1906 - A VER LA FOLÍA II (Donde M. García Rueda hace una pequeña descripción de San Vicente y de la fiesta de La Folía de ese año)
El veinte de Abril de 1906, se publica en " El Cantábrico" la segunda parte de un viaje que efectúa M. García Rueda, a nuestra villa, dentro de unos reportajes de "Viajes por la provincia" y que va publicando en dicho periódico. Esta publicación sobre La Folía no contiene muchos datos de interés, salvo fijar el momento en que está escrito y las diferentes descripciones de sitios y lugares que cita. De todas formas me parece interesante, en su conjunto y, como referencia.
"VIAJES POR LA PROVINCIA
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A ver la "Folía"
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II
Siempre que llego á un pueblo, cualesquiera que este sea, lo que más me satisface de momento es visitar sus riquezas, ya sean artísticas, ó de otro cualesquiera orden. Por eso al llegar á San Vicente de la Barquera lo primero que se me ocurrió preguntar fue qué cosas podían verse, dignas de la visita, hasta la hora de la folia.
—Como notable, me respondieron, si es usted aficionado á la arqueología ó á la historia, podemos visitar la iglesia, la casa de Corro, el célebre inquisidor general; las ruinas del Castillo, el sitio donde estuvo fondeada la Invencible que asistió á la toma de Sevilla, y otras varias cosas.
Ahora, para tratarlo usted en el periódico, por ser asunto de trascendentalísimo interés para el pueblo, está la cuestión de la barra, cegada en su canal del Este, imposibilitada en el del Oeste por unas rocas...
—Pues veremos la barra.
— No. La veremos á la tarde. Ahora vamos hacia la iglesia.
Un joven — el sacristán —, que se halla echando unas medias suelas, nos facilita la llave y nos acompaña al templo.
Ascendemos por un callejón que en sus tiempos debió ser de acceso al castillo, y nos encontramos frente á la casa que habitó el inquisidor. Es una casa antigua, antiquísima, con sus escudos de leyenda pretenciosa, con sus paredes descascarilladas, de gran valor histórico.
Mi amigo Alonso me pregunta: — ¿Le entusiasman á usted estas cosas?
—Hombre, le respondo, si he de ser sincero tengo que decirle á usted que no las siento. Dicen que tienen su mérito; yo, ni lo discuto ni siquiera me atrevo á dudarlo; pero, para mí, preferiría ver una fábrica con su gran chimenea y su maquinaria moderna en el lugar que esa casa ocupa. ¿Una herejía artística? concedido. Poro soy de los que creen que con ruinas no se enriquece un pueblo, porque nada producen las ruinas. Sembrado á cebollas el terreno que esa casa ocupa, produciría más beneficios que como hoy está.
Las ruinas deben ir á los museos, los cadáveres á la cremación; si no, llegará día en que España será una vasta necrópolis.
Hemos llegado frente á la iglesia, cuya torre están reedificando bajo el mismo plano de su arquitectura anterior. Me dicen que el amigo Silverio Gómez, muy entusiasta y competente en esto de antigüedades, y otros varios, se indignaron porque la torre iba á ser de arquitectura moderna. Transigió el arquitecto, y hoy la torre se reedifica en su misma arquitectura anterior, salvo que será menos sólida, salvo que no le ponen una especie de cornisa que representaba la cadena del puente de barcas del Guadalquivir, rota en la toma de Sevilla por dos de las naos que mandaba el intrépido Bonifaz; salvo que le han colocado dos rosetones en el frontis, dos ojos por dende el espíritu de los siglos que se alberga en el interior de la iglesia puede asomarse á contemplar los bancos de arena quo cierran la entrada del puerto...
Hemos recorrido toda la iglesia. He visto esculturas de imágenes de un gran valor artístico...
—Esta Virgen— nos dijo el sacristán, señalando á una que ocupaba el altar mayor — han querido comprarla varios. Aquél viejecito— agrega, dirigiéndose á Alonso —, que suelo venir aquí á veranear, se ha encaramado varias veces al altar para contemplarla de cerca.
—Ese señor á quien ha llamado un viejecito, — me dice Alonso— ¿sabe usted quién es? Pues Giner de los Ríos. Un hombre que viene á veranear á este pueblo hace más de veinte años, y he tenido yo necesidad de descubrirle como sabio. Y me ha costado grandes polémicas, porque nadie quería creer, que un señor que visto modestamente su sombrero flexible, camisa sin planchar y alpargatas para andar por aquí, sea un sabio...
