencia: "la
mar, dicen, es como la mujer, que halaga, atrae y mata". Pero dejo á un
lado digresiones. Se levantó de repente un recio temporal con viento de Oeste;
amontonáronse las nubes, se ennegreció el cielo, una deshecha borrasca cambió
pronto en escena de desolación y espanto aquella costa antes risueña; las leves
barquillas rudamente combatidas por los incesantes golpes de mar, ó se
anegaron, ó se deshicieron contra los peñascos de Unquera, Tina Mayor y Cabo
Hoyambre, y la nave de Llanes, llevada sin rumbo fijo á merced de los vientos y
de las olas, iba á sufrir la mísera suerte de sus compañeras. Los infelices
pescadores habían agotado su valor y sus esfuerzos, y renunciando á gobernar el
leño, al cual iban encomendadas sus vidas, yacían inactivos, instintivamente
aferrados á los bancos; la mayor parte de ellos habían ya perdido el sentido.
La barca, sin velas, sin palos, sin timón, sin remos, ya casi hecha pedazos, flotaba
cerca del arenal de San Vicente, á manera de cadáver que devuelve el mar á la
tierra; cuando uno de los náufragos, divisando la blanca ermita de Nuestra
Señora, la dirigió en medio de sus mortales angustias una deprecación,
formulada en lo íntimo de su alma como una perla de súbito cuajada en el fondo
de aquel Ceylán de amarguras. No se serenó el cielo, no se aplacó la tormenta,
pero la Santa Madre de Dios oyó aquel voto, porque la barca pescadora, como
guiada por una mano invisible, sin vaivenes y sin tropiezos, salvó la barra,
entro tranquilamente en la ría, y se detuvo al pie de la ermita de Nuestra
Señora, semejante á un pájaro que escapando de las garras de un ave de rapiña
se acoge á un nido extraño, con vida, aunque sin pluma.
Usted habrá reparado en el interior del
devoto santuario un pequeño barco pendiente de la bóveda á modo de lámpara ó
araña: es el ex-voto de aquellos pescadores de Llanes, que atestigua su
milagrosa salvación, y su sincero agradecimiento al favor recibido del cielo
por intercesión de María.
Quizá este año repetirá V. su visita al
santuario de la Barquera; si así sucede, no será el mismo coro de hadas del año
pasado el que acompañe á V., pero reemplazará á aquel, otro coro de musas ó de
piérides que le suministrarán nuevas inspiraciones.
De V. siempre afectuoso amigo,
PEDRO DE MADRAZO.
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