1908 - FIESTA DE LA BARQUERA

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El nueve de septiembre de 1908 se publica en "El Cantábrico", el siguiente reportaje sobre la fiesta de "La Barquera", que firmado por Masaufer dice así:



"San Vicente de la Barquera

Fiesta de La Barquera

Con un día espléndido, en el que el sol ha hecho alarde de su hermosura y poder, han dado principio las fiestas que, en honor de nuestra Señora de la Barquera, su patrona, ha celebrado esta hermosa villa, y entre otros muchos festejos organizados á este fin por el ilustre Ayuntamiento, esta tarde se ha verificado la carrera de cintas, que ha resultado con la brillantez que era de esperar, dado el celo con que ha trabajado la Comisión.


  La presidencia estuvo constituida por las hermosísimas, distinguidas y elegantes señoritas María del Carmen Sánchez Fernández, presidenta; Marcelina Díaz del Cotero, vicepresidenta; Josefina Rodríguez y Rodríguez, María Blanco Barrio, Mercedes Barrio y Laura Noriega y Noriega.

Todas ellas fueron obsequiadas con las cintas obtenidas por los jóvenes que tomaron parte en la carrera, que fueron, entre los ciclistas, don Manuel Suárez Narváez, don Julián Ceballos, don José Laspra, don Luis Laspra, don Francisco Blanco Barrio, don Joaquín Dicenta, don Manuel Noriega, don Ambrosio Noriega y don Norberto Molleda; entre los de á caballo, don Julio Ruiz, don Luis González, don Rafael Sánchez, don Manuel Linares, don Rodrigo de Mier, don Lucas Noriega, don Joaquín González, don Ramón García, don Adolfo García, don Fructuoso García y don Ulpiano Gutiérrez y otros muchos á los que suerte no favoreció para alcanzar cima alguna. 

El premio de ciclistas ha sido para el distinguido joven don Joaquín Dicenta, y el de los de á caballo para el gran jinete don Lucas Noriega. 

Terminada la carrera, el señor Alcalde obsequió á las señoritas que componían la presidencia entregando á cada una dos preciosas cajas de bombones. 

La iluminación nocturna resultó muy artística, y en todo el día no hubo que lamentar incidente alguno desagradable. 

El señor Alcalde, don Manuel Hoyos, y el secretario del Ayuntamiento, don Gerardo Arenas, han sido felicitados por todos por el acierto que han tenido en la dirección de los festejos y el exquisito gusto que han revelado hasta en el detalle más insignificante. 

8 septiembre 1908. 

Masaufer".

1906 - LA BARRA VISTA POR UN VIAJERO.

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El 21 de abril de 1906 se publicó en "El Cantábrico" un artículo titulado "La barra de San Vicente" dentro de un reportaje de "Viajes por la provincia" de M. García Rueda. Dicho artículo dice así:



"VIAJES POR LA PROVINCIA
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LA BARRA DE SAN VICENTE  

III


  "San Vicente de la Barquera es el único puerto intermedio entre Santander y Gijón que puede servir de arribada á los buques en el caso de un temporal. Pero, causas viejas y múltiples que no hemos de detenernos á examinar ahora, han hecho imposible que pueda servir, no sólo para los fines arriba indicados, pero ni aún para las diarias necesidades del pueblo marinero de San Vicente. 


Los bancos de arena iniciados entre el canal Este de la barra y la playa han sufrido considerable aumento con el cierre de las marismas de Rubín y de Pombo. En efecto, merced á ese cierre el volumen de agua á desalojar durante baja la marea es muy pequeño y casi nula, por tal causa, la corriente submarina que se establece en el canal de referencia. En tales condiciones, la sedimentación arenosa va formando una infranqueable barrera y un perpetuo peligro para las embarcaciones, á tal extremo, que en las grandes mareas, á la bajamar, las lanchas tienen que esperar fuera del puerto á que la marea suba para poder entrar. 

Ahora bien; el canal del Oeste sería el que resolviese de plano esta cuestión, dando facilidades á las embarcaciones; pero en ese canal existen unas rocas que impiden la navegación. La voladura de estas rocas es lo que, hoy por hoy, pide el pueblo de San Vicente de la Barquera. 

—Mire usted- me decía uno de los marineros que nos conducían—, por aquí podían entrar antes los barcos á la baja marea sin peligro alguno, y ahora ya ve usted. 