La estatua del inquisidor general, ha llamado sobremanera mi atención. Es una hermosa escultura yacente, donde no se sabe qué admirar más: si la pureza de sus líneas, ó la expresión humana de aquel rostro... Largo rato he permanecido contemplándola, y mi admiración ha crecido sin cesar, hasta casi reconciliarme con estos recuerdos del pasado, de un pasado que, por glorioso que sea, yo deseo ardientemente que no vuelva. ¡Forward! como dicen los ingleses. ¡Adelante que decimos los descendientes de Tubal, de aquel Tubal, el primer poblador de España, á quien algunas Historias pintan desembarcando en la Península con un baúl mundo al hombro y una sombrerera moderna en la mano!
Como yo no pensaba describir lo que ya otras plumas han descripto más galanamente que yo pudiera hacerlo, salí de la iglesia después de dar un último vistazo á otras cuantas reliquias.
Dimos la vuelta, y ya detrás de la iglesia me dijeron:
— Esa gran marisma que usted ve— hoy de Pombo — fue en otro tiempo el fondeadero de la Invencible.
Aquí tiene Usted restos de los fosos, contrafosos, puertas de rastrillo, atalayas de guardia y cuanto constituía la antigua fortaleza. Los que entienden de esto, dicen que por aquí salía la caballería, por allí la artillería, por aquella otra puerta la infantería... y se entusiasman viendo estas cosas y esta pared del osario— señalando un ángulo de la iglesia donde se ven unas cuantas calaveras incrustadas...
Atravesamos otra vez por delante de la casa del Inquisidor, y fuimos, por el castillo abajo, á parar á la ermita de San Vicente. Dentro de ella, unas cuantas niñas tocaban la pandereta y bailaban.
Aquí hay una imagen- dijo mi acompañante— digna de verse. Y me señaló el San Vicente que yacía entornado y á riesgo de caer en un lado del altar. En efecto, es una imagen acabadísima, prueba palpable de la altura del arte de nuestros antepasados.
Salimos de la ermita. Tuve el gusto de saludar á don Donato Palacios, alcalde de San Vicente, persona en quien se unen estimables prendas de carácter junto á una amabilidad y á una atención exquisitas, y con esto nos dirigimos á comer.
***
El día continuaba tristón y anubarrado, lluvioso á ratos.
Comenzó á hablarse de suspender la folia. Existían precedentes, y sabida es la enorme fuerza de este argumento.
Pero un poco después despejaba, y ya las embarcaciones estaban preparadas, los marineros que habían de conducir la imagen en hombros, vestidos; las chicas que habían de tocar panderas y entonar saetas subían hacia la iglesia.
De pronto, viene la noticia. Reunidos los señores que entienden en estas cosas, han acordado suspender la fiesta hasta el domingo. Las mozas expresan su disgusto por esta determinación. ¿Han estado todo el día buscando flores, lo que les ha costado un ímprobo trabajo, para que ahora se les marchiten?
El señor Alcalde baja, en unión de otros varios señores. Yo me adelanto y, sonriendo, digo:
— Venimos á protestar respetuosamente de la suspensión de la folia.
— Ha sido opinión de los técnicos — objeta el Alcalde señalando á los señores que le acompañan— que va á llover mucho.
— Pero, por Dios, señor Palacios, le replico yo saludando á los aludidos, ¿aún hacen ustedes caso á los técnicos?...
Los mozos y mozas, en vista de que no hay fiesta, solicitan del Alcalde permita que la música toque para pasarse la tarde de baile.
Se les concede, y poco después el baile es hecho.
Confirmando el parecer de los técnicos, en toda la tarde no cae una gota de agua.
El ayudante de Marina, el amigo Alonso y yo, entramos á bordo de un bote engalanado con unas trenzas de papel multicolor, y, poco después, los vigorosos brazos de dos marineros nos conducen hacia la barra.
Del lastimoso estado en que ésta se encuentra, de lo que os necesario para evitar que el pueblo marinero de San Vicente emigre, hablaremos mañana.
M. García Rueda.
San Vicente de la Barquera, 17 abril 1906".
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