En efecto; yo veía el banco de arena perfectamente, que no se hallaría mucho más profundo que cuatro pies por bajo la quilla de nuestro bote. 

—El único peligro que aquí existe, en el caso de un naufragio— agregó el marinero—, es que caiga uno bajo la embarcación. De lo contrario, naufragando en plena barra, se llega con el agua á la cintura hasta la playa. 

— Vamos á ver— le dije á amigo—, explíqueme en pocas palabras la situación. 

—Pues mire usted, es ésta. La barra del Este del puerto se halla cegada por las arenas, y como en la del Oeste no se han volado las rocas que impiden el paso por ella, dándole más profundidad y más cauce á la corriente, resulta que el estuario está cegándose también de arena, rompiendo la mar dentro de la barra. 

Esto hace muy peligrosa la entrada y expone constantemente á una catástrofe, como ha sucedido ya varias veces, y últimamente el día 1.º de diciembre pasado, que dio vuelta una lancha sobre la barra, ahogándose un tripulante y salvándose los demás milagrosamente. 

Los pescadores están desesperados, y piensan abandonar su industria y dedicarse a cualquier cosa, pues cada vez que salen por la boca del puerto lo hacen con gran exposición de sus vidas.

Siendo éste un buen puerto intermedio de refugio entre Gijón y Santander, está en la actualidad inutilizado para los barcos, que en los malos tiempos no pueden acercarse á él por el mal estado de la barra, pues intentar hacerlo es exponerse á un naufragio seguro. 

—¿Y no han gestionado ustedes para que les arreglen la entrada? 

—Repetidas veces la autoridad de Marina ha solicitado el arreglo de la barra del Oeste, y los ingenieros de Obras del puerto han levantado plano y hecho presupuesto de dichas obras, pero hasta la fecha no se ha hecho nada. 

— Pues es cuestión de vida ó muerte para este pueblo el que eso se haga. ¿Asciende á mucho el presupuesto? 

—No, señor. La cantidad es pequeña, tanto que no se necesita formar un presupuesto especial para la ejecución de las obras  necesarias. sino que su cifra tiene cabida perfectamente en el presupuesto general... 

—Entonces... 

—Dicen que se hallan ahora muy ocupados en las obras del puerto de Castro Urdiales y en Santoña. 

— Pero esto es un crimen... 

—Y tan grande, que, dentro de poco tiempo, las familias que de las industrias del mar viven en este puerto tendrán que emigrar... 

Regresábamos hacia el puerto. Un marinero, metía de vez en cuando el remo en el agua para medir la profundidad. Esta oscilaba siempre entre cuatro y siete pies. Y al extender la vista sobro la bahía, un inmenso arenal se dibujaba en toda la extensión. 


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Tal es, á grandes rasgos, la situación en que se halla el puerto de San Vicente de la Barquera. Como habrán comprendido todos, es de urgente necesidad que tal estado de cosas desaparezca. No se puede condenar á un pueblo de esa manera, con esa pasividad estupenda, á perecer en un plazo determinado. No se piden gollerías. No se pide que draguen toda la bahía convirtiendo al puerto de San Vicente de la Barquera en lo que fue; no se quiere la construcción de grandes muelles, ni de obras que cuesten millones de pesetas. 

Se trata sencillamente de volar unas rocas que imposibilitan la entrada al puerto, que ponen en constante peligro la vida de esos infelices marineros que arrancan diariamente, de las entrañas del Océano, los miserables ochavos que le sirven para su sustento. 

Y la vida de un solo hombre vale más, mucho más, que ese puñado de pesetas que se solicita. 

Nosotros esperamos fundadamente que será atendida esta nuestra indicación que, por otra parte, estamos dispuestos á recordarla cuantas veces sea necesario y esperamos que sea atendida, no por ser nuestra, sino porque en ella está fielmente reflejada la aspiración de un pueblo que tiene perfecto derecho á la vida, y que de día en día se le va imposibilitando, por negligencias de unos, por abandono de otros y por olvidos injustificados de todos. 

Cuantos de cerca ó de lejos tienen relación con este asunto, es imposible que puedan permanecer inactivos ante la marcha acelerada con que se acerca la ruina de ese pintoresco pueblo que se llama San Vicente de la Barquera. 

M. García Rueda. 

Abril 17, 1906".  

1906 - A VER LA FOLÍA II (Donde M. García Rueda hace una pequeña descripción de San Vicente y de la fiesta de La Folía de ese año)

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El veinte de Abril de 1906, se publica en " El Cantábrico" la segunda parte de un viaje que efectúa M. García Rueda, a nuestra villa, dentro de unos reportajes de "Viajes por la provincia" y que va publicando en dicho periódico. Esta publicación sobre La Folía no contiene muchos datos de interés, salvo fijar el momento en que está escrito y las diferentes descripciones de sitios y lugares que cita. De todas formas me parece interesante, en su conjunto y, como referencia.




"VIAJES POR LA PROVINCIA
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A ver la "Folía"
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II 


  Siempre que llego á un pueblo, cualesquiera que este sea, lo que más me satisface de momento es visitar sus riquezas, ya sean artísticas, ó de otro cualesquiera orden. Por eso al llegar á San Vicente de la Barquera lo primero que se me ocurrió preguntar fue qué cosas podían verse, dignas de la visita, hasta la hora de la folia.

—Como notable, me respondieron, si es usted aficionado á la arqueología ó á la historia, podemos visitar la iglesia, la casa de Corro, el célebre inquisidor general; las ruinas del Castillo, el sitio donde estuvo fondeada la Invencible que asistió á la toma de Sevilla, y otras varias cosas. 

Ahora, para tratarlo usted en el periódico, por ser asunto de trascendentalísimo interés para el pueblo, está la cuestión de la barra, cegada en su canal del Este, imposibilitada en el del Oeste por unas rocas... 

—Pues veremos la barra. 

— No. La veremos á la tarde. Ahora vamos hacia la iglesia. 

Un joven — el sacristán —, que se halla echando unas medias suelas, nos facilita la llave y nos acompaña al templo. 

Ascendemos por un callejón que en sus tiempos debió ser de acceso al castillo, y nos encontramos frente á la casa que habitó el inquisidor. Es una casa antigua, antiquísima, con sus escudos de leyenda pretenciosa, con sus paredes descascarilladas, de gran valor histórico. 

Mi amigo Alonso me pregunta: — ¿Le entusiasman á usted estas cosas? 

—Hombre, le respondo, si he de ser sincero tengo que decirle á usted que no las siento. Dicen que tienen su mérito; yo, ni lo discuto ni siquiera me atrevo á dudarlo; pero, para mí, preferiría ver una fábrica con su gran chimenea y su maquinaria moderna en el lugar que esa casa ocupa. ¿Una herejía artística? concedido. Poro soy de los que creen que con ruinas no se enriquece un pueblo, porque nada producen las ruinas. Sembrado á cebollas el terreno que esa casa ocupa, produciría más beneficios que como hoy está. 

Las ruinas deben ir á los museos, los cadáveres á la cremación; si no, llegará día en que España será una vasta necrópolis.  

Hemos llegado frente á la iglesia, cuya torre están reedificando bajo el mismo plano de su arquitectura anterior. Me dicen que el amigo Silverio Gómez, muy entusiasta y competente en esto de antigüedades, y otros varios, se indignaron porque la torre iba á ser de arquitectura moderna. Transigió el arquitecto, y hoy la torre se reedifica en su misma arquitectura anterior, salvo que será menos sólida, salvo que no le ponen una especie de cornisa que representaba la cadena del puente de barcas del Guadalquivir, rota en la toma de Sevilla por dos de las naos que mandaba el intrépido Bonifaz; salvo que le han colocado dos rosetones en el frontis, dos ojos por dende el espíritu de los siglos que se alberga en el interior de la iglesia puede asomarse á contemplar los bancos de arena quo cierran la entrada del puerto... 

Hemos recorrido toda la iglesia. He visto esculturas de imágenes de un gran valor artístico... 

—Esta Virgen— nos dijo el sacristán, señalando á una que ocupaba el altar mayor — han querido comprarla varios. Aquél viejecito— agrega, dirigiéndose á Alonso —, que suelo venir aquí á veranear, se ha encaramado varias veces al altar para contemplarla de cerca. 

—Ese señor á quien ha llamado un viejecito, — me dice Alonso— ¿sabe usted quién es? Pues Giner de los Ríos. Un hombre que viene á veranear á este pueblo hace más de veinte años, y he tenido yo necesidad de descubrirle como sabio. Y me ha costado grandes polémicas, porque nadie quería creer, que un señor que visto modestamente su sombrero flexible, camisa sin planchar y alpargatas para andar por aquí, sea un sabio... 

La estatua del inquisidor general, ha llamado sobremanera mi atención. Es una hermosa escultura yacente, donde no se sabe qué admirar más: si la pureza de sus líneas, ó la expresión humana de aquel rostro... Largo rato he permanecido contemplándola, y mi admiración ha crecido sin cesar, hasta casi reconciliarme con estos recuerdos del pasado, de un pasado que, por glorioso que sea, yo deseo ardientemente que no vuelva. ¡Forward! como dicen los ingleses. ¡Adelante que decimos los descendientes de Tubal, de aquel Tubal, el primer poblador de España, á quien algunas Historias pintan desembarcando en la Península con un baúl mundo al hombro y una sombrerera moderna en la mano! 

Como yo no pensaba describir lo que ya otras plumas han descripto más galanamente que yo pudiera hacerlo, salí de la iglesia después de dar un último vistazo á otras cuantas reliquias. 

Dimos la vuelta, y ya detrás de la iglesia me dijeron: 

— Esa gran marisma que usted ve— hoy de Pombo — fue en otro tiempo el fondeadero de la Invencible. 

Aquí tiene Usted restos de los fosos, contrafosos, puertas de rastrillo, atalayas de guardia y cuanto constituía la antigua fortaleza. Los que entienden de esto, dicen que por aquí salía la caballería, por allí la artillería, por aquella otra puerta la infantería... y se entusiasman viendo estas cosas y esta pared del osario— señalando un ángulo de la iglesia donde se ven unas cuantas calaveras incrustadas... 

Atravesamos otra vez por delante de la casa del Inquisidor, y fuimos, por el castillo abajo, á parar á la ermita de San Vicente. Dentro de ella, unas cuantas niñas tocaban la pandereta y bailaban. 

Aquí hay una imagen- dijo mi acompañante— digna de verse. Y me señaló el San Vicente que yacía entornado y á riesgo de caer en un lado del altar. En efecto, es una imagen acabadísima, prueba palpable de la altura del arte de nuestros antepasados. 

Salimos de la ermita. Tuve el gusto de saludar á don Donato Palacios, alcalde de San Vicente, persona en quien se unen estimables prendas de carácter junto á una amabilidad y á una atención exquisitas, y con esto nos dirigimos á comer. 

***

El día continuaba tristón y anubarrado, lluvioso á ratos. 

Comenzó á hablarse de suspender la folia. Existían precedentes, y sabida es la enorme fuerza de este argumento. 

Pero un poco después despejaba, y ya las embarcaciones estaban preparadas, los marineros que habían de conducir la imagen en hombros, vestidos; las chicas que habían de tocar panderas y entonar saetas subían hacia la iglesia. 

De pronto, viene la noticia. Reunidos los señores que entienden en estas cosas, han acordado suspender la fiesta hasta el domingo. Las mozas expresan su disgusto por esta determinación. ¿Han estado todo el día buscando flores, lo que les ha costado un ímprobo trabajo, para que ahora se les marchiten? 

El señor Alcalde baja, en unión de otros varios señores. Yo me adelanto y, sonriendo, digo: 

— Venimos á protestar respetuosamente de la suspensión de la folia. 

— Ha sido opinión de los técnicos — objeta el Alcalde señalando á los señores que le acompañan— que va á llover mucho. 

— Pero, por Dios, señor Palacios, le replico yo saludando á los aludidos, ¿aún hacen ustedes caso á los técnicos?... 

Los mozos y mozas, en vista de que no hay fiesta, solicitan del Alcalde permita que la música toque para pasarse la tarde de baile. 

Se les concede, y poco después el baile es hecho.

Confirmando el parecer de los técnicos, en toda la tarde no cae una gota de agua. 

El ayudante de Marina, el amigo Alonso y yo, entramos á bordo de un bote engalanado con unas trenzas de papel multicolor, y, poco después, los vigorosos brazos de dos marineros nos conducen hacia la barra. 

Del lastimoso estado en que ésta se encuentra, de lo que os necesario para evitar que el pueblo marinero de San Vicente emigre, hablaremos mañana. 

M. García Rueda. 
San Vicente de la Barquera, 17 abril 1906". 

1906 - A VER LA FOLÍA I (Viaje y llegada a San Vicente de M. García Rueda)

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El diecinueve de Abril de 1906 se publica en "El Cantábrico", el siguiente artículo de M. García Rueda, sobre un viaje a San Vicente de la Barquera para presenciar "La Folía", invitado por su amigo Alonso Velarde:



"VIAJES POR LA PROVINCIA 
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Á ver la "Folía"
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  Invitado por mi caro amigo Alonso Velarde, con quien he contraído una deuda de gratitud impagable por las delicadas atenciones de que me ha hecho objeto durante mi permanencia en San Vicente de la Barquera, me dispuse á visitar este interesante rincón de la Montaña, con el objeto de presenciar la típica fiesta de la folia, única en la provincia y no sé si me equivocaré al suponerla sin igual en España. 

El día amaneció tristón y melancólico. Algunas nubes, cerniéndose en el horizonte, hacían temer la lluvia que frustraría mis planes. Pero ello es que, casi de verano para ahuyentar el agua, monté en el tren el martes por la mañana, y poco después el convoy, lento y quejumbroso, se arrastraba pesadamente hacia su destino. ¿Dónde estáis, trenes franceses, trenes ingleses, trenes norteamericanos, que marcháis á una velocidad de 80, de 90, de 100 kilómetros por hora? Yo os echo de menos en estas excursiones, como noto la falta de vuestros coches de tercera, de esos terceros que son tan buenos ó mejores que los segundas de por acá. ¿Dónde están esos viajeros correctos, educados, silenciosos, que no os pisan, que no os molestan con sus movimientos, que no os aturden con sus gritos, que no os llenan el departamento de salivazos asqueantes? 


  «Cuando veáis que un viajero lee, ó está silencioso y triste, ó fuma tranquilamente sin hablar, ese es un viajero de verdad. Los que por primera vez viajan, son habladores, inquietos, gritan y van de una parte á otra molestando sin cesar». Así habla Sánchez Díaz en su hermoso libro «Juan Corazón». Yo quiero parecer un viajero de verdad y pagarle la enseñanza rindiéndole culto un momento. Y me puse á leer «Juan Corazón».

De vez en cuando, levantaba mi vista del libro para fijarla, indiferente, en el paisaje que huía de nosotros. Una persona, una casa, un árbol, dejan en la retina del viajero la misma impresión de frugalidad. Allá, en un altozano, en la linde de un prado, una robusta moza se para, arquea los brazos, coloca los puños sobre las caderas, y mira perderse el tren por el fondo adelante de una trinchera. Más arriba, unos cuantos labradores están pasando el rastro á sus tierras. Y como la tierra está húmeda, el rastro, en vez de desmenuzar y espolvorear el terreno, lo apelmaza y «encona»... 


  Vuela el tren. En el mismo departamento en que yo voy, han entrado dos viajeros, mineros al parecer. Uno de ellos, siente, sin duda, la necesidad de imitarme, leyendo algo, y se pone á leer en alta voz, comentándola entre grandes carcajadas, la indecente «cuenta del carpintero». 

—Está bien, ¿eh?— dice el lector á guisa de epílogo. 

—Es muy buena — asiente su acompañante. 

— Y así, á primera vista, agrega el lector, no tiene nada de particular. 

Me indigna esta afición á lecturas malsanas, como me indignan Los Sucesos ó La Caricatura ó cualquiera de esos periódicos que chorrean sangre, y que tanto leen nuestras clases menos cultas. 

Yo retiro con lástima la vista de estos dos hombres y la fijo en la campiña inmensa, casi estéril, que se muestra á mis ojos. Los labriegos enderezan pesadamente el busto al paso del tren y dejan caer sus brazos en actitud gorilesca. Son seres derrotados y maltrechos, en una lucha infecunda con la infecunda tierra. Contemplando esta extensa campiña, que hoy apenas produce mala hierba, y que un cultivo intensivo y fecundo la convertiría en un venero de riqueza, siento una sorda irritación que pugna por salir á los labios. 


  ¡Esos Gobiernos, no!; esos millones de habitantes que, imbécilmente, como borregos, dejan que los cobren la contribución mientras sus chicos están sin escuela, descalzos y andrajosos, ellos sin pan y las tierras infecundas!... Se necesita tener el alma de esclavo; se necesita haberse convertido en un ex hombre, como los de Gorki, para vivir muriendo, sin protestar de otra manera que en las tabernas ó en la cocina de casa... 

La campiña sigue inmensa, estéril. Las sierras calvas, sin un árbol que las dé frescor y lozanía, ponen en el horizonte una nota parduzca. Al volver de una curva veo allá, á nuestra izquierda, un monte á medio talar, donde una cuadrilla de lebaniegos convierte en traviesas los pocos robles que quedan. A mí derecha, columbro la alta chimenea de una fábrica, arruinadas una y otra, en el más lamentable abandono. En la estación, unos pobres hambrientos, obreros sin trabajo, se hallan esperando el tren. El cielo gris, la campiña estéril, los montes pelados, los obreros miserables, forman un cuadro capaz de hacer salir á la calle, en todo el ímpetu de la desesperación, el rebelde que cada hombre encierra. Y los borregos, mansamente, balan la petición de una limosna en plena calle... 


  Hemos llegado á la estación de San Vicente. Y nos encontramos que no hay carretera para descender al pueblo. Entramos por un prado y comenzamos á descender por un camino lleno de barro, difícil, que nos hace caminar á saltos. Una cuadrilla de obreros trabaja en la apertura de la carretera que tanta falta hace. Y tenemos que caminar por los senderos abiertos en los prados, que están resbaladizos y exigen verdaderos alardes de equilibrio para no caer. 

Delante de mí caminan otros señores que, como yo, cuando llegan á San Vicente de la Barquera están hechos unos Cristos de barro. 

¡Amigo Silverio! ¡A ver si ganamos esa apuesta y se concluye pronto la carretera á la estación! Y este no es reproche, sino parabién por la celeridad con que usted hace los trabajos... 

Ya estamos en el famoso puente romano. Desde aquí, contemplamos unos balcones engalanados, mástiles con unas banderitas multicolores, embarcaciones adornadas con follaje. 

Son los preparativos para la folia, según me comunica mi amigo Alonso al cruzar nuestro abrazo de salutación. 

El sol se ha empeñado en no lucir. El horizonte se muestra anubarrado y el barómetro, según observación del amigo Montojo, sigue bajando. 

Parécenos que la folia va á mojarse... 

M. García Rueda 
Vicente de la Barquera 17 abril 1906. 

1928 "EL ARRASTRE"

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SAN VICENTE DE LA BARQUERA 

La cuestión del arrastre. 



EL CANTÁBRICO 





Publicado en “El Cantábrico”, el 2 de noviembre de 1928.

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¡Gracias a Dios! Por fin respondieron los que motivos sobrados nos habían dado para sospecharlos atacados de incurable sordera y padeciendo congénita afonía. Rafael Ramos ha hecho el milagro de hacer hablar a esos sordos y mudos, por lo cual le reputamos de hoy más insigne taumaturgo, que, a proponérselo, hará hablar no sólo a los pescadores, sino a los mismos peces del Cantábrico, con lo que podríamos conocer su valiosa opinión en este enrevesado asunto del arrastre. 

A los persistentes requerimientos de R. R. van contestando los distintos gremios, cabildos y cofradías de pescadores de nuestra provincia; los que aún no lo han hecho, seguramente leen con interés los artículos referentes a este asunto, y a su vez, preparan sus contestaciones, y, lo que es más importante, se disponen a obrar con energía y de consuno conforme las circunstancias aconsejen. 

Hoy le toca el turno a San Vicente de la Barquera, y, usando y abusando de la no desmentida hospitalidad de EL CANTABRICO, trataremos de aportar los datos y cifras que poseemos Sobre el embrollado asunto que nos ocupa, y cuya armónica solución interesa en general a toda la provincia. 

Después de leídos los artículos que sobre este tema han ido apareciendo en EL CANTABRICO, nos sobrecoge el temor de que el nuestro vaya a ser mera repetición y calco de los anteriores; temor que, sin embargo, no nos detiene, pues nos figuramos que, aun repitiendo lo dicho por otros, quizá tengamos la suerte de que nuestros lectores encuentren un matiz o punto de vista diferente, que en aquéllos haya pasado desapercibido, o una idea original que, quizá, sin darnos cuenta, se haya deslizado entre el fárrago de lugares comunes y manidos que saldrán de nuestra pluma. 

Condición precisa para resolver satisfactoriamente un problema, es enunciarle y plantearle en debida forma. Intentemos, pues, hacerlo con precisión y claridad, y tendremos mucho adelantado para encontrar la solución adecuada. 

El problema es la honda crisis económica que la clase pescadora de todo el litoral cantábrico padece invariablemente todos los inviernos, de varios años a esta parte, y que en cada uno que pasa se agudiza más y más, hasta el punto de ser estrechez y privaciones en casi todos los hogares, y hambre y negra miseria en no pocos. Causa inmediata de dicha crisis es la falta, casi absoluta de ciertas pescas a que se dedicaban nuestros marineros en, la costera de invierno, singularmente el besugo, la más segura reproductiva en años no muy lejanos. Y como a los procedimientos de arrastre achacan nuestros marineros la comentada escasez, por aquello de "Causa causae, causatum", a dichos mismos procedimientos por parejas y bous empleados hacen culpables del hambre (¿para qué andar con eufemismos?), que se padece en estos pueblos y villas costeras un invierno y otro invierno invariablemente. Queda enunciado el problema cuyos términos vamos a desarrollar y aclarar, a fin de que todo lector imparcial pueda apreciar si la solución que como final propondremos, se ajusta a ellos, y a la justicia, y a la razón y, al buen sentido. 

De la existencia, en primer lugar, de la agudísima crisis económica de que hablamos más arriba no podrá dudar quien quiera que haya atravesado, siquiera sea de pasada, un pueblo pescador en estos meses de invierno. Concretándonos al nuestro (y tenemos la pretensión de que, con ligeras variantes, haremos el retrato de casi todos los de la costa), el hipotético visitante habrá visto, ya acodados en los pretiles de los antiquísimos puentes, ya sentados en las escolleras del puerto, ya vagando como almas en pena por los muelles silenciosos y desiertos, cientos de hombres vistiendo el inconfundible y típico traje de mahón. 

¿Qué hacen? Nadia. Contemplan el eterno flujo y reflujo de las aguas; ven los barcos que siempre les proporcionaron, el cotidiano sustento, tumbados en la arena en posturas perezosas y ridículas, como burlándose de su miseria; alguno que otro mata las interminables horas de forzosa y forzada holganza tratando de capturar, con una caña o un sedal, unos miserables peces que vender para un pedazo de pan. Los que convivimos con estos marineros sabemos que en el hogar de muchos no hay fuego ni pan y que de él huyen por no oír el lamento de los hijos que lo piden. Sabemos que en la tienda deben más de lo que razonablemente podrán pagar en unas cuantas costeras buenas; sabemos que el comerciante, el tendero y el panadero (en, quienes repercute de inmediato la crisis), se vieron precisados a cortar el crédito, sobrado elástico, que les habían abierto; sabemos que ni en la taberna les fían ya el alcohol que, si no remediaba, les hacía olvidar su negra situación. Sabemos que el Gremio se ha empeñado en muchos miles de pesetas, para hacer uno, dos y tres repartos de socorros, que poco o nada remediaron la gran miseria reinante; sabemos que la beneficencia particular se impone grandes sacrificios y acude a muchas necesidades, pero ni a todas las que se conocen, ni mucho menos a las que se presumen...

Si a cualquiera de esos vivientes fantasmas que deambulan a lo largo de las escolleras le preguntáis por qué estando la mar bella, el tiempo sereno y el cielo anunciando bonanza, permanecen ellos ociosos y los barcos amarrados en sus boyas, os contestará que no hay pesca; que no se da este año el besugo; que el barco tal y el barco cual, que, con terquedad y constancia dignas de mayor suerte, han ido un día y otro a las playas, llevan echados en lo que va de costera (diez semanas) menos de diez arrobas. 

No se queda, no, por su gusto en tierra la gente marinera, pues yendo a la mar, en el peor de los casos, cual es el de no pescar, hacen una comida a bordo, y traen para su casa lo que ellos denominan "pillate", pescados de difícil o mala venta, que son, sin embargo, la cena y comida de la familia. Pero el armador, que ha de costear carbón, aceites y la mitad del aparejo y carnadas, echa sus cuentas y advierte que la parte que le toca de una arroba do besugo no compensa los gastos de ir a pescarla. En su consecuencia, amarra el barco, o tantea si a falta de besugo aparece la sardina en las baheras en que se "mata" cuando entra, lo que no ocurre todos los años. 

El marinero no es ni fué nunca previsor; tomando por modelo a la alegre cigarra, nunca imitó a la afanosa y previsora hormiga; no figura la virtud del ahorro entre sus buenas cualidades. No se lo reprochamos, dejando que lo haga quien haya intentado siquiera inculcársela y enseñarle a practicarla. El marinero gasta cuando tiene y cuanto tiene; agota el crédito que lo hacen, y cuando de dinero y crédito carece, ayunan él y los suyos. Con ello queremos decir que estas periódicas crisis económicas, pese a esa misma periodicidad, le cogen siempre desprevenido, y por eso se le hacen más sensibles y dolorosas. 

Veamos ahora si ha sido siempre igual; esto es, si siempre ha ocurrido que, llegado el invierno, la misma falta de pesca haya producido la misma miseria de que ahora es víctima toda la clase pescadora del litoral cantábrico. Si escribiéramos sólo para la mencionada clase social, nos ahorraríamos datos, cifras y argumentos, que para ellos serían ociosos; pero como sospechamos que esta cuestión va interesando, con razón sobrada, a otro gran sector de lectores y público, expondremos unas cifras, cuya elocuencia suplirá la que falte a nuestros argumentos. 

Son datos y cifras que se refieren, exclusivamente, a una sola clase de pesca, la del besugo, y a sólo este puerto de San Vicente de la Barquera en los últimos diez años. Haremos la previa salvedad de que, desde algunos antes del que encabeza la lista, dicha costera estaba ya en franca decadencia. 

      Núm.                              Precio
Años   de    Kilos      Pesetas.      por
      barcos.                                  kilo

1918     7   304.729    246.915       0,81
1919     7   287.312    241.327       0,84
1920     8   249.540    227.400       0,91
1921     9   196.829    198.817       1,01
1922    10   127.450   142.813      1,12
1923    11    85.069     100.867      1,18
1924    12    78.737     117.315      1,49
1925    12    32.559      56.392      1,73
1926    13      6.104      10.946      1,78
1927    14      3.117        6.813      2,19
1928    14        412            919       2,23

Aunque no necesitan comentario las cifras que anteceden, haremos, no obstante, observar a nuestros lectores:

1.º Que a pesar de que de año en año ha ido aumentando, hasta doblarse, el número de barcos que se dedican a esta clase de pesca, sus productos han ido menguando tan a ojos vistas que esos 400 kilos que han entrado en el pasado mes de enero, eran una marca nada más que regular en el mismo mes de hace diez años. 

2.º Que a los cientos de miles de kilos de esos años de relativa abundancia, habría que agregar otra no despreciable partida que los barcos do San Vicente llevaron a Santander, pues era cosa sabida y corriente que cuando una marea pasaba de cincuenta arrobas, ¡a Santander con ella!, pues el mayor precio en aquella Almotacenía compensaba, con creces, el gasto do llevarla. Así, se daba el caso de que la flotilla pesquera de este puerto pescase ella sola más que la de Santander con sus parejas y lanchillas, y hasta 1920 más que todos los otros puertos do la provincia juntos. 

3.° Que el precio del kilo de besugo va en aumento y progresión creciente a medida que disminuye la pesca, fenómeno natural y que en mucha mayor proporción habrá repercutido en las plazas consumidoras, contribuyendo a elevar el índice económico de la vida. 

4.° Que hemos deducido, después de prolijos y escrupulosos cálculos, que hace diez años la costera de invierno, o sea esta del besugo, representaba para cada marinero un ingreso líquido do unas 700 pesetas, comida a bordo y pescado para el arreglo de la casa, como antes decíamos, mientras que hoy todos esos ingresos se han reducido a la nada. Y si a un presupuesto escaso se le quita la tercera parte de sus ingresos, ¿será extraño que la crisis económica se traduzca para estas pobres y sufridas gentes en penuria, hambre y desnudez, como las que estamos viendo y palpando? 

Si el lector ha tenido paciencia para llegar hasta estas líneas, habrá observado cómo hemos planteado los dos primeros términos del problema, a saber: la innegable existencia de una aguda crisis económica y la no menos innegable causa de ella, que no es otra que la falta de una de las más pingües costeras: la del besugo. 

Y como el remedio, aunque sea urgente (pues el hambre no admite espera), no es cosa que pueda improvisarse en unos días, en un segundo y último artículo, que procuraré sea meditado y razonado, trataremos de demostrar lo que está en el ánimo de todos. Trataremos, decimos, de demostrar cómo la comentada escasez, mejor dicho, la falta absoluta de algunas pescas, es originada por los procedimientos de arrastre por "parejas" y "bous"; que dichas embarcaciones han resultado al fin víctimas de sus propias artes, realmente, propondremos la solución o soluciones que nos parecen más razonables, y... Dios sobre todos. 

A. FLORES 

San Vicente, febrero de 1928.